– Ma-ma -gritó, levantando los brazos regordetes hacia Jodie-. Ma-pa-ma-pa.
Jodie ignoró a Kurt, las balbuceantes palabras de la niña y fue corriendo por ella. Cuando tuvo a la niña en brazos, rió y la abrazó con fuerza.
– ¿Has oído eso? -preguntó Kurt como si nada-. Te ha llamado «mamá». ¿Te molesta?
Ella se volvió para mirar el rostro que tanto le gustaba. No podía leer la expresión de su cara, pero algo en el ambiente hizo que se pusiera muy nerviosa.
– Kurt, ¿qué intentas hacer conmigo? -preguntó ella.
Él se encogió de hombros y sonrió.
– Sólo estoy explorando la idea de que seas su madre. ¿Qué te parece? ¿Hay alguna posibilidad de que te guste ese papel?
Ella lo miró, sin aliento.
– ¿Qué? ¿Estás intentando contratarme de nuevo?
Antes de que pudiera responder, Shelley entró con unos papeles y Kurt se levantó. Tomó a Katy de los brazos de Jodie y se la pasó a Shelley.
– ¿Puedes llevarla al comedor y darle un helado o algo así? -preguntó.
– Claro -Shelley los miró con una sonrisa-. Vamos a pasarlo genial, ¿verdad, Katy?
Jodie no había dejado de mirar a Kurt ni un solo segundo.
– Siéntate -pidió él cuando Shelley hubo cerrado la puerta.
Ella se sentó muy despacio a su lado y esperó a que él comenzara.
Tardó un momento en empezar a hablar. Parecía estar ordenando sus pensamientos. Y después la miró.
– He estado pensando mucho estos últimos días -dijo él.
Ella asintió.
– Yo también -admitió en voz baja.
– He sido un imbécil.
Ella lo miró e intentó comprender sus palabras. ¿Acaso lamentaba su relación? Era difícil de decir, pero ella estaba segura de una cosa:
– Aún estás enfadado conmigo.
El dudó y frunció el ceño.
– Un poco -admitió.
Ella se pasó la lengua por los labios.
– ¿Por qué exactamente?
Un rayo de dolor le cruzó la cara.
– Porque no confiaste en mí. Creía que me conocías bastante bien, pero seguías sin creer en mí.
Ella entristeció, pero no podía dejar que se quedara con esa impresión, porque se acababa de dar cuenta de que no era verdad.
– No -dijo ella con sinceridad-. No fue eso. Yo no creía en mí misma. Tenía miedo y necesitaba tiempo y espacio para pensar las cosas. Cuando todo pareció indicar que estabas traicionando a la empresa, yo… bueno, me enfadé, y lo usé como excusa para huir.
El asintió en silencio.
– Pero eso no responde a mi cuestión principal. Caíste en la trampa con demasiada facilidad, Jodie. ¿Fue por mí o por esa estúpida rivalidad?
Ella se miró las manos y las entrelazó sobre el regazo. Después levantó la mirada.
– La rivalidad existe, aún es parte de mí. Voy a tener que trabajar mucho para olvidarla, pero, Kurt… -se mordió el labio y después continuó-. Conseguiré olvidarlo y lo borraré de mi mente. Puedo hacerlo.
Él le tomó una mano entre las suyas.
– Entonces, ¿no crees que quiera engañar a tu familia?
Ella cerró los ojos por un instante.
– Oh, Kurt.
– Porque no voy a hacerlo, ya lo sabes.
– Lo sé -hizo un gesto, sintiéndose culpable-. Rafe me explicó que has estado trabajando mucho por papá estos meses y que si no hubiera sido por ti, la compañía ya se habría hundido.
– Bueno, eso no podemos saberlo.
– Sólo tengo que decir una cosa -dijo ella, decidida a sacarlo todo mientras tuviera fuerzas-. Quiero que sepas que te quiero, Kurt McLaughlin.
Ya estaba. Lo dijo y se rodeó el cuerpo con los brazos, sin saber qué esperar. ¿Pondría él cara de extrañeza y se apartaría, o volvería a decirle que se lo había tomado muy en serio? Jodie contuvo el aliento, esperando.
Él pareció sorprendido y después, lentamente, empezó a sonreír. Se inclinó hacia ella, le pasó la mano libre por el pelo y la acercó hacia sí.
– ¿Sabes cuánto he echado de menos tus besos? -dijo en voz baja.
– Oh -ella se puso una mano sobre el pecho-. No podemos besarnos aquí. Estamos en la sala de juntas.
– ¿Acaso te olvidas de quién es el jefe? Puedo llevar esta reunión como quiera -le sonrió-. Y digo que cuando hay amor de por medio, los besos son obligatorios.
Ella se retiró ligeramente.
– ¿Acaso significa eso que…?
– ¿Quieres que diga todas las palabras?
Ella asintió.
– De acuerdo. Allá va. Te quiero, Jodie Allman, aunque estoy pensando en cambiarte el apellido lo antes posible.
Jodie se echó a reír, hasta que él la besó y ella se fundió en el beso, empapándose de su ternura y devolviéndosela a manos llenas. Estaba radiante. Apenas podía creer que sus sueños se hubieran hecho realidad. Ella se apartó y le sonrió con labios aún temblorosos.
– Kurt, siento haberte hecho pasar por todo esto. No te merecías mi desconfianza.
– No, eso es cierto -sonrió, le acarició la mejilla y el amor inundó sus ojos verdes-. Se acabaron las rivalidades, ¿trato hecho?
Ella le ofreció la mano.
– Lo juro.
Se miraron a los ojos y sonrieron.
– Jodie, escúchame -le dijo Kurt con súbita urgencia-. ¿Vas a casarte conmigo y a ser la madre de mis hijos o no?
– No lo sé. Esto es muy repentino.
– Al infierno. Llevo mirándote desde que me afeité por primera vez. Ya es hora de que zanjemos este asunto.
Ella inclinó la cabeza, sonrió y preguntó:
– ¿Lo dices en serio?
– En serio.
Ella suspiró.
– Oh, ¡te quiero!
– Y yo a ti, Jodie.
– Oh -sus ojos se llenaron de lágrimas.
– ¿Entonces? ¿Sí o no? Di que sí.
Ella le sonrió y dijo:
– Si. ¡Sí!
– Bien.
Y se volvieron a besar, para cerrar el trato.
Morgan Raye