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– ¿Qué estás diciendo?

– Digo que desde el principio se restó importancia a cualquier mala noticia que tuviera que ver con El Refugio, especialmente si se trataba de una muerte sucedida en sus terrenos.

– ¿Y no es lo que cabe esperar, tratándose de un hotel?

– Hasta cierto punto, sí. Pero un hotel normal, si se enfrentara a la desaparición, muerte o incluso asesinato de alguno de sus huéspedes, tendría papeles a montones. Atestados policiales, informes de seguridad, declaraciones médicas… Cualquier tipo de documento que hiciera falta para eximir al hotel y a sus empleados de toda responsabilidad.

– Y El Refugio no los tiene.

– Eso te decía. Si quieres saber mi opinión, alguien, desde muy pronto, decidió cómo había que encarar las malas noticias. Y ya fuera porque se convirtió en costumbre o en una norma férrea, así es cómo se hizo desde entonces.

– Sin papeleo.

– Sin papeleo y mencionando únicamente el hecho desnudo. Nombre, fecha, no mucho más. Normalmente, sepultado entre las anotaciones del funcionamiento cotidiano del hotel.

Nate apoyó el antebrazo sobre la mesa y comenzó a tamborilear distraídamente con los dedos.

– Sé de cuántas muertes y desapariciones estamos hablando en los últimos veinticinco años gracias a la obsesión de Quentin. Pero ¿y antes? ¿Cuántas hubo?

– Bueno, pasarán semanas antes de que pueda decírtelo. Apenas he llegado a 1925.

– Está bien. ¿Cuántas hubo hasta 1925?

Stephanie respiró hondo.

– Incluyendo las que hubo durante las obras, he contado más de una docena de muertes en los terrenos de El Refugio hasta 1925.

Transcurrió un minuto, pero Nate dijo por fin:

– De ésas, ¿cuántas fueron sospechosas?

– ¿En mi opinión? Todas, Nate. Todas.

– ¿Estás muerto? -preguntó Diana con incredulidad.

Beau sonrió.

– No.

Ella dio un paso hacia delante, insegura.

– ¿Eres un médium?

– No.

Diana miró los caballetes grises que había a su alrededor, con sus lienzos grises embadurnados y pintados a pincel con diversos tonos de gris. Miró las plantas grises que había aquí y allá en el invernadero, bajó la mirada hacia su propia persona, teñida de gris, y la alzó luego hacia él. También era gris. Todo era gris.

– Entonces, repito, ¿qué diablos haces aquí?

– Ya te lo he dicho. Te estaba esperando.

– Beau, ¿sabes dónde estamos?

– Creo que tú lo llamas el tiempo gris.

– ¿Cómo lo llamas tú?

El miró a su alrededor, como con tibia curiosidad, y contestó:

– Tu nombre le va bien. Es un lugar interesante. O… un tiempo interesante.

– Sólo los muertos andan por aquí.

– Tú estás aquí.

– Yo soy una médium. -Se interrumpió, sorprendida, y Beau sonrió de nuevo.

– ¿Es la primera vez que lo dices?

– Creo que sí. La primera vez que lo digo en serio, por lo menos.

– Cada vez te será más fácil -le dijo él-. No es tan extraño. Incluso es muy normal, pasado un tiempo.

Diana meneó la cabeza.

– Eso da igual. No entiendo cómo es que estás aquí.

– Es un don que tengo. Mi hermana dice que estoy… muy conectado con el universo.

– ¿Se supone que eso es una explicación?

– Seguramente no. No importa cómo estoy aquí, Diana. Lo que importa es que veas lo que tengo que enseñarte y escuches lo que tengo que decirte.

– Hablas como un guía -masculló ella.

– Perdona. -Beau se volvió, le hizo señas de que le siguiera y la condujo hasta el rincón del fondo, donde estaba montado su caballete.

El caballete de Diana. Su cuaderno de dibujo. Su dibujo de Missy, allí expuesto, a pesar de que ella sabía que seguía en su bolso, en la cabaña. Pero lo que resultaba más sorprendente aún era que había sobre el dibujo una mancha de brillante color escarlata, una mancha que refulgía, húmeda, y que, de hecho, goteaba todavía sobre los trapos que había bajo el caballete.

