– Ya he oído hablar de Lucy.
– Le voy a poner tu nombre, Jack. Con tu permiso.
– ¿Jack? No me parece del todo acertado.
– No, no quería decir eso. ¿Te acuerdas de cómo te llamaban algunos en Oxford por lo peludo que eres?
– Claro que me acuerdo. Me llamaban Esaú. -Jack hizo un movimiento afirmativo con la cabeza-. Esaú. Sí, eso me gusta más. Este nombre suena más apropiado para un hombre mono. -Se encogió de hombros-. No te ha sido muy difícil, ¿eh? Te podías haber figurado que iba a decirte que sí. ¿Por qué iba a poner reparos si para mí es un honor?
Swift movió la cabeza.
– Esto no es todo.
– Ah.
– Deseo que me ayudes a presentar una solicitud para una subvención a la National Geographic Society. Quiero que redactemos juntos un proyecto para inspeccionar el Santuario del Annapurna y explorar algunas de las cuevas con el objeto de dar con paratipos y material relacionados con el cráneo. Dicho en pocas palabras, quiero que seas el responsable oficial de la expedición que se monte para rastrear fósiles que puedan guardar relación con Esaú.
– ¿Yo? Pero si no soy antropólogo.
– Es cierto, pero conoces la cordillera del Himalaya y el santuario mejor que nadie. -Se quedó callada un momento-. Además, todo este rollo es sólo para redactar la solicitud y que nos concedan la subvención. En realidad lo que quiero es que organicemos una expedición, porque estoy convencida de que vamos a hallar algo mucho más interesante que unos cuantos huesecillos.
– ¿Como qué, por ejemplo?
– Según Stewart Ray Sacher, que es el jefe del Área de Geocronometría de Berkeley, es imposible datar el cráneo mediante la técnica del carbono. En otras palabras, tiene menos de mil años. Dice que la razón puede que estribe en que el cadáver haya permanecido en un glaciar durante, como mínimo, cincuenta mil años y que sólo cuando el glaciar se fundió, el carbono-14 empezó a descomponerse. Warren Fitzgerald cree que debió de permanecer en el glaciar muchísimos más años. Tal vez cien mil o ciento cincuenta mil.
»Pero yo no he dejado de preguntarme por qué suponer que tiene más años cuando es igual de verosímil suponer que es más joven. «Hay que dejar hablar al fósil», dice siempre Sachen Sólo que él no lo hace. Pero lo que yo creo es lo siguiente: ¿por qué no tomar en consideración la posibilidad de que tenga menos de mil años? ¿Por qué descartar la posibilidad de que el cráneo sea exactamente lo que parece ser? Algo que no es para nada un fósil.
Jack frunció el ceño.
– Espera un momento. No lo veo claro. Has dicho que hay que dejar hablar al fósil. Pero ahora dices que quizá no sea ningún fósil. -Se encogió de hombros-. Bueno, aclárate.
– Muy bien. El prefijo paleo viene de una palabra griega que significa «antiguo». Creo que esto es de lo más irrelevante en este caso. -Fue Swift quien se encogió ahora de hombros-. De hecho, me parece que es lo único que digo. Que hemos de dejar a un lado la antigüedad.
– Es evidente que dices más de lo que dices. Y que además lo sabes. Así que ¿por qué no dejas ya de largarme rollos y vas al grano?
– De acuerdo, te voy a decir lo que pienso, Jack. ¿Qué pasaría si el cráneo es reciente? ¿Tan reciente, de hecho, que si fuéramos al Himalaya hallaríamos no huesos sino un fósil vivo?
– ¿Te refieres a algo así como un dodó?
– No exactamente. El dodó es un ave extinta. Me refiero a que deberíamos ir porque puede que encontremos algo cuya existencia hemos ignorado siempre. Una especie nueva.
– Una especie nueva. -Jack levantó las cejas, meditabundo-. ¿A qué altitud? No debes de hablar en serio. La única especie nueva que podrías encontrar allí arriba es una variante mutante del virus del catarro.
Swift se contuvo un momento antes de jugar la siguiente carta. Todos aquellos nombres antiguos que tejían los mitos, las leyendas y las películas baratas de serie B eran un poco absurdos, cómicos casi. En la palabra Esaú, en cambio, veía una forma novedosa de expresar las cosas.
– Jack, quiero que vayamos al Himalaya porque allí encontraremos a los parientes vivos de Esaú. Nada de montar una expedición en busca de fósiles. Será una expedición zoológica. Quiero que vayamos allí con el objeto de capturar un animal de una especie nueva.
