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– Lo encantado que estuve ese día -reflexionó él, una nota ronca entrando en su voz profunda-. Había creído que eras todo lo que deseaba en una mujer, con tu mente excelente y tu fuerte espíritu. Pero ese día además descubrí una pasión maravillosa en ti. Me respondiste con tanta dulzura, sin esa alarma o consternación afectada que nuestra sociedad erróneamente insiste que debe ser la respuesta de una dama a la pasión. Tuve una mujer cariñosa y generosa en mis brazos, y agradecí a Dios por haberla encontrado.

– Detente -logró decir por fin, sus mejillas ardiendo mientras hacía un intento inútil por quitar su mano de su agarre-. Recordarme un… un episodio vergonzoso…

– Si pensara que realmente crees eso, te daría un mamporro -dijo, y entonces sus ojos eran un poco fieros-. No hay nada vergonzoso en el deseo que dos personas sienten el uno por el otro. Nos íbamos a casar…

– Pero no nos casamos, no entonces, ni después -dijo Antonia vacilante, agradecida de ver el primer tramo de escaleras, justo por delante, pero dolorosamente consciente de que aún estaba a cierta distancia de la planta baja del castillo, donde la presencia de otras personas sin duda frenaría la conversación impactante de su compañero. No sabía cuánto más de esto podría soportar.

– Soy consciente de eso -dijo sin alterar la voz-. Lo que no sé es por qué no nos casamos después. Nunca me diste una razón, Toni. Dijiste muchas tonterías, diciendo que te habías dado cuenta de que no congeniábamos…

– ¡Es cierto!

– Tonterías. Estuvimos juntos casi todos los días durante meses, y era espléndido. En fiestas, en el teatro, montando o conduciendo por el parque, pasando una noche tranquila en tu casa o en la mía, congeniábamos admirablemente, Toni.

Ella se quedó en silencio, mirando al frente.

– Tengo la intención de descubrir el motivo de que me dejaras. Sé que hay una razón. Distas mucho de ser tan frívola como para hacer tal cosa por capricho.

– Han pasado casi dos años -dijo al fin, negándose a mirarlo-. Pasado. Hazme la… la cortesía de permitir que todo el incidente quede tal cual.

– ¿Incidente? ¿Es así como recuerdas nuestro compromiso, como un incidente banal en tu pasado? ¿Es así como recuerdas la vez que hicimos el amor?

Requirió de un esfuerzo enorme, pero Antonia consiguió que su voz sonara fría.

– ¿No es así cómo se debe llamar a cualquier error?

Lyonshall no se tomó como una ofensa lo que era, en esencia, un insulto, pero él sí frunció el ceño.

– Tan fría. Tan implacable. ¿Qué hice para ganar eso, Toni? He estrujado mi cerebro, pero no puedo recordar un solo momento en el que no estuviéramos en armonía, con excepción de esa última mañana. Habíamos ido al teatro la noche anterior, junto con un grupo de amigos, y parecías de excelente humor. Entonces, cuando vine a verte a la mañana siguiente, como de costumbre, me informaste que nuestro compromiso se había terminado, y que estarías… agradecida si enviaba una notificación a la Gaceta. Te negaste a explicarte, más allá de la ficción obvia que no congeniábamos.

Estaban descendiendo hacia el vestíbulo de entrada ahora, y Antonia alcanzó a ver uno de los lacayos, espléndido y robusto en su librea, estacionado cerca del pie de la escalera. Nunca se había sentido tan aliviada de ver a otra persona en su vida, y un matiz de que esa emoción se filtró en su voz cuando le respondió a Lyonshall.

– Accediste a mis deseos y enviaste la notificación, ¿por qué me preguntas ahora? No hay ninguna razón para hacerlo. Es pasado, Richard. Pasado, y mejor lo olvidamos por el bien de todos.

Él bajó la voz, al parecer por el lacayo, pero el tono más callado no disminuyó en absoluto la inexorabilidad de sus palabras.

– Si fuera tan sólo mi orgullo el que hubiera sido herido, estaría de acuerdo contigo; tales heridas son superficiales y mejor se echan a un lado y se olvidan. Pero el golpe que me diste fue mucho más profundo que al orgullo, cielo, y en todos los meses desde entonces, no lo he olvidado. Esta vez, habrá un fin para las cosas entre nosotros. De una forma u otra.

