Abrió la puerta de la pequeña sala de reuniones y se encontró con los ojos alarmados de Reiner Fischer. En cuanto entró en la habitación y pudo observar el grupo al completo, entendió por qué. Había uno de más. Matthias Ockenfeld. Estaba de pie en el lugar que debía ocupar ella. No lo esperaba. Habían concertado el martes para que ella le entregara el balance de su trabajo y había contado con prepararlo y estructurarlo después de la reunión.
– ¡Ah! ¡Comisaria Weber! Por fin estamos todos. Disculpe que me haya tomado la libertad de introducirme en su grupo, pero dado que sus llamadas escasean y que un encuentro fortuito con el subcomisario Fischer me permitió saber de su reunión, he pensado que sería una buena forma de obtener información actualizada sobre los progresos en el caso sin esperar a mañana.
Cornelia no miró a Fischer para que su jefe no creyera que le hacía ningún reproche. Si Ockenfeld quería hacer quedar mal a Reiner tendría que esforzarse más.
– Además -Ockenfeld siguió con voz meliflua mientras dirigía una mirada a Müller, que se esforzaba por disimular su incomodidad-, de este modo he tenido la ocasión de conocer al nuevo colega que usted ha incorporado al departamento de homicidios.
Ockenfeld se sentó en la misma mesa en que ya estaban Fischer y Müller, pero manteniendo una estudiada distancia.
– Traten el tema como si yo no estuviera presente. No quiero estorbarles en su forma de trabajo habitual. Sólo si lo considero oportuno aportaré mi granito de arena.
«¡Pedante! -lo insultó mentalmente-. ¿Qué creerá que es esto, una representación teatral?» Venciendo la incomodidad de tenerlo como espectador, empezó la reunión saludando a sus colegas como si justo acabara de llegar. Intentó ignorar a su jefe. Olvidar su traje de marca, la cara pálida, las gafas con montura de pasta, que le daban un aire de intelectual tan impropio del lugar.
– Bien. En el caso Marcelino Soto, el forense ya nos ha confirmado que la muerte se produjo el martes por la noche y que el cadáver fue arrojado al agua el mismo día.
– ¿Tiene ya el informe? Pensaba que estaban en huelga de celo -se extrañó Ockenfeld.
– Lo están, pero son profesionales y éste es un caso de asesinato.
Ockenfeld masculló algo, pero ella lo ignoró.
– Probablemente Soto fue sorprendido por su asesino, que lo atacó por la espalda desde una posición superior, esto permite suponer que la víctima se encontraba sentada.
Mientras hablaba, fue pegando en un panel varios dibujos que mostraban figuras humanas esquemáticas que reproducían el modo en que había sido asesinado Soto.
– Por lo tanto -intervino Fischer-, es posible que conociera a quien lo mató y que el asesino lo atacara en una situación en la que la víctima se encontraba completamente confiada dándole la espalda. También cabe la posibilidad de que el asesino lo sorprendiera por completo y actuara con enorme rapidez, sin darle tiempo a reaccionar, a levantarse.
A Cornelia le complacía que el jefe viera el buen funcionamiento de su equipo. Confiaba en que Müller también venciera la cohibición que le producía la presencia de Ockenfeld y su comentario sobre su pertenencia al grupo y mostrara la iniciativa que había ido desarrollando desde que empezó a trabajar con ellos. Retomó la palabra:
– Por el momento tenemos dos líneas de investigación. La escena que presenciamos en el cementerio apunta a algún problema entre las asociaciones de emigrantes quizá lo suficientemente grave como para que se produjera un altercado durante el entierro de Soto.
– ¿Qué tipo de conflicto suponen?-preguntó Ockenfeld.
– Se podría tratar de una cuestión política, Soto fue muy activo en la lucha obrera.
– No podemos descartar que detrás se esconda un móvil económico si tenemos en cuenta la más que boyante situación económica de Soto.
Era Müller. Por fin.
