La desilusión que había sentido Kurt al principio se desvaneció rápidamente.
– Pasa, Manny -dijo, y empezó a buscar su cartera por todas partes-. Menos mal que has aparecido. Te necesito -Manny podía cuidar a Katy, y además era un experto en bebés.
– ¿Para qué? -dijo Manny, pillado por sorpresa-. Oye, vuelve aquí. He venido para pelearme contigo.
Kurt apenas levantó la vista.
– ¿De qué estás hablando?
– No voy a dejarte robar el negocio de los Allman, ¿te ha quedado claro? -le espetó con tono amenazador-. No voy a dejar que arruines a una buena familia. Por fin he descubierto tu juego, pero yo te voy a detener.
Kurt se sintió más irritado que nunca y se detuvo para mirar al hombre a la cara.
– Manny, escucha. No tengo ninguna intención de arruinar a la familia Allman o de quitarles su negocio.
– ¿Cómo que no? -Manny levantó la barbilla en actitud beligerante.
– Como que no.
– ¿Y qué hacen todos esos tíos paseándose por los viñedos?
– Son científicos. Botánicos. Están recogiendo muestras para solucionar el problema de los viñedos.
A Manny le cambió la cara.
– Oh.
– Hablé con mi antiguo profesor -dijo Kurt, encontrando por fin su cartera y colocándosela en el bolsillo trasero de los vaqueros-. Cree que tal vez pueda encontrar un diagnóstico y entonces podremos empezar a curar la plaga. Parece bastante optimista.
– Entonces ¿no estás intentando arruinar el cultivo?
Kurt miró a Manny como si no creyera lo que estaba oyendo.
– ¿Por qué iba a querer hacer eso?
– Para poder comprar la compañía más barata.
Kurt parpadeó y soltó un juramento en voz baja.
– Manny, no intento comprar la empresa de los Allman y echarlos de ella.
Manny frunció el ceño.
– Pero lo intentaste hacer al principio.
– No. Lo que hice fue invertir una buena cantidad de dinero en la empresa. Eso es cierto. Y ahora he pedido un préstamo para ayudar a pagar un par de nuevas máquinas embotelladoras. Estoy comprometido hasta el final con esta compañía y creo que va a ayudar a que esta ciudad se convierta en un lugar próspero. Pero siempre pertenecerá a los Allman.
Manny arrugó los labios mientras intentaba digerir las novedades.
– Entonces creo que te había juzgado mal -dijo, poniéndose como un tomate-. Lo siento.
– No pasa nada -contestó Kurt.
Manny carraspeó ligeramente.
– ¿Entonces crees haber encontrado la cura para mis viñas?
– Es posible. Un día de estos el profesor vendrá a hablar contigo -estaba deseando salir a buscar a Jodie lo antes posible. Tomó las llaves del coche y echó un vistazo a su alrededor por si se dejaba algo-. Pero ahora mismo, tengo otro problema que resolver.
Se detuvo en el acto, levantó una ceja y miró a Manny. Un sentimiento desagradable lo invadía.
– Manny, ¿le has contado todo esto a alguien más?
– Hablé con Jodie, y como estaba tan enfadado se lo conté todo. Oye, tendrás que explicarle que estaba equivocado.
La cara de Kurt se quedó petrificada y su corazón se detuvo por un instante. Así que había sido eso el desencadenante del mal humor de Jodie.
– Claro que se lo diré -pero dejó a un lado las llaves del coche y cambió de idea en lo de pedirle a Manny que se quedara con Katy.
Hablaron unos minutos y después Manny se marchó. Kurt se quedó donde estaba, con la mirada perdida en la oscuridad. ¿Por tan poca cosa había desconfiado Jodie de él? Unas palabras de Manny y cambiaba de idea con respecto a él. Él era un McLaughlin, y no se le concedía el beneficio de la duda, pero le costaba creer que no le hubiera dejado explicar su punto de vista. Era casi como si hubiera aprovechado la excusa para marcharse. Tal vez se pareciera más a Grace de lo que él creía.
Se había marchado. Cerró los ojos y se enfrentó a la realidad. Sí, se había marchado. No iba a salir corriendo tras ella ni a suplicarla que volviera. Sabía por experiencia que esas cosas no duraban mucho tiempo. Sólo retrasaría la agonía.
