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Casi sin blanca, se instaló finalmente allí mismo, en un hotel de Dakar, una ciudad en la que los blancos son más que visibles. Hoyos contactó con Curull ante la puerta de la embajada española, desesperado y a punto de entregarse a las autoridades. El catalán salía de una recepción a propósito del cumpleaños del rey (gran celebración senegalesa). Curull, que ya era agente FIFA, lo acogió por dos razones: porque necesitaba un ayudante (solía viajar mucho por Europa) y porque, según le contó Hoyos, había huido de Guinea por actividades políticas contra el régimen, evasión con la que Curull se solidarizó.

La misión de Hoyos era encargarse de la cantera de jugadores controlados por Curull, en especial de la figura, Ndiane Bouba, máximo goleador de la liga senegalesa y objeto de deseo de los mejores equipos de Europa (deseo algo exagerado por el intermediario). Bouba, de diecinueve años, era un poco juerguista y Curull se lo confió al valenciano, que, como hombre comprensivo con las debilidades humanas, se hacía el tonto ante las escapadas nocturnas de la estrella. Eso sí, siempre lo acompañaba a fin de que las juergas no tuvieran ninguna consecuencia irreparable para la proyección del crack. El Alexandra House era el night-club predilecto de Bouba (no hace falta decir que en aquel local Hoyos se sentía como en casa).

Toni Hoyos fue a recoger a Curull al aeropuerto con el Mercedes recién estrenado del catalán. En los países africanos se evidenciaban grandes contrastes sociales, generalmente a favor de los blancos, y de ahí que fueran muy respetados por la población. Curull acababa de llegar a la terminal del aeropuerto y Hoyos ya veía en su cara el fracaso en su intento de traspasar a Bouba al Barça. Aquello y el ineluctable calor africano, al que no lograba acostumbrarse, provocaban su mal humor. Para alegrarle la cara, Hoyos informó a Curull de las novedades sobre Bouba, todo buenas noticias: goleaba y se portaba bien. Además, iba progresando en inglés y en español. Ah, y en valenciano.

– ¿De verdad le has enseñado palabras en valenciano?

– Cuatro tópicos por si acaso.

– No te habrá pasado por la cabeza que Bouba pueda fichar por el Valencia. No es que os esté despreciando, pero…

– ¿Y por qué no? Es un club saneado, sólo debe ciento cincuenta millones de euros.

– Tendrían que hacer una oferta.

– La harán, Curull. Por fuerza han de hacerla: un club que ha ganado una Liga después de treinta y un años y que ha quedado dos veces subcampeón de la Champions ni puede rebajar su nivel ni dejarán que lo haga. La afición no se lo perdonaría.

– No lo tengo muy claro. Hay que vivir de realidades y las que más se acercan son el Bayern, el Inter y el Milan, que están muy interesados.

– Hombre, interesados, interesados…

– Por lo menos han preguntado.

– Y el Madrid también.

– Descartado.

– ¿Y si los demás no vuelven a preguntar?

– Rebajaremos el precio. Si ficha por el Madrid y les da buen resultado, en Igualada me capan.

– Pero no verían mal que fichara por el Valencia. Somos el club bisagra entre el Barça y el Madrid.

– La verdad es que el Valencia sería un mal menor -observó Curull-. Y en cualquier caso alguna solución tendrá que ocurrírseme. Los gastos son mayores cada día. Tenemos que darnos prisa en traspasarlo. Por cierto, ¿lo has cambiado de hotel?

– Sí, al Continental… en una suite.

– ¿En una suite?

– Me amenazó. Si no transigía, no hubiera jugado el domingo.

– Sabe del interés de los clubes importantes y me presiona.

Taciturno, Curull se bebió la cerveza y pidió otra. La suite de Bouba era otro quebradero de cabeza añadido a la contabilidad de la empresa. Ahora sólo faltaba que reclamara residencia en el hotel para su padre y sus ocho hermanos. Las familias africanas suelen ser numerosas. Entonces la factura de la manutención, sin contar su sueldo mensual y el hecho de que para tenerle en propiedad Curull había tenido que comprar el club en que jugaba y subvencionarlo todos los años (la FIFA no permitía que ningún particular comprara a un jugador), se dispararía hasta la estratosfera.

