Выбрать главу

– Menos mal -dijo.

Cody lanzó una mirada a Swift y vio en sus ojos una expresión crítica.

– De acuerdo, de acuerdo. Soy demasiado prudente -admitió-. Pero son cosas que ocurren. No sirve de nada infravalorar a una criatura como ésta.

Observaron cómo Esaú acababa de comer y Rebeca le hacía mimos extremando todos los cuidados.

– Quién sabe -intervino Cody-. A lo mejor dentro de unos días estará mejor con nosotros que con sus congéneres.

– ¿Ah, sí? -preguntó Jameson.

– Entre los grandes primates el infanticidio es muy frecuente. En el caso de algunos adultos es en realidad una estrategia de reproducción. Matar a un recién nacido engendrado por un macho competidor hace que la madre vuelva a ser fértil. Así, el asesino tiene la oportunidad de engendrar un hijo suyo.

– Machos machistas -resopló Swift-. Sois iguales en todas partes.

– No tengo ni idea de cómo la especie humana ha conseguido sobrevivir -dijo Boyd-. Me sorprende que no seamos tan escasos como el panda gigante. Yo me comería a un hijo mío en cuestión de segundos. Espero que nadie me ponga objeciones si me fumo ahora un pitillo. ¿Qué me contesta, doctora?

– No, ya puedes fumártelo. Siento haberte chillado.

– Tenías razón al hacerlo. -Boyd encendió un cigarrillo para él y otro para Jack, pero Jack estaba dormido, de modo que se lo dio a Cody.

Rebeca empezó a vocalizar una serie de gemidos graves.

– ¿Qué le sucede? -preguntó Boyd.

– Me imagino que tendrá hambre -repuso Jameson-, Hace mucho que no come nada.

– De eso quería hablar -comentó Swift-. ¿Qué vamos a darle de comer? ¿De qué se alimentan exactamente los yetis?

– Yo, a los primates que cuidaba, siempre les daba muesli -explicó Cody-. He traído varias bolsas bien grandes por si teníamos suerte.

Salió de la concha un par de minutos y, cuando regresó, llevaba una bolsa de cinco kilos de trigo entero, frutos secos y frutos deshidratados sin endulzar. Metió la bolsa por los intersticios de los barrotes de la jaula, la abrió y arrojó un puñado al vientre de Rebeca.

Ésta, a modo de respuesta, emitió un grito, casi como si hubiera puesto a prueba a Jameson. Cogió una de las semillas, la escudriñó como un pordiosero escudriña una moneda, y se la llevó a la boca.

Al cabo de un minuto Rebeca se acercó la bolsa de muesli, cogió un buen puñado de semillas y poco a poco se las fue dejando caer en la boca abierta, con el labio inferior extendido. Después de estar un rato masticando, empezó a emitir un sonido suave, como un ronroneo, que parecía el ruido que hacen las tripas.

Jameson sonrió, feliz.

– Parece que le gusta, ¿verdad?

– Ahora sí que ya no me queda nada por ver -gruñó Boyd acercándose a la puerta de la concha-. ¿Cómo puede gustarle a alguien esta porquería?

Castorp. ¡Felicidades por el yeti! No creo que seamos escépticos pero agradeceríamos que nos aclararas un poquito cómo crees tú que el abominable hombre de las nieves puede ayudarte a cumplir tu misión. Tampoco estaría de más que echaras una ojeada a «reuters on line». Según las noticias, la situación en la zona en la que te encuentras ha empeorado. Hustler.

Jack, que estaba durmiendo empapado de sudor en la cama de campaña, se despertó con un sobresalto. Tenía la sensación de que había dormido una eternidad. El cuerpo le dolía de la cabeza a los pies, pero se dijo a sí mismo que aquello era una buena señal. Al menos, había recuperado la sensibilidad en los dedos de los pies. Al menos, se había ahorrado padecer congelación. Y había también otra cosa que, según los indicios, se habían ahorrado todos.

El hombre que trabajaba para la CIA no se había delatado. ¿Había supuesto, quienquiera que fuese, un auténtico peligro para el grupo? Parecía improbable. Ahora se preguntaba por qué esta idea le había preocupado tanto. Después de la experiencia vivida en el bosque de los yetis, que podía haberle acarreado la muerte, esto casi carecía de importancia.