Pero le dolía. Aunque había tratado de protegerse a sí mismo de sentir ese tipo de dolor de nuevo, allí estaba. Y junto con el dolor llegó una ira ardiente que llegaba desde muy adentro. ¿Cómo había pensado tan rápidamente que era un tramposo y un mentiroso?
Tal vez fuera lo mejor. Y desde luego, mejor entonces que después de haberse comprometido a algo. Pero entonces pensó que no volvería a besarla de nuevo, o a verla sonreír de felicidad, y eso le dolía como un puñal clavado en el corazón.
Maldiciendo en voz baja, miró por la ventana. Tal vez ella había tenido razón desde el principio y su relación estaba maldita por esa estúpida rivalidad.
Jodie levantó la vista y vio a Kurt salir del ascensor con un pequeño grupo de gente. Rápidamente bajó la vista a sus papeles, pero no pudo contener los latidos desbocados de su corazón, como siempre que lo veía. Él y el resto del grupo pasaron a su lado, pero Jodie pretendió estar sumida en su trabajo.
Había pasado casi una semana desde que se marchó de su casa, y no habían hablado en serio desde entonces. Trabajaban juntos todos los días, pero sólo en la oficina, y todo lo que se decían era por motivos de trabajo. Ella había estado a punto de preguntarle por Katy, pero había oído que le contaba a Shelley que uno de sus primos se estaba ocupando de ella, así que su pregunta ya estaba respondida.
Odiaba aquello. Sabía que él estaba enfadado por el modo en que se había marchado. Él sabía que ella pensaba que era culpable de algo, y ella sabía que las sospechas de Manny eran infundadas. Matt y Rafe habían aclarado ese punto, así que lamentaba mucho haber caído en un error tan estúpido.
Pero ya era demasiado tarde para intentar arreglar las cosas. Según su punto de vista, Kurt había aprovechado la oportunidad para librarse de ella cuando ya no la necesitaba. Se lo había anunciado cuando le había dicho que se lo estaba tomando demasiado en serio. Después de todo, él ya le había dicho que no estaba disponible para relaciones a largo plazo. Ella se había metido en aquel lío siendo plenamente consciente de a lo que se arriesgaba, así que había conseguido lo que se merecía, suponía.
Pero eso no evitaba que llorase por las noches. Estaba enamorada de él, ¿qué podía hacer?
Y además, estaba Katy. La pequeña y dulce Katy. Echaba de menos tenerla en sus brazos y había pasado de no querer tener nada que ver con los niños a adorar a Katy en unos pocos días. ¿Era posible un cambio tan radical?
Sí, siempre que se olvidara uno del miedo. Hmm. Tal vez fuera bueno recordar eso.
Había pasado sólo media hora cuando Shelley pasó por su mesa.
– Tu jefe quiere verte en la sala de juntas.
– ¿Quieres decir Kurt?
Shelley le hizo una mueca.
– ¿Acaso no es él tu jefe?
Claro que lo era, por mucho que hubiera intentado cambiarlo desde el principio. Dejó escapar un suspiro, se levantó y se dirigió a la sala de juntas. Supuso que querría hacerle algún comentario sobre las propuestas publicitarias que le había entregado aquella mañana. Habían trabajado codo con codo durante un tiempo y estaban en tan buen sintonía, que ahora se le hacía raro volver a ser la empleada del montón de nuevo. Bueno, alguien tenía que hacerlo, así que ella intentaría llevarlo lo mejor posible.
– Buenos días -dijo ella mientras empujaba la pesada puerta de la sala y entraba.
Kurt estaba sentado en el extremo contrario de la mesa; tenía el pelo castaño algo más largo de lo habitual, como si no hubiera tenido tiempo para cortárselo últimamente. Sus ojos verdes la miraban de un modo que ella interpretó como expectante. Entonces se dio cuenta de que algo se movía en su regazo y sólo tardó un par de segundos en darse cuenta de que era la niña.
– ¡Katy! -gritó sin poder evitarlo.
La pequeña la miró y empezó a gritar nerviosa y contenta a la vez.