– Estuviste con Jean -afirmó.
– Lo único que recuerdo -le dije- es que tú me echaste de tu habitación.
– No me gustan tus modales.
– Esta noche me siento especialmente correcto -le dije-. Te pido disculpas por haberme visto obligado a desnudarme en tu presencia, pero de todos modos estoy seguro de que no has mirado.
– ¿Qué le hiciste a Jean? -insistió.
– Oye -le dije-. Seguramente te sorprenderá lo que te voy a decir, pero no puedo hacer otra cosa. Es mejor que lo sepas. El otro día la besé, y desde entonces me está persiguiendo.
– ¿Cuándo?
– Cuando la curé de la borrachera en casa de Jicky.
– Lo sabía.
– Casi me obligó. Como sabes, yo también había bebido un poco.
– ¿La besaste de verdad…?
– ¿Cómo?
– Como a mí… -murmuró.
– No -me limité a decir, con un acento de sinceridad que me dejó más que satisfecho-. Tu hermana es un plomo, Lou. La que me gusta eres tú. A Jean la besé como…, como habría podido besar a mi madre, y ya no puedo aguantarla. No sé cómo librarme de ella, y no sé si podré conseguirlo. Seguramente te dirá que vamos a casarnos. Es una manía que ha cogido esta mañana en el coche de Dex. Es bonita, pero no me apetece. Creo que está un poco chiflada.
– La besaste antes que a mí.
– Fue ella la que me besó. Uno siempre siente gratitud por la persona que lo cuida cuando está borracho…
– ¿Te arrepientes de haberla besado?
– No -le dije-. Lo único que lamento es que aquella noche no fueras tú la borracha en vez de ella.
– A mí puedes besarme ahora.
No se movía, y mantenía la mirada fija al frente, pero tenía que haberle costado un buen esfuerzo decir eso.
– No puedo besarte -respondí-. Con Jean no tenía importancia. Contigo me pondría enfermo. No te tocaré hasta que…
No terminé la frase y lancé un vago gruñido de desesperación al tiempo que mc daba la vuelta en la cama.
– ¿Hasta qué? -preguntó Lou.
Se volvió un poco hacia mí y me puso una mano en el brazo.
– Es una estupidez -dije-. Es imposible…
– Dilo…
– Quería decir… hasta que no estemos casados. Tú y yo, Lou. Pero eres demasiado joven, y nunca podré librarme de Jean, y ella jamás nos dejará tranquilos.
– ¿De verdad lo piensas?
– ¿Qué?
– Lo de casarte conmigo.
– No podría pensar en serio una cosa imposible -le aseguré-. Pero si te refieres a si tengo ganas, te juro que tengo ganas de verdad.
Se levantó de la cama. Yo seguía tumbado del otro lado. Ella no decía nada. Yo tampoco dije nada, y sentí que se echaba otra vez en la cama.
– Lee -dijo al cabo de un buen rato.
Mi corazón latía tan aprisa que la cama resonaba. Me volví. Se había quitado el deshabillé y todo lo demás, y había cerrado los ojos, tendida de espaldas. Pensé que Howard Hughes habría hecho una docena de películas por tan sólo los pechos de esa chica. No la toqué.
– No quiero hacerlo contigo -le dije-. Esa historia con Jean me disgusta. Antes de conocerme os entendíais muy bien las dos. No quiero que por culpa mía os separéis de un modo u otro.
No sé si tenía ganas de otra cosa que de hacerle el amor hasta ponerme enfermo, si tenía que creer en mis reflejos. Pero conseguí aguantar.
– Jean está enamorada de ti -dijo Lou-. Está más claro que el agua.
– No puedo impedirlo.
Era lisa y esbelta como una hierba, y olorosa como una perfumería. Me senté y me incliné por encima de sus piernas, y la besé entre los muslos, allí donde la piel de las mujeres es más suave que las plumas de un pájaro. Cerró las piernas y las volvió a abrir casi al instante, y yo empecé de nuevo, un poco más arriba esta vez. Su vello rizado y brillante me acariciaba la mejilla, y, dulcemente, mc puse a lamerla. Su sexo estaba húmedo y ardiente, firme bajo mi lengua, y me entraron ganas de morderlo, pero me incorporé nuevamente. Lou se sentó, sobresaltada, y me cogió la cabeza para volver a colocarla donde estaba. Conseguí librarme a medias.
– No quiero -dije-. No quiero hasta que no haya podido liquidar esa historia con Jean. No puedo casarme con las dos.
Le mordisqueé los pezones. Ella continuaba aferrada a mi cabeza y mantenía los ojos cerrados.
– Jean quiere casarse conmigo -proseguí-. ¿Por qué? No lo sé. Pero si le digo que no, seguro que se las apaña para que tú y yo no podamos vernos.
Lou, callada, se arqueaba bajo mis caricias. Mi mano derecha iba y venía por sus muslos, y ella se abría a cada caricia precisa.
– No veo más que una solución -concluí-. Puedo casarme con Jean y tú vienes con nosotros, y ya encontraremos la manera de vernos.
– No quiero -murmuró Lou.
Su voz sonaba desigual, y casi la habría podido utilizar como un instrumento musical. Cambiaba de entonación a cada nuevo contacto.
– No quiero que le hagas esto…
– No hay nada que me obligue a hacérselo -repliqué.
– ¡Házmelo a mí! -exclamó Lou-. ¡Házmelo a mí, en seguida!
Se agitaba, y cada vez que mi mano subía se adelantaba a mi gesto. Incliné la cabeza hacia sus piernas, y, volviéndola del otro lado, con la espalda hacia mí, le levanté una pierna e introduje mi cara entre sus muslos. Tomé su sexo entre mis labios. Se puso rígida de golpe y se relajó casi al instante. La lamí un poco y me retiré. Ella estaba boca abajo.
– Lou -murmuré-. No voy a hacer el amor contigo. No quiero hacerlo hasta que estemos tranquilos. Me casaré con Jean y ya nos apañaremos. Tú me ayudarás.
Se volvió de un solo impulso y me besó con una especie de furia. Sus dientes chocaron con los míos, mientras yo le acariciaba las caderas. Y luego la cogí de la cintura y la puse en pie.
– Vuelve a la cama -le dije-. Ya hemos dicho bastantes tonterías. Sé buena chica y vuelve a la cama.
Me levanté a mi vez y la besé en los ojos. Por fortuna, llevaba un slip bajo el pijama y pude conservar mi dignidad.
Le puse el sujetador y las braguitas; le sequé los muslos con mi sábana, y por último le puse el deshabillé transparente. Ella, callada, no ofrecía ninguna resistencia, estaba tibia y blanda entre mis brazos.
– A dormir, hermanita -le dije-.Me voy mañana por la mañana. Procura bajar pronto a desayunar, me gustará verte.
Y acto seguido la empujé fuera y cerré la puerta. Las tenía en el bote a las dos. Me sentía lleno de alegría, y probablemente era porque el chico se agitaba bajo sus dos metros de tierra, y entonces le tendí la mano. Es algo grande, estrecharle la mano a un hermano.