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– ¿Cómo lo sabes? -preguntó, sintiéndose muy sola. Era algo que no le había contado a nadie y que esperaba poder olvidar en algún momento.

– Jeremy me lo dijo. No me dijo tu nombre ni los detalles, pero me dijo lo suficiente para que yo adivinara que eras tú.

Qué idiota. Ni siquiera pudo tener la boca cerrada. Ella asintió.

– Sí, era yo.

– Lo siento, Jodie. Jeremy es el clásico bastardo. Ojalá pudiera compensarte de algún modo -dudó un segundo y después continuó, sin mirarla a los ojos-. ¿Aún estás enamorada de él?

– ¿Enamorada? ¿De Jeremy? No, por Dios.

Él la miró fijamente.

– ¿Estás segura?

– Hace diez años que no lo veo. Y tampoco he querido verlo.

– ¿Se ha puesto en contacto contigo alguna vez?

Ella lo miró y levantó la cabeza.

– No desde la noche en que me dijo que los McLaughlin no se casaban con las Allman.

Kurt se quedó petrificado.

– ¿En serio te dijo eso?

Ella asintió.

– No te preocupes por ello. Ya casi lo tengo olvidado, y no te lo reprocho, en absoluto.

Kurt tiró de ella y la sentó en su regazo.

– Jodie, Jodie. Ojalá pudiera borrar todo lo malo que te ha pasado.

Ella suspiró, deseando lo mismo. Pero el hecho de abrazarla ya mejoraba mucho las cosas.

Él la besó y eso fue aún mejor. Jodie se abrió a él para saborear la sensación de sus labios mientras le hacía cosquillas con la lengua. Después empezaron a sentir calor y la pasión hizo presa de los besos. Su boca estaba en todas partes, marcándola con sus labios, y ella tembló con una sensación que no había tenido hasta aquel momento. Cuando él deslizó la mano bajo su blusa y llegó al sujetador, ella se estiró para facilitarle el paso, y gimió cuando Kurt encontró el pezón y empezó a juguetear con él. Era como si hubieran encendido una hoguera en su cuerpo, una hoguera que la consumiría hasta que lo tuviera dentro de ella para aferrarse a él. El palpitar en sus profundidades había empezado y ella sabía que tenía que parar aquello o…

– Ya es suficiente -susurró él contra su cuello-. Por ahora.

Se separaron y ella lo miró, confusa y sin aliento.

– Vaya… -dijo, incapaz de pensar en algo más inteligente.

Él echó a reír y la abrazó.

– Jodie Allman, eres tremenda.

Pero sus ojos decían que ella era mucho más que eso, y Jodie no pudo evitar sentirse feliz durante las horas siguientes.

Al día siguiente llevaron a Katy al parque y una persona creyó que eran los tres miembros de una familia. Ellos no se molestaron en corregir el error, y eso aumentó el vínculo que se estaba desarrollando entre los dos. Jodie sentó a Katy en su sillita y Kurt la detuvo antes de que entrara en el coche para llevarlos a casa. La besó en los labios y dijo:

– ¿Recuerdas que una vez te dije que sólo conseguiría una madre para Katy contratándola?

– Claro.

– Pues el trabajo es tuyo. ¿Cuánto cobras?

Ella lo miró sorprendida. Sabía que estaba bromeando, pero aquello no le parecía gracioso. ¿Hablaba en serio de pagarle por hacer de madre para su hija?

– Lo digo en serio -dijo él al tiempo que la sonrisa desaparecía de sus labios, como si hubiera pensado mejor la broma y se hubiera dado cuenta de que tenía sentido-. Sé que nunca tendré otra oportunidad de contratar a alguien que se ajuste más al perfil que tú.

Ella lo miró con los ojos muy abiertos.

– ¿Te das cuenta de lo insultante que es eso?

Él pareció sorprendido.

– ¿Por qué? ¿Porque te he hecho una oferta directa? Supongo que habrías preferido que te pidiera que te casaras conmigo.

– Puedes pedirme lo que quieras, McLaughlin. No me voy a casar con nadie, ni por amor ni por dinero, así que guárdate tus estúpidas ideas para ti mismo -y entró al coche.

– Yo tampoco me voy a casar con nadie -gruñó él, entrando al asiento del pasajero.

