– He estado dándole vueltas a una cosa -le confesó Boyd a Cody-. ¿Qué crees tú que les sucede a la placenta y al cordón en estado natural? Me refiero a los de una yeti salvaje, que no recibe la ayuda de Miles y de Jutta. ¿Cómo consigue la cría separarse del cordón?
– Pues la madre se lo come -repuso Cody-. Comerse el cordón aporta beneficios alimenticios, y posiblemente también aporta antibióticos.
Boyd hizo una mueca, simulando repugnancia, y se alejó.
– Ya tengo decidido el nombre -anunció Jameson-. Esaú. Voto porque lo llamemos Esaú. Éste es el nombre que le pusiste al cráneo que encontró Jack, ¿verdad, Swift? Y fue entonces cuando empezaste a pensar en esta expedición, ¿no?
– Esaú -repitió ella-. Me gusta.
– Pues entonces ya tenemos un nombre para la madre -dijo Jameson-. Esaú era el hijo de Rebeca y de Isaac.
– Espero que a Isaac no se le ocurra venir a buscarlos -comentó Mac-. Puede que no le hiciera ni pizca de gracia.
– Nos guste o no -dijo Jameson-, tenemos que quedárnosla un par de días. No podemos dejar que se marche hasta que le quitemos los puntos. En cuanto empiece a recobrar la conciencia, tendremos que darle anestesia local, no vaya a ser que intente arrancárselos ella.
– ¿Has terminado, Miles? -preguntó Cody.
– Sí, creo que sí.
– Me gustaría examinarla con más detalle antes de que se despierte. ¿Qué opinas, Swift?
– Intenta impedírmelo.
Hustler. ¡Eh! ¿Qué te parece? Han encontrado un yeti. En serio, han encontrado un yeti, vaya si lo han encontrado. Se parece al Doctor Jekyll después de tomarse aquel brebaje de nada de suma importancia, ¿entiendes? Salvo que es una hembra. Le han puesto un nombre: Rebeca. Y por si esto no fuera lo bastante increíble, puede que el yeti ayude a tío Sam. Todavía tengo que hacerle una pruebecita para estar seguro, pero me parece que no ando desencaminado si digo que puede que estemos a punto de conseguirlo. Hasta entonces, calma. Castorp.
Cuando Perrins leyó el último mensaje de Castorp, soltó un gruñido y cogió el teléfono.
– ¿Chaz? Soy Bryan. Mira la bandeja y lee el mensaje de Castorp. Me parece que nuestro hombre está totalmente zumbado.
VEINTICUATRO
En mi comienzo está mi final.
T. S. Eliot
RESUMEN DE LOS DATOS EXTRAÍDOS DEL EXAMEN DE LOS DOS YETIS
Rebeca
Hembra antropoide adulta de edad incierta, examinada en el Santuario del Annapurna, el Nepal, por el profesor Byron J. Cody y la doctora Stella A. Swift de la Universidad de California, de Berkeley, después del alumbramiento de una cría, Esaú; asistieron en el parto el doctor Miles Jameson y la doctora Jutta Henze.
Examen externo:
Peso aproximado: 140 kg. Altura aproximada: 186 cm. Se adjunta un dibujo que muestra las dimensiones del cuerpo. Aunque su circunferencia es menor que la de un gorila medio (78-89 cm), la cabeza de la yeti, de 71 cm de alto, es aproximadamente 1,5 veces más alta por encima de la oreja, más de 17 cm. Sin duda alguna, la altura de esta cabeza es necesaria, dada la fuerza de los músculos masticatorios, que mueven el enorme maxilar inferior. Sin embargo, la posición de las suturas craneales confirma la primera observación de que la criatura mantiene la cabeza erguida; esto hay que interpretarlo como una prueba física indiscutible de bipedación. Nariz muy pronunciada, con cartílago pequeño. No se ha observado presencia de parásitos externos. Las glándulas mamarias en fase activa; al presionarlas, han segregado gran cantidad de leche. Síntomas leves de anemia, detectable en el color rosa pálido de las encías; no presenta caries dental. En la palma derecha se han observado grandes callosidades, que parecen indicar que Rebeca utiliza preferentemente esta mano. Antigua cicatriz en la parte izquierda del cuello, de unos catorce centímetros de largo, posiblemente consecuencia de una herida recibida en una pelea. En el fémur derecho hay cicatrices más recientes. El estado general es aparentemente bueno. La musculatura de la parte superior e inferior del cuerpo llaman la atención, sobre todo las piernas, que son extraordinariamente gruesas y grandes, como es de esperar en el caso de un simio que habita las montañas. El cuerpo está cubierto de un espeso pelaje de color marrón rojizo, de unos seis centímetros de largo, bastante grasiento al tacto, y es totalmente impermeable. Lo que más llama la atención son los pies del espécimen, 1,5 veces más largos que los del más grande de los gorilas. El talón es notablemente grande, como también el hallux, o dedo gordo, que es un dedo típicamente prensil y sin duda bien adaptado para proporcionar apoyo y para agarrarse a la roca lisa.
