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Swift asintió.

– Por supuesto -dijo Swift pacientemente-. Es comprensible que se desee contar con una prueba mejor que la visión defectuosa de unos ojos dañados. -Se interrumpió-. Por eso mandé un fax al Museo de Historia Natural de Londres y me enviaron por Federal Express unas fotografías de un molde de yeso que hizo un zoólogo ruso, Vladimir Tschernezky, a partir de las fotos de Shipton.

Movió el ratón de bola del Toshiba con el pulgar y seleccionó una imagen del molde que ella había escaneado en el disco compacto.

– El pie es más del doble de ancho que el pie de un gorila -comentó-. Pero mide más o menos igual de largo. Y mira el tamaño del dedo gordo.

Jack seguía mirando por la ventana.

– Es excepcionalmente grueso. Yo no soy alpinista pero diría que este pie es perfecto para agarrarse a las rocas verticales.

Jack no pudo evitar echar un vistazo a la pantalla y su sentido crítico de experto le hizo apretar los labios.

– Sí, podría ser.

– Además, el tamaño del talón parece indicar que se trata de un ser más grueso y más pesado que un gorila.

Al ver que había despertado por fin el interés de Jack, Swift seleccionó un dibujo en el que se comparaban unas pisadas.

– La de la izquierda es la huella de un gorila -explicó-. La del medio la encontró Shipton a una altitud de tan sólo cinco mil quinientos metros. Algunas de las huellas llegaban hasta una grieta de un glaciar… un salto de entre cuatro metros y medio y seis metros. Y no había ninguna señal de garras. La diferencia es bien visible.

– ¿Y la de la derecha? -preguntó Jack.

– Es una huella que se reconstruyó utilizando los restos de un esqueleto de un neandertal hallado en Crimea. Como puedes ver, llama la atención la anchura de los tres pies, que miden el doble de ancho que de largo. Pero sólo las huellas de Shipton muestran un hallux tan desviado, el dedo gordo. Y el segundo dedo es también extraordinariamente largo.

»Les pedí a los del laboratorio de visualización biomédica que digitalizaran una imagen del cráneo que hallaste y que añadieran las pisadas que descubrió Shipton. Utilizando señales craneanas y la profundidad de los tejidos obtenidas a partir de los datos anatómicos de gorilas, pudieron efectuar una reconstrucción completa del fósil del tipo de antropoide que nos interesa.

– Que te interesa a ti -intervino él sin apartar la vista de la pantalla.

Swift sonrió para sí y seleccionó una breve secuencia animada del disco compacto que ilustraba la reconstrucción de aquel ser desde los pies. La cantidad de pelo que debía de cubrirle el cuerpo era imposible de deducir a partir del fósil y de la pisada y, por tanto, no se reconstruyó. Al contemplarlo con atención, sin embargo, a Jack le dio un vuelco el corazón, porque la secuencia animada desplegada en la pantalla del ordenador mostró una ilustración en color y tridimensional de un antropoide bípedo que le pareció reconocer.

– Dios mío -susurró-. ¿Cómo lo has hecho?

– Lo ha hecho un ordenador -contestó ella con toda la tranquilidad del mundo.

Jack giró la cara, como si necesitara recuperar el autodominio perdido.

Swift se quedó callada; esperaba a que él volviera a mirar la pantalla y, cuando lo hizo, giró el ratón de bola y seleccionó una imagen ampliada del rostro de aquella criatura.

– Lo interesante de esta secuencia -le dijo- es que la forma del cráneo concuerda exactamente con la del que tú hallaste en el Santuario del Annapurna.

Arrastró un pequeño icono que había en un rincón de la pantalla y lo dejó encima de la cabeza de aquel ser virtual. El icono estalló y se convirtió en una de las fotografías en color que Swift había hecho del cráneo en su laboratorio.

Jack, que asentía con la cabeza, admitió que encajaban perfectamente.

