Выбрать главу

– Te escucho, Hurké -dijo Mac.

– He encontrado a Jack sahib.

– ¿Está bien?

– Creo que sí. Está vivo, eso seguro.

– Miles cree que hemos capturado a un hombre de las nieves -explicó Mac-. Quiere pedir un helicóptero para que lo transporte al CBA. Si Jack está herido, podríamos pedir que vayan a rescataros ahora. Y así matamos dos pájaros de un tiro. ¿Qué opinas? Cambio.

– Huncha, huncha. Espere un momento, por favor.

Hurké le quitó el casco a Jack, que, moviendo la cabeza de un lado a otro y gimiendo, parpadeó varias veces como alguien que se despierta de un sueño profundo. El sirdar también parpadeó de lo fuerte que era el olor que desprendía el pelo de su amigo.

– Jack sahib, ¿cómo está, por favor?

– ¿Hurké? ¿Eres tú?

– Sí, sahib. Soy yo.

Al ver que el conducto para beber agua no estaba, el sirdar se inclinó sobre él y le colocó el suyo entre sus labios pálidos.

Jack bebió un poco de agua, tosió, lo que le provocó dolor, y tiritó.

– Tengo frío. Me parece que me he roto algunas costillas.

Los dientes empezaron a castañetearle, y en el interior de la grieta, que resonaba, el sirdar tuvo la sensación de que sonaba como cuando uno de los otros sahibs tecleaba en su ordenador portátil.

– Vamos a salir de aquí, Hurké, antes de que me muera congelado.

– ¿Puede andar, sahib?

– Seguramente. -Jack se sentó dando un respingo-. En cualquier caso, hace demasiado frío para no hacerlo. Tengo las puntas de los dedos duras, diría que empiezan a congelárseme, o que pueden congelarse dentro de nada. Pero no te preocupes, eso no va a detenerme. Ayúdame a levantarme.

El sirdar volvió a colocar los dos cascos y le ayudó a levantarse. La cornisa era demasiado angosta para andar uno junto a otro y era evidente que Jack tendría que caminar sin su ayuda, o bien tendría que cargárselo a la espalda. El sirdar conocía demasiado bien al norteamericano para saber que esta segunda alternativa no valía la pena ni mencionarla. Si Jack decía que seguramente podría andar, seguro que podía.

– Mac sahib, soy Hurké. Jack sahib anda, pero cree que ha roto costillas. Y congelación también es muy posible. Creo que debería llamar a un helicóptero de rescate.

– Muy bien, Hurké. Muchas gracias. Manténnos informados de cómo se desarrolla todo, ¿de acuerdo?

– Huncha.

Hurké desenroscó un largo de cuerda, la ató a la cintura de Jack, después se la ató a la suya y le indicó a Jack que tomara la delantera. Así sería más fácil cogerle si tropezaba y caía. Jack asintió y se volvió vacilante, dispuesto a emprender la larga ruta de regreso por la cornisa. Lentamente, con el cuerpo dolorido, empezó a caminar.

El equipo del campamento I empezó a oír ya, a un kilómetro de distancia de la grieta, los gritos y los aullidos de la criatura apresada en la trampa. Ni Jameson ni Cody habían oído jamás semejantes ruidos animales y eso les reafirmaba en su idea de que habían capturado un yeti y no un lobo ni ningún otro leopardo de las nieves. Los gritos eran agudos, emisiones prolongadas de sonidos que parecían expresar alarma; los aullidos, en cambio, aunque igualmente quejumbrosos, sugerían más bien algún tipo de comunicación.

– Señor -dijo Mac-. Parece que estoy oyendo a mi ex. No paraba de quejarse.

– ¡Uu-uuu-uuuu-uuuuu!

– Es un sonido extraordinario -comentó Cody mientras, jadeando ruidosamente, intentaba alcanzar al resto del equipo-. No puedo esperar a grabarlo y oírlo empleando un vibralizador.

– Esperemos que no se haya hecho daño -dijo Swift.

Amanecía cuando llegaron a la escalera que conducía a lo alto de la pared del corredor de hielo por el que se iba a la grieta. Un pálido resplandor naranja apareció por el extremo occidental del Santuario como un lejano incendio. Cerca de la masa gigantesca de montañas todo adquiría el color azul gris de un buque de guerra.

Jameson ató con cinta adhesiva una Maglite al cañón del rifle Zuluarms, que cargó con un casquillo y un dardo. A continuación se pasó una cuerda por la cintura, le dio el otro cabo a Tsering y a otro sherpa y se dispuso a subir la escalera.

