– Es terrible, en cuanto siento que todo el mundo se muestra de acuerdo conmigo, quiero cambiar de opinión. Soy así… y esta es probablemente la razón de que no se me diera muy bien la parte de ser jefe de redacción relacionada con la gestión: porque me sentía literalmente más cómodo enfrentado a toda mi plantilla que intentando amablemente unirlos. O incluso con mis lectores [del New Republic], siempre pongo, siempre he intentado poner nerviosa a la gente.
»Es obvio que he pensado bastante en esto. No quiero problematizarlo de ninguna manera. Creo que cada uno es como es, pero… precisamente lo que me hace sentirme seguro, creo, es esa falta de seguridad.
– No me interesa ser bien recibido o no serlo. Cuando uno empieza a pensar así está acabado, en mi opinión. La única pregunta que me interesa es si transmito ciertas cosas que estoy intentando transmitir de forma más eficaz a través del medio de la narración ficticia, o bien intentando escribir cosas que sean argumentativas. Como sabes, hoy día hay una división entre los escritos que se atienen a los hechos, escritos biográficos o históricos, y por otro lado la ficción. No existe una gran producción en el género de la escritura política o moral, si exceptuamos los libros políticos puramente efímeros del tipo «yo tengo razón y ellos no» a lo Jim Carville.
– Prácticamente normal fue un libro extraño en el sentido de que no creo que fuera un libro raro, pero sí fue un intento de decir que se podía escribir sobre una cuestión como aquella, que está tan envuelta en emociones y psicología, en un estilo racionalista clásico. El modelo del libro fueron todos los polemistas y panfletistas del siglo diecinueve que yo admiro: textos no muy largos y que cualquiera podía leer para generar una discusión, y es que aquella clase de panfletos de finales del diecinueve eran unos libritos estupendos.
– [Prácticamente normal] salió en mil novecientos noventa y cinco, lo cual quiere decir que lo escribí en mil novecientos noventa y cuatro, mientras todavía era redactor jefe, y de hecho escribí una especie de prototipo del argumento en un ensayo para el New Republic en mil novecientos noventa y tres [«Política de la homosexualidad»]. Y entretanto escribí sobre un montón de cosas más y seguí escribiendo como una especie de comentarista americano para la prensa inglesa, lo cual finalmente me iría muy bien y me proporcionaría una plaza de colaborador en el Times, y de esa forma acabé encontrando una forma de pagar el alquiler. Pero después de abandonar el New Republic, he dejado lo de ser jefe de redacción y me he concentrado más en escribir.
– No había exactamente dramatismo, pero sí energía. No creo que hubiera dramatismo manufacturado. Había energía. Y yo también tenía esa misma clase de interacción con mis compañeros de la redacción… Simplemente era un sitio tempestuoso. Mucha gente importante con ideas fuertes haciendo chocar las cabezas. O sea, así es como son esos sitios. Atraen a gente como yo, y la gente como yo no se lleva bien con la gente como yo.
– … Al principio era eso lo que yo quería hacer, cuando era niño. Es la actividad a la que yo creía estar destinado, presentarme a unas elecciones… Y creo que es lo que hago, al menos en parte… Voy por todo el país y hablo. Voy por los institutos, aparezco en los mítines políticos, hablo en fiestas de recaudación de fondos. Y son cosas que hago todo el tiempo… Es interesante, pero creo que lo que intento llevar a cabo es en primer lugar una actividad forense, el mero hecho de diseccionar y señalar la falta de adecuación del argumento del bando opuesto, ya estés oponiéndote a Jerry Falwell o a Pat Buchanan o a quien sea. Pero también desempeñar un rol que sirva de ejemplo, como cuando digo: «Yo también soy gay y estoy aquí». Ese mero hecho ya cambia el debate que tenemos entre manos, precisamente porque en parte estamos tratando de la vergüenza y de la capacidad de resistir la vergüenza y vencerla. Y sobre eso no se puede discutir. Es algo que se tiene que mostrar. La gente presente lo tiene que sentir para poder absorberlo y crecer y hacerlo ellos mismos. Y yo tengo la sensación de que la mitad del tiempo es eso también lo que estoy haciendo. Que por el mero hecho de aparecer ya consigo el noventa y cinco por ciento de lo que hago. Los miras a los ojos… Es gracioso, pero la semana pasada yo estaba en Politically Incorrect con Lou Sheldon, y él dijo: «Yo no creo que sea una enfermedad. Es una disfunción», hablando de la homosexualidad, y lo único que hice yo fue decir: «Eh, estoy aquí. Deje de hablar sobre mí como si yo no existiera…». Ya no se puede hablar del mismo modo sobre nosotros porque estamos presentes. Tienen que tomarnos en serio.
– No sé cuál debería ser mi rol. Es una cuestión que ha sido un quebradero de cabeza para mí. Te asombraría la hostilidad con que me siguen tratando… Creo que en cuanto tuviera un cargo sería literalmente destrozado por la misma gente a la que se supone que represento… El mundo es muy duro… En el mundo gay y lésbico hay una resistencia extrema a esa clase de liderato. Es una comunidad muy quisquillosa. Odio parecer tan vago y confuso, pero es que no lo sé. Creo que estamos avanzando a tientas. Yo estoy avanzando a tientas.
– Me da miedo recaer en la falta de fe en nosotros mismos, recaer en el pensar en nosotros mismos como cosas irrelevantes o superficiales, como gente que no necesita unas vidas emocionales plenas, que no necesita vidas políticas, me da miedo que todo eso pueda regresar. No soy un liberal conformista. No creo que esas cosas sean inevitables. Creo que son opciones, razón por la cual yo era tan partidario de conseguir el matrimonio al menos como premio de consolación, como una especie de legado tangible del sida, y no lo hemos logrado. Los resultados en Hawai y Alaska muestran que nos queda mucho trabajo pendiente en materia de hablar con la gente heterosexual y convencerlos de que esto es la realidad y que lo necesitamos y lo merecemos. Y que hay mucho pendiente en el sentido de decirnos a nosotros mismos que nos lo merecemos. Y de creer que nos lo merecemos. Pero es duro. Es extremadamente duro.
– En muchos sentidos me parece que este libro [Love Undetectable] es un intento real de trazar una línea al final de una determinada parte de mi vida para poder olvidarme y seguir adelante. Y tuve la impresión de que no podría seguir si no lo escribía, así que tuvo un efecto purgante. Probablemente es así también como la gente lo entiende. Me vino como una náusea. Incluso las partes abstractas me salieron como una náusea. Llegué a un punto en que me di cuenta de que no iba a terminarlo porque no tenía nada que decir sobre la amistad, por ejemplo, y entonces [hace un ruido de náusea], en dos semanas escribí la última parte. Solamente tres o cuatro horas al día escribiendo a toda pastilla.
– Uno llega a un punto con estas cosas donde simplemente necesita dormir un montón de horas y despertarse y volver a organizarse la vida antes de pensar en qué es lo siguiente que va a escribir.
– Tengo la sensación de estar diciendo cosas aquí que no debería decir. Supongo que no importa.
No perseguir a Amy