Examen interno:
Los genitales guardan una estrecha similitud con los de un gorila. La placenta (1140 gramos de peso) es de un color azulado brillante cuya porción materna está dividida en una docena de segmentos de color marrón y cuyo aspecto general es sano.
Histología:
Grupo sanguíneo 0, Rh negativo.
Esaú
Recién nacido de yeti, antropoide macho, examinado inmediatamente después de su nacimiento por el mismo personal y en las mismas condiciones.
Examen externo:
Esaú pesaba 6,8 kg y medía aproximadamente 68,5 cm. Se adjunta dibujo que muestra las dimensiones corporales. El tono muscular después del parto era extremadamente bueno. La temperatura corporal era de aproximadamente 36,6 grados centígrados. El pulso iba a más de 100 pulsaciones por minuto. La respiración, fuerte y regular. Los reflejos, excelentes. El color, oscuro. Cuando, a poco de nacer, se le puso en el pecho de la madre, los reflejos de succión de Esaú eran excelentes y rápidos.
Histología:
Grupo sanguíneo P, Rh negativo.
Jameson dijo que la temperatura de la concha era tan cálida como la de cualquier incubadora y que, en el caso de que Esaú fuera una cría prematura, le proporcionaría la mejor oportunidad de sobrevivir antes de ser devuelto a su medio natural. Así, mientras Swift y Cody examinaban a Rebeca y a su recién nacido, Jameson y Ang Tsering salieron de la tienda, desmontaron la jaula y volvieron a montarla en la concha. De poderosos barrotes de acero y placas galvanizadas, con las junturas soldadas para evitar que un animal pudiera arrancarlas al meter las garras debajo de ellas, la jaula había sido originariamente construida para encerrar en ella a un oso. Era lo bastante grande como para que Rebeca pudiera levantarse y tumbarse cuan larga era, y también le permitía a Jameson, gracias a una pared de barrotes que, mediante un sencillo mecanismo giratorio, podía abrirse y cerrarse, inmovilizarla a fin de ponerle una inyección sin dificultad. En cuanto la jaula estuvo a punto, cuatro sherpas levantaron a Rebeca de la mesa de parto y la metieron dentro de ella. La hembra de yeti, que estaba recuperándose ya de los efectos de la ketamina, se dio la vuelta, se quedó boca abajo e intentó sentarse.
Jameson, que sostenía a Esaú en brazos, se agachó frente a la jaula y esperó hasta que juzgó oportuno juntar a la cría con su madre. Si lo hacía demasiado pronto, corría el peligro de que Rebeca, bajo los efectos del narcótico, aplastara a su hijo hasta matarlo. Byron Cody dijo que entre los gorilas salvajes que vivían en las montañas eso ocurría con muchísima frecuencia. Pero si por el contrario metía a la cría dentro de la jaula demasiado tarde, Jameson se arriesgaba a que Rebeca la rechazara. Fue la propia hembra quien le solucionó el problema: chasqueó sus dientes afilados e, inclinándose hacia adelante, tendió las manos con mucha educación como pidiendo que le entregaran a su hijo.
– Obsérvala -apuntó Cody-. Estos animales pueden ser muy listos. Podría ser un truco para hacerte creer que quiere a su hijo cuando en realidad lo que quiere es matarte.
Con mucho cuidado, Jameson le entregó a Esaú, se apartó de la jaula y cerró la puerta de barrotes de acero con suavidad. Rebeca se llevó de inmediato a Esaú al pecho y lo amamantó.