– ¡Uu-uuu-uuuu-uuuuu!

La serie de aullidos empezaba con un tono grave que se hacía más agudo a medida que se prolongaba. A Swift le sonaba como el ruido que hacen las lechuzas muy grandes.

– Si es un grito de ayuda -comentó Cody-, puede que otro animal lo oiga y acuda a investigar qué ocurre. Lo que quiero decir es que Jack y el sirdar se pueden encontrar con que les siguen por la cornisa.

Swift negó con la cabeza.

– No lo creo -afirmó-. Piénsalo bien, Byron. Esto es sólo una entrada. Un yeti puede saltar dentro de la grieta, pero se requiere la habilidad de una pulga para saltar afuera. Tiene que haber otra salida del bosque alpino, que seguramente debe de estar al otro lado de la cresta de la montaña. O bien otra grieta u otro túnel que no hemos visto.

Mac, que seguía controlando los pasos del sirdar, se adelantó y le preguntó cuánto les quedaba para llegar.

– Hemos dejado atrás el cadáver del pobre Didier -informó Hurké-. Tal vez queda una hora o algo así de camino. Probablemente más. Jack va muy despacio. Cambio.

– Les queda por lo menos una hora -le gritó Mac a Jameson, que había llegado al final de la escalera. Se dirigió a uno de los sherpas y añadió-: Nyima, prepara unas cuantas bengalas. Cuando llegue el helicóptero, necesitaremos enviarle señales.

– ¡Uu-uuu-uuuu-uuuuu!

Jameson le hizo una señal con el pulgar a Mac. Después, descolgándose el rifle, se acercó al borde de la grieta. Se arrodilló y apuntó el cañón del arma y el haz de la linterna hacia abajo, hacia la negrura. Las cuerdas que mantenían fija la trampa se movieron violentamente cuando el haz de luz iluminó al animal cautivo de abundante pelaje rojizo, que soltó una serie casi interminable de aullidos. Jameson sintió un escalofrío de emoción al distinguir la parte blanca del globo de un ojo visiblemente aterrorizado.

Levantó el rifle hasta la altura del hombro y apuntando al cuerpo crispado del yeti intentó buscar una masa muscular en la que poder disparar, utilizando el ojo como punto de referencia. Vio con claridad el cuello del yeti, pero en él las posibilidades de que la droga se absorbiera eran escasas; bajó el cañón y, apretando el gatillo, disparó el dardo justo en lo que esperaba que fuese el hombro de la criatura. Después de disparar, estuvo enfocando el dardo un momento con la Maglite, que estaba bajo el cañón del arma, para cerciorarse de que el yeti no intentaba arrancárselo.

Poco a poco, los gritos fueron apagándose hasta que la criatura calló al fin. Jameson se levantó y volvió a subir la escalera con una sonrisa de oreja a oreja.

– Tenemos a uno vivo.

Se oyeron varios vítores. Incluso los sherpas, al principio nerviosos al oír los extraños ruidos del yeti, parecían contentos.

Que no le haya ocurrido nada grave a Jack y el triunfo de la expedición será total, pensó Swift.

Jameson echó una ojeada al reloj y después observó el cielo. Él, Mac y un par de sherpas, desde el otro lado de la grieta, miraban a Swift, Tsering y los demás.

– Será mejor que enciendas la bengala ahora -le dijo a Tsering-. Esperemos que el helicóptero llegue pronto. No me gustaría darle más droga al yeti hasta que pueda echarle un vistazo.

– Sí, sahib.

La bengala que encendió Tsering era amarilla, el color que indicaba una posición de rescate. El humo subió hacia el cielo crepuscular como el de un sacrificio hecho desde la cumbre de una montaña.

Los sherpas fueron los primeros en oírlo, pues sus oídos, aguzados, estaban mucho menos afectados por la altitud que los de los europeos y norteamericanos. Un ruido corto y explosivo a lo lejos. Al cabo de unos minutos un Allouette de fabricación francesa apareció como un garabato que ensuciara el blanco horizonte, un punto negro que iba convirtiéndose en una mancha. Diseñado especialmente para llevar a término tareas de rescate a grandes altitudes, el helicóptero de la Corporación Real de Líneas Aéreas del Nepal llegó procedente del sur, volando al límite de su techo de cinco mil metros. El piloto, un joven nepalés llamado Bishnu, que se había puesto ya en contacto por radio con los integrantes del equipo, dio la contraseña de la expedición y les preguntó si el humo amarillo era de ellos.