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– Dicen que me vieron en la Zeil en una pelea y que le pegué una puñalada a un yugo de mierda.

– ¿Lo dicen? ¿Quiénes?

– Tu colega, la preñada.

– ¿Y usted qué dice?

– Que es todo mentira. Lo que pasa es que les jode que haga tanto tiempo que no me pueden cargar nada. Así que algún imbécil dice que vio a un turco y parece que me tocaba a mí esta vez.

– Si es así, seguro que no será un problema decirme dónde estaba el viernes por la noche.

– En casa. Pregunta a mi madre.

Mehmet la señaló y la madre reaccionó como si le hubieran dado la entrada. Empezó a hablar en turco, pero sin mirar al intérprete, dirigiéndose a Cornelia. La comisaria se preguntó si no se había vuelto demasiado cínica con los años, porque su primer pensamiento fue que también las madres de los delincuentes aprenden de su experiencia con la policía. Antes la señora Ullusoy le habría contado todo al intérprete, lo habría buscado como interlocutor para que él fuera quien hablara con la policía. Ahora se dirigía a ella y hacía pausas de vez en cuando para que Alphan Yilmaz tradujera sus palabras.

Nada de lo que le dijo Yilmaz sorprendió a la comisaria. La madre aseguraba que Mehmet había pasado todo el viernes en casa y lo confirmó ante la observación escéptica de Cornelia de si le parecía normal que un chaval de diecisiete años pasara la noche del viernes en casa con su mamá. Constató que el tono burlón que había dado a sus palabras, molestaba a Mehmet, que le lanzó una mirada huraña, así que se dirigió de nuevo a él.

– Es realmente una vergüenza que la policía se haya atrevido a sospechar de esta criatura angelical, un hijo modélico que prefiere pasar los fines de semana acompañando a su madre en lugar de salir con sus amigos, ir a la discoteca, quedar con chicas. Un verdadero ejemplo para toda la juventud.

Se detuvo fijando la mirada en la sonrisa que forzaba Mehmet estirando los músculos faciales mientras los ojos expresaban un desconcierto creciente. Prosiguió sin cambiar de tono.

– Lástima que este dechado de amor filial tenga un doble empeñado en hacerse filmar por todas las cámaras de vídeo de la Konstabler Wache. Y aún más lamentable es que ese doble tuviera la mala idea de aparecer como protagonista de la película del viernes por la noche.

Estaba mintiendo. Según la información que Obersdörfer le había enviado, la identificación era incierta ya que la cara quedaba semioculta por la capucha del jersey. Pero eso Mehmet no podía saberlo. De hecho, no lo sabía, y picó.

– ¿Y qué? ¿Está prohibido pasear por la zona peatonal?

– No, pero sí mentir a la policía. Eso va también por usted, señora Ullusoy.

Madre e hijo empezaron a discutir vivamente. Hablaban en turco como si no fueran conscientes de que el intérprete estaba justo a su lado. Alphan Yilmaz hizo un gesto a Cornelia preguntándole si quería traducción. Ella negó con la cabeza. No esperó a que terminara la disputa familiar.

– ¿Preparando una nueva versión?

Ambos se volvieron hacia ella.

– Eso lo pueden hacer después, cuando me haya ido. Ahora, señor Ullusoy, tenemos que seguir nuestra amena conversación. Pongamos que usted estaba inocentemente paseando por la Zeil el viernes por la noche en compañía de un grupo de amigos, todos honrados ciudadanos como usted. ¿Por qué, entonces, varios testigos aseguran haberlos visto envueltos en una pelea violenta con otro grupo de jóvenes, kosovares para más señas, que acabó con varios heridos, uno de ellos muy grave? ¿Y por qué se empeñan en identificarlo a usted como la persona que empuñó el cuchillo y atacó a Miroslav Rimag?

– Hay gente que me la tiene jurada.

– ¿También la gente que estaba casualmente comiendo una hamburguesa en el McDonald's?

– ¿Los que dicen que me han visto no serán casualmente yugos? Porque si es así, no me extraña. Siempre le echan la culpa a algún turco, y ahora me tocaba a mí. ¿Sabes cuál es el problema, comisaria? Que esos yugos no respetan nada. Llegan aquí y creen que pueden ocupar lo que les pertenece a otros. La Zeil es nuestra, llevamos años ahí, pero esos chulos no quieren acatar las reglas.

