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El sirdar seguía frotándose el vientre.

– Exacto, sahib. También sirve para hacer fuertes músculos de la barriga.

– Ni que lo digas.

– Como mayara mata serpiente, así mayara mata veneno del cuerpo. Genera mucho calor. Justo como la cabina de combustible Semath Johnson-Mathey.

Lentamente, el sadhu puso los pies en el suelo y adoptó la postura de loto o padmasana.

Haciendo varias reverencias, Hurké Gurung saludó al sadhu con un namaste; cuando el asceta barbudo le devolvió el saludo, empezó a hablar con él.

– O, daai. Namaste. Sadhuji, tapaa kahaa jaanu huncha? Bhannuhos?

Estuvieron unos minutos hablando los dos y, durante gran parte de la conversación, el sirdar mantuvo las manos juntas, como si le rezara al sadhu. Finalmente, se volvió hacia sus compañeros occidentales.

– Es un hombre muy santo -explicó en un tono de voz que denotaba una extrema reverencia-. Él es el swami Chandare, un dasnami sannyasin del gran Siva. Ha hecho el voto más estricto de la nada para someter su mente a disciplinas físicas y espirituales.

El swami asintió lentamente como si comprendiera lo que decía el sirdar.

– Pasa la vida andando por el Machhapuchhare, dice que es el cuerpo de Siva, el destructor de todas las cosas, para dejar vía libre a nuevas creaciones. En el pasado estuvo en la India, para estar cerca de otra montaña. Se llama Astilla; dice… siento tener que decir estas palabras en su presencia, memsahib… dice que es miembro de Siva.

El sirdar sacudió la cabeza, expresando así su desaprobación.

– Cómo, desde entonces, he visto esta montaña y es sólo la sombra del sol en la montaña lo que a veces mira como el miembro de un hombre. Runcha. Le he dicho que somos personas de mentalidad muy científica que hemos venido a buscar yeti y swami ahora pregunta: ¿por qué quieren encontrarlo, por favor?

– ¿Ha visto el swami algún yeti, Hurké? -preguntó Swift.

– Oh, sí, por favor, memsahib. Una vez, mientras rezaba en la ladera del Machhapuchhare, abajo, llegó un yeti que llevaba una piedra muy grande en su brazo poderoso. Yeti parecía muy fiero, muy fuerte. Pero swami no tenía ningún miedo para nada. En todos estos años ha visto muchas veces yetis pero nunca le han hecho daño. Sólo porque yeti sabe que él no quiere hacer ningún daño a yeti. ¿Entienden? Yeti incluso ayuda al swami con dhyana. Jameson sahib, ¿en inglés bhaasha maa kasari dhyana bhanchha?

– Meditación.

– Meditación, sí -asintió el sirdar-. Swami dice que yeti no le habla pero es muy listo.

El swami volvió a dirigirle la palabra a Hurké Gurung.

– Swami pregunta por qué queremos encontrar yeti, otra vez por favor.

– Dile que no es nuestra intención hacerle ningún daño al yeti -dijo Swift-. Sólo deseamos estudiarlo.

– Entonces, ¿por qué llevan arma, por favor? -dijo Gurung traduciendo la respuesta del swami.

Jameson se sacó del bolsillo la jeringa Cap-Chur cogiéndola por la cola de tela, dobló el cañón del arma e hizo una especie de demostración metiéndola dentro de éste. Después volvió a extraerla y explicó en un nepalés fluido que aquel rifle sólo contenía una pequeña dosis de un somnífero, suficiente para inmovilizar a la criatura durante una hora o menos.

El swami cerró los ojos un momento y murmuró unas palabras para sí. Cuando volvió a hablar, lo hizo en inglés.

– Para comprender la inteligencia de un yeti -dijo con una vocecita débil y aguda-, hay que ser el doble de listo de lo que es él. Y él es muy listo. ¿Cómo, si no, hubiese podido evitar ser capturado y estudiado durante tantísimo tiempo? ¿Son ustedes el doble de inteligentes o sólo el doble de arrogantes?

Swift y Jameson intercambiaron una mirada de sorpresa.

– Habla usted inglés -dijo Swift.