Jack se quedó reflexionando, con las cejas fruncidas, sobre lo que acababa de decirle Swift. O en lo que él creía que ella le había dicho. Y de pronto comprendió por fin cuáles eran sus intenciones.
Se reclinó en la silla, se pasó ambas manos por el pelo y soltó una fuerte carcajada.
– Espera un momento. Esaú no es nada. -Sonrió con amargura y agitó un dedo acusador, señalándola a ella-. Eres muy lista, te lo concedo, Swift. Eres lista. Todas estas patrañas sobre un fósil vivo. Me debes de tomar por un imbécil, Swift. Ya sé de qué estás hablando y… francamente, lo encuentro ridículo.
– No siempre lo encontraste ridículo -repuso ella con sarcasmo.
Jack se puso en pie y se alejó dándole la espalda.
– Déjame que te diga que esto es tan ridículo como lo del monstruo del lago Ness -insistió él.
– No pensabas así hace diez años, cuando lo viste en el Everest -le dijo Swift, que empezó a buscar en el disco compacto que había introducido en el Toshiba las páginas del libro de Jack que ella había escaneado-. ¿Quieres que te recuerde lo que escribiste en tu libro Los mantras de la montaña?
– No tengo especial interés.
Jack estaba junto a la ventana y encendió un cigarrillo. Estuvieron un par de minutos sin decir nada. De repente Swift empezó a leer en voz baja y calmosa.
– «El 20 de mayo habíamos levantado un campamento en el collado norte, a siete mil metros de altitud; gracias a Dios disponíamos de todas las comodidades, porque al día siguiente se levantó un terrible huracán que hizo bajar el termómetro muchos grados bajo cero. Le pregunté a Karma Paul por qué el tiempo empeoraba si teníamos el verano encima, y me dijo que guardaba relación con ciertos festejos religiosos que se celebraban en el monasterio de Thyangboche. Me explicó que los demonios de la montaña luchaban porque cesaran las ceremonias y que por eso chillaban muy fuerte. También dijo que en cuanto terminaran aquellos servicios religiosos, igualmente cesaría la tempestad.»
– Ya sé lo que escribí -murmuró Jack.
– «Pasamos tres noches seguidas en el refugio del collado norte; fueron las tres noches en que el vendaval arreció. Pero al cuarto día amainó y yo efectué una expedición hasta el Lhakpa La, desde donde pude contemplar una vista magnífica de la vertiente norte del Everest y otra, más inquietante, del monzón que se acercaba. Me puso muy nervioso pensar que no podría concluir la ascensión a tiempo, de modo que decidí que al día siguiente intentaría escalar sin oxígeno. Iba ya a regresar al campamento III cuando me salió al encuentro un pajarito (creo que debía de tratarse de un Lammergeyer de Wollaston, pues no hay ninguna otra ave que vuele tan alto), como si algo que se acercara a mí en dirección contraria lo hubiese espantado. Y fue entonces cuando vi una figura que parecía un mono gigante; estaba frente a mí, a no más de cincuenta metros. Casi al mismo tiempo, aquel ser extraño me vio y se quedó inmóvil. Los dos permanecimos quietos mirándonos como unos tontos. Poca cosa puedo decir, aparte del simple hecho de que aquella criatura era de elevada estatura y muy hirsuta, porque yo la veía a contraluz y el sol me deslumbraba; cuando fui a coger los prismáticos, aquel ser extraño se alejó a gran velocidad avanzando por la nieve, que era de considerable grosor, de un modo que a mí me habría dejado extenuado en pocos segundos. Cuando por fin pude enfocar a aquella criatura de naturaleza desconocida con mi Nikon, era ya una mancha diminuta en el horizonte…»
– Ya sé lo que escribí -repitió, esta vez más alto-. No necesito que nadie me lo recuerde. En cambio, tal vez convenga recordarte a ti qué sucedió cuando se publicó el libro. Algunos críticos apuntaron que me lo había inventado todo para introducir un detalle sensacionalista en un libro que consideraron, por lo demás, aburrido. Lo llamaron criptozoología. Después, un cretino del Scientific American escribió una historia en la que contaba cómo muchos otros escaladores antes que yo habían padecido alucinaciones provocadas por el mal de altura. -Jack movió la cabeza con una expresión triste en el rostro-. Dios mío, incluso tuve el privilegio de que se contara un chiste sobre mí en el show de Carson y también fui el protagonista de una escena cómica en «Saturday Night Live».