– ¿Tienes contactos en el Valencia?

– Indirectamente. Mi cuñado es diputado autonómico.

– ¿Del partido que gobierna?

– También indirectamente. Han decidido el Govern, pero son un partido minoritario.

– ¿Cuál?

– El Front Nacionalista Valencia.

– ¿Separatista?

– Están en ello.

– ¿Con quién gobierna?

– Con la derecha.

– ¿Y dices que son separatistas?

– Coyunturas políticas. Con un siete por ciento de los votos no querrás que declaren la independencia.

– Mira que sois raros los valencianos. Un partido que dices que es separatista y que da el Govern a la derecha…

– Convergencia gobernó con el Partido Popular.

– Ni me lo menciones. Yo soy de Esquerra. ¿Te he contado que mi padre fue chófer de Companys por un día? Vino a Igualada a hacer un mitin…

Aquí haremos un inciso para que Celdoni Curull recite a Hoyos algo que éste ya sabe de memoria. Mientras se lo contaba, Hoyos hacía como si le estuviera escuchando. Ya se había acostumbrado a las debilidades nostálgicas del catalán. Totaclass="underline" Companys fue a Igualada y, por la noche, tuvo que volver a Barcelona con el padre de Curull, porque el coche del político se averió y el mecánico del pueblo, militante de la FAI, se negó a repararlo.

– … En fin, dejémonos de sentimentalismos y vayamos al grano. ¿De modo que el Valencia sólo debe ciento cincuenta millones de euros?

– Según su último presupuesto. Pero el club tiene patrimonio.

– Vamos, haz las maletas. No perdemos nada por intentarlo -dijo en tono confiado.

– Me haces feliz. Tengo muchas ganas de volver a Valencia.

– ¿Y cómo es que has pasado tanto tiempo sin ver a la familia?

– Es una historia muy larga. No quería volver hasta que no tuviera perspectivas de futuro.

– ¿Te entiendes bien con tu cuñado?

– Era el único que me comprendía. Siempre estuvimos juntos en la lucha, desde la transición.

– A ver si los valencianos sois capaces de una vez por todas de cambiar la historia.

– Me parece que está a punto de dar un vuelco.

Celdoni Curull asintió con algo de escepticismo. Por tradición familiar mantenía una desconfianza atávica hacia los valencianos (tanto su padre como él habían tenido problemas comerciales con empresas valencianas de la madera). Personalmente apreciaba a Toni Hoyos, no tenía ninguna queja de su ayudante. Pero los valencianos, en conjunto… Suspiró y se secó la frente con el puño de la camisa. Tantos años en África lo cansaban. Bouba lo retenía allí. Su futuro económico pasaba por la venta de la joya senegalesa, lo único que podía compensarle por las calamidades sufridas.

Un jueves de junio Toni Hoyos aterrizaba en Manises, aeropuerto que no tenía casi nada que envidiar al de Dakar (por circunstancias geográficas el clima era distinto). Con el pelo casi cortado al uno y gafas oscuras subió a un taxi y, gracias a las dietas laborales de Curull, se alojó en el Meliá Plaza, el antiguo hotel Oltra, en plena plaza del Ayuntamiento. Camino del hotel, Hoyos se dedicó a examinar los cambios producidos en la red viaria de acceso a la ciudad. Los polígonos industriales se habían multiplicado en poco tiempo. El consistorio llevaba a cabo obras por todas partes, ya que al cabo de unos meses tendrían lugar las elecciones municipales. Le llamó la atención la cantidad de edificios que se estaban construyendo, las numerosas grúas que se alzaban por todas partes, precisamente en una ciudad en la que un informe cifraba en cincuenta mil las viviendas desocupadas. ¿Se había convertido Valencia en un lugar de oportunidades? Sin embargo lo más interesante, como tuvo ocasión de comprobar, era la gran cantidad de información deportiva que llenaba a rebosar los diarios. Todo el mundo parecía aficionado del equipo de la capital, rompiendo una perversa dinámica de años por la que el Barça y el Madrid se habían repartido las principales peñas del país. Los niños lucían la camiseta del Valencia, de algún balcón aún colgaba la bandera del equipo, de un blanco teñido de polución.