– Entonces estamos empatados.

– Eso parece.

Todo el viaje de vuelta se lo pasaron lanzándose miradas gélidas.

A la mañana siguiente, Jodie vio a Kurt marcharse hacia San Antonio con Rafe al volante. Ella los despidió con la mano y después entró en la casa y empezó a recoger cosas del salón. El mal humor que había empezado el día anterior aún no la había dejado. Probablemente aquél fuera su último día en la casa. Una vez que Kurt y ella volvieran a la oficina… ¿volvería su relación a la normalidad? Tal vez fuera lo mejor.

Apenas había empezado a recoger cuando sonó el teléfono. Era Manny Cruz.

– Hola, Jodie. ¿Tienes el nuevo número de Rafe? Quiero hablar con él de un asunto.

Rafe acababa de mudarse a un apartamento. Sus hermanos se metían con él por querer más privacidad para las citas. A decir verdad, él no lo negaba.

Le dio el nuevo número de Rafe a Manny y añadió:

– Pero hoy no lo encontrarás en casa. Ha ido a llevar a Kurt al médico a San Antonio.

– Oh -Manny suspiró-. Entonces lo mejor será que te lo cuente a ti.

– Claro. Ayudaré en lo que me sea posible.

– Bien -dijo, aunque no parecía tener muchas ganas de contarlo-. Allá va. Tengo un amigo que siempre está pensando en conspiraciones, y él ha hecho que me ponga a pensar. Y una vez que he empezado a pensar… bueno, no puedo sacármelo de la cabeza.

– ¿Qué pasa, Manny?

– Imagina… Imagina… Una empresa de éxito, pero que está pasando por un bache. El jefe tiene problemas de salud y no está en la posición fuerte donde debería estar. ¿Sabes a qué me refiero?

– Eso me suena mucho a Industrias Allman -dijo Jodie.

– Sí. Bueno… Ahora, llega un hombre que quiere comprar la empresa, pero el propietario no la quiere vender, así que empieza a trabajar desde dentro, minándola, buscando los puntos débiles y haciendo que la gente confíe en él. Entonces tiene una idea brillante. Cree que puede forzar al propietario a vender si hace la empresa más débil.

Ella se quedó muy quieta.

– ¿Y cómo podría ser eso?

– Introduciendo algún tipo de enfermedad rara en los viñedos para que nadie sepa cómo tratarla.

– Manny…

– Tiene que ser algo que él pueda controlar más adelante, una vez que se haga cargo de la empresa, algo que sólo él pueda manejar.

– ¡Manny!

– El dueño, ante la posibilidad de ruina, tendría que vender, y a buen precio, y mientras, el traidor está sentado en una silla cerca de él.

Sus dedos rodearon con fuerza el auricular.

– Manny, ¿qué es lo que intentas decirme?

– ¿Lo quieres en pocas palabras? Te estoy diciendo que un McLaughlin no deja de ser un McLaughlin. Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto. Díselo a Rafe, ¿de acuerdo?

– Pero, Manny, espera. Ya sé que estás hablando de Kurt. ¿Qué te hace pensar que quiere comprar la empresa?

– Que ya ha intentado hacerlo.

Otra vez empezaba a sentir aquel pinchazo en el estómago.

– ¿Cuándo?

– Cuando volvió a la ciudad. Así fue como encontró trabajo; él quiso comprar la empresa y tu padre le dijo: «no, pero ¿por qué no trabajas para mí?

Jodie frunció el ceño.

– ¿Estás seguro de eso?

– Desde luego. Rafe me lo dijo en su momento.

Después de colgar el teléfono, volvió a quedarse paralizada. Todo aquello concordaba con sus sospechas iniciales sobre Kurt, pero las había superado, ¿o no?

No, aquello era una locura. Manny veía espejismos, pero tendría que contárselo a Rafe cuando volvieran.

Bañó y dio de comer a Katy, y después la acostó un rato. Al mirarla desde el umbral de la puerta recordó su propio embarazo, y las esperanzas y sueños que había tenido sobre su bebé. Lo cierto era que después de haber conocido a Katy, el dolor de aquellos recuerdos se había suavizado. Odiaba pensar que el amor por otro bebé le haría olvidar el que perdió.