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Ta-tan.

– Mierda -musitó.

«Diana…»

Se dio cuenta de que se había arrimado a la pared helada, justo al otro lado de la puerta, con las palmas pegadas a las caderas. Comprendió que sus piernas estaban a punto de flaquear, que estaba a punto de deslizarse por la pared y de acabar acurrucada en el suelo, indefensa.

Inutilizada.

«¡Diana! No dejes que te asuste. Así es como nos atrapa. Así es como vence.»

– Puedo crear una puerta -susurró ella-. Puedo traer la puerta a mí. Puedo…

«No. No puedes abrir una puerta. Aquí no. Sola no.»

Ella respiró hondo, luchó por mantenerse erguida, intentando que su cuerpo recuperara las fuerzas. Nunca había hecho nada tan arduo, y no estaba segura de conseguirlo, pero lo intentó lo mejor que pudo.

– ¿Dónde está?

«Cerca. Pero tienes un lugar seguro. La puerta verde, Diana. Encuentra la puerta verde.»

– Antes hice una.

«Tienes que encontrar la que existe a ambos lados. En ambos mundos. Encuentra esa puerta verde, Diana.»

– ¿Por qué no estás aquí para guiarme?

«Porque hay algo que tengo que hacer en este lado. Pero te ayudaré. Sigue adelante.»

El plan. Apartándose de la pared helada, Diana echó a andar por lo que parecía un corredor interminable e indistinto, en busca de una puerta verde.

Capítulo dieciocho

Quentin no esperaba encontrarla en el invernadero, pero miró allí primero, sólo por asegurarse. Diana no estaba, allí había únicamente una docena de caballetes con cuadernos de dibujo y lienzos. Quentin se quedó en la puerta y contempló los jardines iluminados por las luces de emergencia, intentando aquietar su mente y concentrar sus sentidos, intentando llegar hasta Diana. Ver más allá de lo que podía ver. Oír más de lo que podía oír. Tocar lo que estaba más allá de su alcance.

Lo único que sentía era su corazón palpitante.

«¿Hay algo entre nosotros? ¿Entre tú y yo?»

Debería haberle contestado. Debería haberle dicho la verdad, toda la verdad. Tenía la dolorosa sensación de que ello habría cambiado las cosas.

– Quentin, ¿qué demonios está pasando?

Era Nate, con Stephanie a su lado; ambos iban armados y parecían preocupados, y Quentin cobró conciencia con un vago sobresalto de que se habían acercado sin que se diera cuenta.

¿Dónde estaba su sentido de arácnido? ¿Por qué no sentía a Diana?

– Diana ha desaparecido -dijo, ofreciéndoles una versión abreviada y razonable de lo sucedido.

– Mierda -dijo Nate, y retrocedió para salir mientras echaba mano de su radio.

– ¿Habrá salido? -preguntó Stephanie-. ¿Tan tarde?

Otra pregunta que Quentin no se entretuvo en responder con la verdad. Asaltado por un recuerdo, dijo rápidamente:

– Stephanie, ¿hay alguna puerta verde en El Refugio?

– ¿Una puerta verde? No… Espera. -Arrugó el entrecejo-. Sí, hay una. Recuerdo una anotación sobre ella en mi archivo, algo acerca de que esa puerta se había dejado con su color original porque era prácticamente la única estructura de madera que había sobrevivido al incendio.

– ¿El incendio del ala norte?

– Sí. Al parecer, uno de los dueños era supersticioso al respecto.

El la miró fijamente.

– Mi habitación está en esa ala. No recuerdo haber visto nunca una puerta verde.

– Bueno, no tienes por qué haberla visto. Está al final de un pasillo que hace una esquina un poco rara, y ahora son todo zonas de servicio. Lo son desde que se reconstruyó el ala. Almacenes de ropa blanca, un cuarto de herramientas, un armario de suministros… No hay ventana al final de ese pasillo, y está al otro lado de las escaleras, así que no hay nada que le atraiga a uno en esa dirección.

– ¿Y es la única puerta verde del edificio?