Cornelia sabía bien que tenía que dejarlo hablar y no hacer ningún comentario a pesar de que de buena gana se hubiera echado a reír del discurso de Mehmet, que sonaba casi como el de muchos alemanes cuando llegaron los emigrantes. Alentado por su silencio, él continuó.

– Llegan aquí y se creen qué sé yo porque en su país eran los reyes del mambo, y no quieren entender que aquí no valen ni media mierda. Aquí estamos nosotros, que nos lo hemos currado durante años. Y esos yugos catetos, que apenas hablan alemán…

Mehmet empezó a reír como si acabara de acordarse de un chiste.

– ¿Qué es tan gracioso?

– ¡Es que son tan burros! -El chico podía continuar a duras penas, la risa cortaba sus palabras-. Se creen tan listos, y sin embargo sólo son una panda de analfabetos. Ahora quieren entrar en el negocio de la protección de locales, ya sabes, anónimos, amenazas a los dueños de los restaurantes.

Cornelia tuvo que fingir que cambiaba de posición en la silla para disimular el salto que había dado en su interior. Procuró que su expresión no delatara un interés que pusiera en guardia a Mehmet, pero éste se encontraba por completo enfrascado en su relato.

– ¡Son tan inútiles! No saben escribir tres palabras seguidas y quieren dedicarse a asustar al personal con cartitas. Seguro que alguno hasta las habrá firmado. Aunque son tan cortos que no creo que sepan escribir sus nombres…

– ¿Son esos a los que se refiere los mismos con quienes tuvo lugar la pelea del viernes por la noche?

La risa de Mehmet se cortó en seco. En la habitación sólo se oía el bisbiseo del intérprete que durante todo ese tiempo había traducido al turco para la señora Ullusoy. También éste llegó a su fin. Mehmet miró a la comisaria aviesamente.

– ¡Qué sé yo!

Mentía y no se molestaba en esconderlo.

– Mira, comisaria, para mí todos los yugos son iguales. Y ahora, si hay uno, un Miroslav, que la palma, pues mejor. Por mí podría palmarla cada día uno. ¿Sabes que te digo? Que yo no fui, pero bien pensado, ojalá lo hubiera sido…

Mehmet no pudo terminar su bravata, la madre se movió bruscamente, dando un salto de gran violencia, el brazo derecho de la señora Ullusoy pasó por delante de la cara del traductor para darle una tremenda bofetada a su hijo.

– ¡Calla, desgraciado!

La madre dio otra bofetada a su hijo sin que éste hiciera nada por esquivarla. Por lo visto la señora Ullusoy entendía más alemán de lo que les hacía creer. Alphan Yilmaz interpuso su cuerpo para separarlos. Cornelia se levantó también para sujetar a la madre, que se había levantado para seguir golpeando a Mehmet.

– Señor Yilmaz, es mejor que abandone la sala. También usted, señora Ullusoy.

Yilmaz se lo repitió a la madre en turco mientras Cornelia tomaba a la madre de los hombros y se dirigía con ella también a la salida. La mujer no opuso resistencia, se dejaba llevar con mansedumbre.

El interrogatorio había terminado. Ursula Obersdörfer había observado toda la escena desde la habitación contigua. Entró justo cuando Yilmaz abría la puerta. Un agente en uniforme la acompañaba.

– Siéntese, Ullusoy -ordenó Obersdörfer al ver que Mehmet también se había levantado. Éste obedeció.

Cornelia se volvió. Mehmet le dirigía una mirada suplicante.

– Comisaria Weber, no me deje así. Usted me conoce hace muchos años.

Un último intento desesperado. Cornelia no cayó, aunque durante un segundo la conmovió la imagen del pequeño Mehmet que había conocido, flaquito, un poco cabezón. Pero no. Ese chico quizás había asestado una puñalada a otro sólo porque era un «yugo de mierda» y con ella había matado definitivamente al otro Mehmet. Borraría de su mente las dudas, si las hubiera, si las pudiera haber.