– Puesto que lo estoy hablando, no puede pretender que considere su comentario una pregunta. Y como comentario es, desde luego, redundante. ¿Por qué se sorprenden? Según su constitución, que es la constitución cuyo texto es el más largo del mundo, el inglés es una de las lenguas oficiales de la India. Sin que se especifique ninguna fecha fija en la que puede dejar de serlo. Antes de ser lo que ven ustedes, yo era abogado.

– Como Gandhi -murmuró Jameson.

– Es lo único que tengo en común con él -replicó el swami-. Díganme, ¿qué esperan que les aporte el conocimiento del yeti?

– Conociéndolo a él, esperamos poder conocernos mejor a nosotros mismos -contestó Swift.

El swami lanzó un suspiro de fatiga.

– Aquel cuyo conocimiento es atento y puro llega al final del viaje del que no se retorna jamás. Pero es natural que las personas busquen, como hacen ustedes. ¿De dónde venimos? ¿Cuál es la fuerza que nos mantiene vivos? ¿Dónde hallar reposo? Más allá de los sentidos están los objetos, y más allá de los objetos está la mente, y más allá de ella, la razón pura. Conocer las respuestas a estas preguntas, sin embargo, no siempre es fuente de satisfacción y de tranquilidad, porque más allá de la razón está el espíritu del hombre.

»La ciencia aparta al hombre del centro del universo. ¿No es así? Le aparta tanto que se siente pequeño e insignificante. Existe una verdad, pero no aporta mucha satisfacción. Hay que luchar por alcanzar lo más alto, hasta poder permanecer en la luz, pero el sendero que conduce hasta ella es tan estrecho como el borde de un cuchillo y está lleno de obstáculos. A todos nos fascina aquello que nos une físicamente a nuestros antepasados. ¿No es así? En Occidente las personas intentan encontrar en los árboles genealógicos aquello que se perdió. ¿Pero por qué han caído en el olvido tantas y tantas cosas? ¿Por qué es tan difícil? ¿Por qué sólo una minoría es capaz de conocer las líneas de descendencia? Quizá no es éste el camino que debemos seguir. Quizá para vivir lo mejor sea, después de todo, ignorar estas cosas.

– Me resisto a creer que sea bueno vivir en la ignorancia -dijo Swift.

– Una vez -dijo el swami-, había un hombre que se empeñó en saberlo todo de sus ascendientes. Y descubrió que la mujer que era su madre era en realidad una tía suya y que la mujer que siempre había creído que era su tía era en realidad su madre. Había descubierto más cosas de las que podía digerir y fue tal su cólera que las despachó. Y ahora no tiene ni madre ni tía. Se pueden, si uno lo desea, sacudir las ramas de un árbol de aspecto complaciente. Ciertamente caerán frutos en su regazo. Frutos que tal vez le sirvan de alimento. Pero que nadie se sorprenda si la rama se le rompe en las manos. -El swami soltó una risita-. El árbol de la vida depara también muchas sorpresas. Nuestras palabras y nuestras mentes van hacia Él, pero no llegan hasta Él y vuelven a nosotros. Hay que conocer al pensador, no el pensamiento.

Dicho esto, el swami se levantó, recogió la túnica y se la echó a sus hombros delgados y huesudos. Recogió después el báculo y se dispuso a marcharse dejando tras él el familiar rastro de huellas en la nieve y que era ahora una burla.

– Qué hombre más extraordinario -exclamó Swift sin dejar de contemplarlo mientras se alejaba.

– Sí, es impresionante -dijo Jameson.

– Oh, sí, sahib. Un hombre muy santo y religioso.

Swift gruñó.

– Yo no me refería a eso.

– ¿Ah, no? ¿A qué se refería usted?

– El universo es exactamente como debería ser si no existe ningún designio sobrenatural, ni ningún fin, sólo una indiferencia completa. A mí me parece muy extraordinario que gastemos energía en dotarlo de un significado que no sea puramente científico.

– Swift, eres demasiado elemental -le dijo Jameson con una media risa-. Si los dioses intervienen es porque necesitamos creer que somos alguna cosa más que simples átomos. Es lo que distingue a la naturaleza humana del resto de la naturaleza.