– Exactamente. Una situación que resulta cuando menos llamativa teniendo en cuenta que Soto entró en Alemania con un visado turístico expedido para territorio francés, es decir sin permiso de trabajo y que empezó como trabajador en la Opel. De ahí a ser propietario de varios inmuebles hay un salto que deberíamos explicar.
– El milagro alemán también alcanzó a los emigrantes -arrojó Ockenfeld.
– Por lo que yo sé, y, créame, que sé de lo que hablo, rara vez -atajó Cornelia-. Pero aunque así fuera, vale la pena aclarar cómo Soto llegó a tener tanto dinero. Pasemos a la segunda línea, la más prometedora, las cartas de amenaza que encontró Julia Soto. Subcomisario Fischer.
– Las cartas de amenaza son claros intentos de extorsión. Escritos por un extranjero.
– Según nuestras últimas informaciones, los autores son un grupo de jóvenes originarios de la antigua Yugoslavia -apuntó Cornelia, y refirió el interrogatorio a Ullusoy-. El motivo de la extorsión es claro. Dinero, como siempre. Lo más probable es que a cambio de protección. Hasta ahora no se tenía constancia de que hubiera ninguna banda operando en esa zona, en el Westend. Sólo quejas a causa de molestias puntuales a clientes por parte de jóvenes, pero no se puede decir que se tratara de la acción de una banda.
– ¿Los anónimos no podrían referirse al otro restaurante, el Alhambra, el que se encuentra cerca de la Bolsa? Por allí pululan varios grupos mafiosos -apuntó Fischer.
– La hija de Soto los encontró junto con los papeles del Alhambra. Marcelino Soto era muy ordenado y escrupuloso -dijo Cornelia.
– Así que podría tratarse de una nueva banda.
– O de una de las ya existentes que ha elegido un nuevo territorio. Con la llegada de nuevos grupos del Este ha cambiado de una forma radical la fauna local.
Ockenfeld seguía la reunión con atención, pero se movía algo inquieto en su asiento.
– ¿Y qué hay del otro caso? -quiso saber.
– Enseguida -cortó Cornelia-, todo a su tiempo.
Con la cabeza hizo un gesto a Fischer y Müller para que continuaran. Concertaron cómo proceder en los próximos días; ante la impaciencia de Ockenfeld, repasaron los últimos datos sobre las finanzas de Soto y los resultados de todas las entrevistas que habían llevado a cabo esos días, especialmente con miembros de la colonia española. El resultado era casi siempre el mismo: manifestaciones de consternación, la repetida constatación de la bonhomía del muerto y el deseo de venganza sublimado en la detención del asesino.
– Y bien, respecto al caso Esmeralda Valero, tenemos ya algunas informaciones relevantes.
Ya había decidido qué es lo que no iba a saber de momento el jefe. No pensaba presentarle sus reservas respecto a la extraña actitud de Klein, preocupado en exceso por quitar importancia al asunto. No le iba a decir tampoco que el caso empezaba a interesarle precisamente por el comportamiento ambiguo del banquero. El hecho de que Esmeralda Valero trabajara en un prostíbulo podría ser mucho más delicado que el haberla tenido trabajando sin papeles. Su jefe lo apreciaría sin necesidad de que ella lo dijera de un modo explícito.
Resumió su entrevista con los Klein. Mientras hablaba, Müller la miraba de hito en hito. Se estaba dando cuenta de que la versión que recibía Ockenfeld no era la misma que habían escuchado ellos. Pero, no podía ser de otro modo, no dijo nada. Cornelia pasó después a su acción en el autobús 61, que contó pormenorizadamente. Cuando llegó al punto en que la conocida de Esmeralda les contó lo del prostíbulo, el jefe se movió inquietó. Ella lo ignoró, quería presentar su plan y, dado que temía que Ockenfeld quisiera detener toda investigación hasta haber valorado las consecuencias para Klein, no quiso dejar margen para la interrupción.
– El paso siguiente es, con toda lógica, rastrear los prostíbulos de la ciudad hasta que demos con ella.
Cornelia le dio a su jefe una copia de la foto de la muchacha.
– Está cortada -dijo Ockenfeld-. Parece que entre el pelo de la muchacha se ve asomar una mano.