– Me alegra que lo veas así, Jack. Lo valoro mucho.

– No estaría mal, ¿sabes? -murmuró-. Quiero decir, volver allí y demostrarles a todos esos cabrones que se equivocan.

– ¿Verdad que sí?

– Además, tengo la sensación de haber dejado algo más que a un buen amigo en el Santuario.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué es?

Jack meneó la cabeza.

– Increíble -dijo en voz queda.

– Desde un punto de vista anatómico -prosiguió Swift-, Esaú ocupa un puesto aproximadamente intermedio entre un gorila y el fósil del Paranthropus crassidens, conocido también con el nombre de Australopithecus afarensis.

Jack seguía sacudiendo la cabeza, maravillado por lo que Swift le había enseñado.

– Es el ser que vi en el Everest, Swift, es un yeti.

Swift asintió.

– Por fin -exclamó-. Me alegro de que coincidas conmigo.

– ¿De veras crees que podríamos encontrarlo? -le preguntó Jack-. El Himalaya es un sitio inmenso. No será fácil.

– No vamos a buscarlo en el Himalaya, Jack, sino en el Santuario. Y más concretamente en el Machhapuchhare. Aunque tú hallaste el cráneo en el Annapurna, los casos más recientes de gentes que dicen haber visto yetis se han dado todos en el Machhapuchhare.

Jack dio un respingo.

– Hay algo que no te he dicho -confesó-. No hallé el cráneo en el Annapurna.

Jack le contó que él y Didier estaban escalando ilegalmente el Machhapuchhare cuando sufrieron el accidente.

– Puede que tengas razón -concluyó, pensativo-. Puede que haya una razón nunca revelada que explique por qué está prohibido subir al Machhapuchhare. Puede que los lugareños sepan algo que nosotros ignoramos. Puede que no le hayan permitido a nadie encontrarlo.

– En este caso haremos lo que yo digo -dijo Swift-. Oficialmente, para conseguir la subvención y para que el gobierno nepalés no sospeche la verdad, nuestra expedición será una expedición que rastreará fósiles y se desplazará por el Santuario. Pero en realidad iremos al Machhapuchhare y buscaremos al abominable hombre de las nieves.

Jack asintió con la cabeza.

– Al carajo -exclamó-. Que se vaya al carajo el abominable hombre de las nieves. Es una patraña, es un personaje de cómic. Esto, esto es ciencia. Nosotros vamos a buscar a Esaú.

OCHO

Nada es tan costoso como los inicios.

Friedrich Nietzsche

La visita guiada al Pentágono es gratis y empieza cada media hora los días laborables entre las nueve y media de la mañana y las tres y media de la tarde, excepto los festivos. Se permite el acceso al edificio incluso a los extranjeros, siempre que presenten el pasaporte. En el pasillo llamado del Comandante en Jefe se puede admirar un modelo de un Stealth SR-71, un avión que, técnicamente al menos, sigue siendo un secreto. Era justamente este deseo de los militares de abrir su cuartel general al público y alardear de sus juguetes la causa de la aversión que él sentía por el Pentágono y el personal del Departamento de Defensa. O bien se tienen secretos o bien no se tienen. Cada vez que tenía que acudir allí a una reunión, esperaba siempre a que se abriese la puerta y que el guía uniformado entrase andando de espaldas (cosa que hacen siempre los guías para no perder de vista al rebaño de sus visitantes), seguido de un grupo de pueblerinos con los ojos abiertos y cara de bobos, masticando todavía los perritos calientes comprados en el puesto que hay en el centro del patio del Pentágono.

Perrins, de casi cincuenta años, parecía más bien un diseñador de ropa cara que el subdirector de Inteligencia, vestía un traje elegante y lucía una barba negra, dura y perfectamente recortada. Estaba sentado apartado de la mesa de la sala de juntas como si asistiera a una reunión del Comité de Reconocimiento Aéreo en calidad de observador.