Una mancha escarlata. No gris.

Como el verde de la puerta, aquél era un color que ella podía ver.

– ¿Por qué? -preguntó, segura por alguna razón de que no tenía que explicar su pregunta.

– Un indicador -respondió él-. En el tiempo gris también los hay. Cosas a las que hay que prestar atención. Cosas que recordar para encontrar el camino. Sólo que aquí destacan un poco más.

Diana pensó en aquello.

– Lo de la puerta verde lo entiendo. Es el camino de vuelta. La salida. Pero ¿y esto?

Beau dio un paso atrás y le indicó que se acercara más al caballete.

Diana obedeció y miró el dibujo, que parecía, ciertamente, el mismo que había hecho. Observó la mancha escarlata que cruzaba la delicada figura de Missy. La mancha escarlata que parecía… sangrar por el borde del papel. Casi como si…

Dio otro paso y se inclinó ligeramente hacia delante para mirar más de cerca el color que emborronaba el dibujo. No era fácil de ver, porque la mancha (¿pintura? ¿sangre?) se había corrido, distorsionando la forma de las… ¿letras?

– No estaba claro al principio -dijo Beau a su espalda-. Parecía simplemente una mancha de color. Luego, poco a poco, empezaron a aparecer las letras. Fue entonces cuando comprendí que tenías que ver esto.

Ella dijo distraídamente:

– ¿Por qué no me lo has enseñado al otro lado de la puerta, fuera del tiempo gris? Allí también está, ¿no?

– Sí, está allí. Pero es sólo una mancha de color, sin letras. Alguien me sugirió que echara un vistazo aquí, en el tiempo gris, para ver qué había en realidad.

– ¿Alguien?

– Bishop.

Diana no se sorprendió.

– Debí imaginar que formabas parte del equipo. Bishop esperaba que vieras alguna advertencia, ¿verdad?

– Creo que sí. Y dijo que tú tenías que verlo. También dijo que sería esta noche, lo cual me sorprendió. Después del día que has pasado, no creía que lo intentaras tan pronto.

Diana se incorporó con un suspiro.

– Supongo que no te dio instrucciones para mí.

– No. No suele hacerlo en casos como éste.

– Lo que es realmente asombroso es que haya casos como éste. Todo este tiempo he pensado que estaba sola.

– No lo estás.

– Sí. Ya lo veo. Sólo espero que no sea demasiado tarde.

– Si te sirve de algo -contestó Beau-, mi ventana hacia el universo me dice que Quentin es tu as en la manga.

– Eso también lo voy entendiendo. -Ella respiró hondo-. Pero no va a gustarle lo que tengo que hacer ahora.

– ¿Sabes qué tienes que hacer?

Diana asintió con una inclinación de cabeza.

– Ahora sí. Viendo esto… recuerdo todas las pesadillas. Todos los mensajes que Missy ha intentado mandarme desde que llegué aquí. Incluso antes de que llegara aquí. Se ha estado preparando para esto todo este tiempo. Sabía que yo vendría. Sabía que Quentin también estaría aquí. Ha sido… muy paciente.

– Algunas cosas tienen que suceder como suceden. A su debido tiempo.

– Tiene gracia que eso lo aprenda en un lugar sin tiempo.

– Con tal de que lo aprendas.

Con un suspiro, Diana dijo:

– ¿Te ha dicho alguien alguna vez que hablas como una galleta de la suerte?

– Me suena de algo.

– No me sorprende. Y supongo que no podrás contestar a la única pregunta cuya respuesta he venido aquí a buscar.

– Lo siento.

– ¿Eso también llegará a su debido tiempo?

– Sí. Hasta entonces, tienes otras cosas de qué preocuparte, Diana. Ya llevas aquí demasiado tiempo.

– Lo sé. -El frío se le había metido en los huesos y se sentía yerta, casi inerme. Incluso sus pensamientos empezaban a zozobrar.

– Vuelve. Ahora mismo.

Diana miró a su alrededor, frunció el ceño y dijo:

– Estoy muy lejos de la puerta.

– Diana…

– Muy lejos. Y creo…