El término cariñoso la sorprendió, era uno que él había utilizado sólo en la pasión, y gatilló una abrasadora oleada de recuerdos que desgarró su compostura duramente ganada. Pero esa conmoción fue pequeña en comparación con lo que sintió ante la clara amenaza de sus palabras. Dios mío ¿Él había esperado dos años para castigarla por dejarlo? ¿O la invitación de Lady Ware le había presentado la oportunidad, de la que intentaba tomar ventaja, simplemente para animar unas fiestas aburridas?

Nunca había creído que fuera un hombre cruel, al menos no intencionadamente, y le resultaba difícil creerlo ahora. ¿En realidad lo había herido tan profundamente? ¿Y qué intentaba ahora? Un fin para las cosas…

Fueron sólo los años de práctica los que permitieron a Antonia que sus facciones enseñaran una expresión de calma mientras caminaba al lado de Lyonshall por el enorme salón. Él le soltó la mano para saludar a su madre y a su abuela, pero no fue más que un breve respiro, ya que le ofreció un vaso de jerez y se quedó cerca de su silla mientras hablaba con su habitual encanto a las dos damas mayores.

En cualquier otro momento, Antonia habría encontrado difícil no reírse. Su madre, una mujer todavía hermosa, con grandes, sobresaltados ojos azules y descolorido pelo rojo, estaba claramente confundida y desconcertada por la presencia de Lyonshall, y no sabía qué decirle. Lady Sophia había estado encantada con el compromiso, tanto por la mundana razón de la posición asegurada de su hija en la sociedad como porque sabía que Antonia estaba enamorada de su prometido. Pero ella era, por naturaleza, una mujer tímida, y una situación como ésta seguramente agudizaría sus nervios.

Lady Ware, en cambio, estaba totalmente tranquila y, obviamente, satisfecha de sí misma. No era de las que ejercía su encanto, pero era más cortés con Lyonshall de lo que Antonia nunca le había visto ser con otra persona. Parecía tener un excelente entendimiento con él.

– Creo que podemos hacer de sus fiestas una experiencia memorable, Duque -dijo en un momento dado, su tono más de certeza que de esperanza, y el uso de su título una sutil indicación que ella los consideraba iguales a pesar de la diferencia en sus rangos-. Aquí, en el castillo, observamos la mayor parte de las habituales tradiciones navideñas, así como algunas de las cuales son únicamente nuestras. Tendremos tiempo suficiente para discutir aquello en la mañana, por supuesto, cuando usted se haya instalado completamente. Pero sí confío en que quiera ser un participante y no sólo un observador.

Él inclinó la cabeza cortésmente.

– Trato siempre de ser un participante, madam. ¿Cuál es el sentido de un día de fiesta si uno no puede disfrutar, después de todo? Tengo muchas ganas de tener un recuerdo de Navidad muy especial del Castillo Wingate.

Antonia tomó un sorbo de su jerez, sintiéndose peculiarmente distante. ¿Navidad? Esa era la razón por la que estaban todos aquí. Era difícil pensar en la parafernalia habitual de Navidad, cuando su mente estaba tan llena de él. Este iba a ser un interludio de paz y de buen humor y ánimo, de alegría y satisfacción.

Pero todo lo que Antonia podía pensar era en los recuerdos que Lyonshall había sacado de las habitaciones cerradas de su mente. Recuerdos secretos. Para algunos, incluso podrían ser recuerdos vergonzosos.

Cuando se sentaron en el comedor, miró a su madre y a su abuela, preguntándose. ¿Qué pensarían si supieran acerca de ese lluvioso día de primavera? Ellas, sin duda, la condenarían por lo que había hecho. Era suficiente conmoción que se hubiera entregado a un hombre, aunque fuera su prometido, sin la santidad del matrimonio, pero luego poner fin a su compromiso una semana después, aparentemente sin razón…

Lyonshall podría haberla arruinado por completo si hubiera querido con sólo unas pocas palabras a las personas adecuadas. Antonia sabía que se había quedado callado. Por su propio bien, tal vez, el cuento no lo habría arruinado, pero se hubiera empañado su excelente reputación de caballero. Por extraño que pareciera, nunca se le había ocurrido entonces que él pudiera hacerlo. Se le ocurrió ahora sólo debido a su amenaza implícita de poner "fin para las cosas" entre ellos.