– Que yo sepa, sí. -Ella lo miraba con el ceño fruncido.

Quentin no se sorprendió. Pensó que probablemente parecía un poco desquiciado. O muy desquiciado.

– ¿Dónde está? -preguntó-. ¿Cómo llego hasta allí?

– Está… en el ala norte, en la tercera planta. Gira a la izquierda al llegar a lo alto de la escalera central y luego sigue recto hasta el final.

Dios, estaba más cerca de la puerta cuando se había dado cuenta de que Diana había desaparecido. No esperó a ver si los demás le acompañaban. Echó a correr. Le pareció oír que Nate le gritaba algo, algo acerca de que uno de sus hombres había informado de que Cullen Ruppe había sido agredido, pero todas sus energías estaban concentradas en encontrar a Diana.

Y fue cuando estaba en medio de las escaleras tenuemente iluminadas que la primera visión auténtica que había tenido en su vida casi le hizo caer de rodillas.

Por primera vez, vio el futuro.

Diana pensó que aquello iba a requerir más fuerzas de las que tenía, pero de algún modo logró seguir las indicaciones de Missy. Girar. Tomar las escaleras. Subir otra planta. Girar otra vez.

Tenía cada vez más frío, tanto que se preguntaba por qué su hálito no nublaba el aire delante de ella. Pero eso era otra cosa que nunca sucedía en el tiempo gris.

Ta-tan.

Ta-tan.

Intento moverse más deprisa, pero le dolían las piernas y le costaba poner un pie delante del otro. Y luego estaba aquel cosquilleo extraño y hueco que parecía haber dentro de ella. No estaba segura de si era su propio corazón, palpitando, o aquel otro sonido más primitivo.

«Escúchame, Diana. La puerta verde está justo delante. Al otro lado de esa esquina. Quiero que la abras. Pero no la cruces.»

– ¿Qué?

«Quentin viene hacia aquí. Él será tu salvavidas.»

– Yo nunca he necesitado un salvavidas.

«Esta vez lo necesitarás. Y puedes confiar en él. No te dejará ir, lo sabes, ¿verdad, Diana?»

– Porque tú le importabas mucho -dijo Diana.

«No. Yo soy su pasado. Tú eres su futuro. Por eso no te dejará ir.»

Diana no sabía si creer aquello, pero no lo puso en duda porque por fin había alcanzado el final del largo corredor y veía el extraño recodo del fondo. El corto pasillo que acababa en una puerta verde.

Ta-tan.

Ta-tan.

Recorrió más aprisa los últimos metros y asió el pomo anticuado de la puerta.

– Si abro esto…

«Abres dos puertas. En ambos mundos. No sueltes el pomo, Diana. No lo sueltes hasta que haya acabado.»

– Pero…

«Tiéndele la mano a Quentin. Y abre la puerta.»

Diana giró el pomo y al mismo tiempo alargó hacia atrás la mano libre. Y extendió el brazo con algo más que su carne, con algo más que su voluntad.

Casi inmediatamente hubo un destello brillante y por un instante el tiempo gris se desvaneció. La puerta fue de un verde más vivo y el papel con estampados en relieve de las paredes del corto pasillo mostró sus ricos colores Victorianos.

Luego hubo otro destello y esta vez Diana sintió el calor y la fuerza de la mano de Quentin agarrando la suya. Otro destello y ella volvió la cabeza, vio a Quentin allí.

Y…

Había vuelto. Con una mano sujetaba el pomo de una puerta verde entreabierta. Con la otra sujetaba la mano de Quentin.

– Diana…

¡Ta-tan!

¡Ta-tan!

Ella sintió una ráfaga de aquel hedor enervantemente familiar y, antes de que pudiera advertir a Quentin, ambos oyeron los pesados pasos de unos pies sorprendentemente veloces que se precipitaban hacia ellos.

«No toques el recipiente, Diana.»

Ella le susurró a Quentin:

– No…

– Lo sé -murmuró él, a su vez. Le apretó los dedos y, al igual que Diana, pegó la espalda a la pared, dejando el pasillo lo más despejado posible mientras ambos miraban la esquina.