Jack se acercó la muñeca a los ojos porque quería saber qué hora era y entonces se acordó de que Jutta le había quitado el Rolex para tomarle el pulso y la presión. ¿Era de día o de noche? Era difícil decirlo en el interior de la concha. Tendría que esperar a que entrara alguien por la compuerta hermética, pero no apareció nadie. Estaban todos sentados en un rincón, apiñados alrededor de la radio, como si el aparato fuera un cuadro de Norman Rockwell. La familia entera estaba escuchando algo. Qué extraño que no le prestaran ninguna atención a Rebeca y a su hijo Esaú. Estuvo un momento escuchando en silencio; sus compañeros hablaban y el aparato emitía un ruido crepitante.

– ¿No oyes nada? -le preguntó Cody a Boyd-. ¿Nada de nada?

Jack detectó desasosiego en la voz de Cody.

– Nada, sólo interferencias -repuso Boyd con monotonía, y lanzó un suspiro-. No, ya no se oye. Voy a ver si en el correo electrónico hay algún mensaje que nos pueda aclarar algo.

– ¿No puede haber sido un error? -preguntó Jutta.

– No lo creo -contestó Swift-. Si lo ha dicho «Voice of America», no puede serlo.

– Mierda -soltó Warner-. En el Punjab la situación no parecía tan desastrosa. Me refiero a que está a cientos de kilómetros de aquí. Pero ahora estamos cogidos de lleno.

– Una opinión egoísta pero no por ello menos certera en cuanto a la realidad de nuestra situación -observó Cody tirando con ambas manos de su larga barba con nerviosismo, como si tirara de una cuerda-. Confiemos en que prevalezca la sensatez.

Siguió un largo silencio.

Jack tosió.

– ¿Me podéis dar un vaso de agua, por favor?

Swift cogió la botella y un vaso de plástico y se acercó a la cama de campaña. Se sentó en una silla, le llenó el vaso y le ayudó a bebérselo.

– Gracias.

– ¿Quieres más?

– Sí.

– ¿Cómo te encuentras?

– Mejor. ¿He dormido mucho?

– Bastante, casi cuatro horas. -Esta vez le dio el vaso y él se lo bebió solo-. Jutta te dio algo para dormir.

– Ya me lo he imaginado. ¿Es de día o de noche?

Swift echó una ojeada al reloj.

– Son las siete de la tarde.

Jack advirtió la expresión ceñuda de ella.

– ¿Qué ocurre? ¿Ha sucedido algo? ¿Le ha pasado algo a la yeti?

– Hemos escuchado malas noticias por la radio.

– ¿Malas noticias? ¿Qué clase de malas noticias?

– Relacionadas con los hindúes y los pakistaníes.

– ¿No habrán…?

– De momento no -dijo, sombría-. Por si las cosas no estuvieran lo bastante feas, acabamos de oír que China y Rusia apoyan a los dos protagonistas. Por lo visto China ha declarado que intervendrá militarmente a favor de Pakistán si la India les ataca. Los rusos han respondido que, si China ataca a la India, ellos atacarán a China. Y lo que es más, según parece unos u otros han lanzado ya misiles. No se ha confirmado de momento, pero puede que nos encontremos justo en el centro de la zona en la que está a punto de estallar una guerra nuclear.

– No tiene la menor gracia -dijo Jack-. Nos han dejado sin tiempo para poder acabar nuestra expedición.

Swift asintió, compungida.

– No lo entiendo -dijo Jutta-. ¿Por qué ha decidido China apoyar a Pakistán y Rusia a la India?

– China y la India han sido siempre rivales -explicó Boyd-. La India quiso tener la bomba atómica sólo después de que China hiciera explotar en 1964 la primera que había construido. Después de dos años de guerra por una cuestión fronteriza ganaron los chinos. Mientras, la antigua Unión Soviética suministraba armamento a los hindúes, porque estaban muy contentos de contar con un aliado que era enemigo de China. Los rusos estaban también entretenidos en una guerra contra los chinos en Manchuria. Pakistán es un país islámico que siempre ha ayudado a muchas repúblicas islámicas de la antigua Unión Soviética y que ha luchado por liberarse del control de los rusos. Es muy natural que los rusos apoyen a la India para luchar contra Pakistán. Y así sucesivamente.