– Y espero – dijo Dinny – que le haga fallar los disparos.
– Me parece que no hay nada que logre hacérselos fallar. He olvidado a Adrián. Éste se quedará sentado en su silla plegable, meditando sobre los huesos y sobre Diana. Ya hemos llegado. ¿Ves? Por esta cancela. Allí está Saxenden. Le han dado el rincón caliente. Pasa por detrás de aquella empalizada y alcánzale por la espalda. Michael debe de estar metido en algún rincón, allá abajo: siempre le dan el apostadero peor.
Se separó de Dinny y continuó por el sendero. Pensando que no le había pedido a Fleur lo que tenía intención de pedirle, Dinny pasó por detrás de la empalizada y, cautelosamente, se acercó a lord Saxenden. El Par se movía de matorral en matorral, en el ángulo del campo que le había sido destinado. Cerca de un alto bastón con una hendidura, en la cual habían introducido un cartelito blanco numerado, se hallaba un joven guardabosques sosteniendo dos escopetas. A sus pies estaba tendido un perro de caza con la lengua colgando. Al lado opuesto del sendero, los campos de hierbas y rastrojos subían formando una ladera, y a Dinny – como a cualquier otra persona que tuviera experiencia – le pareció evidente que los pájaros empujados hacia aquel lado, volarían altos y veloces. «A menos que -r pensó – no haya detrás una maleza muy espesan. Se volvió para mirar. No la habla. Se hallaba en un vasto campo de hierba y los arbustos más cercanos distaban unos trescientos metros. «Me pregunto – volvió a meditar – si cuando le mira una mujer dispara mejor o peor. Diríase que no tiene nervios.» Volviéndose de nuevo, se dio cuenta de que él la había visto. – ¿Le molesto, lord Saxenden? Estaré muy quieta.
El Par dio un pequeño tirón a su gorro, que tenía unas puntas especiales delante y detrás.
– Bueno, bueno – dijo -. ¡Ejem!…
– Eso suena como si yo le molestara a usted. ¿Desea que me marche?
– ¡No, no! Quédese. Hoy no he podido tocar ni una pluma. Me traerá usted suerte.
Dinny se sentó en una silla plegable al lado del perro y comenzó a juguetear con las orejas del animal.
– El americano me ha ganado por la mano tres veces seguidas.
– ¡Qué mal gusto!
– Dispara contra los pájaros más imposibles, pero, Dios le confunda, siempre los acierta. Todos los pájaros que yo fallo, él los alcanza en el horizonte. Tiene el estilo de un cazador furtivo. Deja que pasen todos y luego los coge de derecha a izquierda, a una distancia de setenta yardas detrás suyo. Dice que cuando los tiene delante no los ve.
– Curioso – dijo Dinny, con un pequeño impulso de justicia.
– Creo que hoy no ha fallado golpe – añadió lord Saxenden, despechado -. Le he preguntado cómo podía tirar con \tan condenada precisión y me ha contestado: «Bueno, estoy acostumbrado a disparar para llenar el puchero y no puedo permitirme el lujo de errar.»
– Comienza la batida, milord -dijo la voz del joven guardabosque.
El perro empezó a jadear ligeramente. Lord Saxenden cogió una escopeta mientras el guardabosque preparaba la otra.
– Una bandada a la izquierda, milord.
Dinny oyó un crujir precipitado y vio una hilera de ocho pájaros que se dirigían hacia el sendero. ¡Bang-bang…! ¡Qué diablo…!
Dinny observó que los ocho pájaros desaparecían detrás del matorral, en el fondo del campo de hierba.
El perro, jadeando horriblemente, emitió un pequeño gruñido ahogado.
– ¡La luz debe engañar de un modo terrible! -dijo Dinny.
– No es la luz – replicó lord Saxenden -, ¡sino el hígado!
– Tres pájaros en línea recta, milord.
¡Bang!… ¡Bang-bang! Un volátil sufrió una sacudida, se contrajo, dio media vuelta sobre sí mismo y cayó al suelo a cuatro metros de la joven. Dinny sintió como si algo le agarrase la garganta. Le parecía increíble que una cosa tan viva tuviese que terminar de aquella manera. Había visto muchas veces matar pájaros, pero jamás había experimentado esa sensación. Los otros dos atravesaron el seto del fondo; los vio desaparecer y dejó escapar un ligero suspiro. El perro, trayendo en la boca al volátil muerto, se acercó al guardabosque y éste se lo cogió. Sentado sobre las patas traseras, siempre con la lengua colgando, el perro continuaba mirando el ave. Dinny vio que su lengua goteaba y cerró los ojos.
Lord Saxenden musitó una palabra que ella no logró entender.
El hombre repitió la palabra en voz aun más baja y, abriendo los ojos, Dinny le vio levantar la escopeta.
– ! Un faisán hembra, milord! -dijo el guardabosque en tono de advertencia.
Un faisán hembra pasó a una altura razonable, como sabiendo que su hora todavía no había llegado.
– ¡Diablos! -exclamó lord Saxenden, apoyando la culata de la escopeta contra su rodilla doblada.
– Una bandada a la derecha. ¡-Demasiado distante, milord! Varios disparos retumbaron y, al otro lado del seto, Dinny vio volar solamente dos pájaros, uno de los cuales perdía las plumas.
– Es un pájaro muerto – dijo el guardabosque, haciéndose pantalla con la mano para observar su vuelo -. ¡Agáchate! – ordenó, y el perro volvió a tenderse, mirándole jadeante.
Otros disparos retumbaron a la izquierda.
– ¡Maldita sea! – gruñó lord Saxenden -. Por aquí no pasa nada.
– ¡Una liebre, milord! – advirtió el guardabosque rápidamente -. A lo largo del matorral.
Lord Saxenden se volvió sobre sus talones y levantó la escopeta.
– ¡Oh, no! ~ dijo Dinny -, pero una detonación ahogó su exclamación. La liebre, herida en la parte trasera, se detuvo de golpe, luego avanzó contrayéndose y emitiendo unos gritos lastimeros.
– ¡Anda a buscarla! -dijo el guardabosque
– ¡Diablos! – masculló lord Saxenden -. ¡Mal herida! A través de sus párpados cerrados, Dinny sentía su mirada glacial. Cuando abrió los ojos, la liebre yacía muerta al lado del ave. Parecía increíblemente blanda. Dinny se levantó de repente con la intención de marcharse, pero se sentó de nuevo. Hasta que no hubiese terminado la batida no podía moverse sin correr el riesgo de ponerse al alcance de las escopetas. Volvió a cerrar los ojos mientras los disparos continuaban.
– Eso es todo, milord.
Lord Saxenden estaba entregándole la escopeta al guardabosque y otros tres volátiles yacían al lado de la liebre.
Algo avergonzada por las nuevas sensaciones que había experimentado, Dinny se levantó, cerró la silla plegable y se encaminó hacia la empalizada. Sin cuidarse de las convenciones, la saltó y aguardó a lord Saxenden al otro lado.
– Siento haber herido a esa liebre – dijo él -. Pero he estado viendo manchas durante todo el día. ¿Usted jamás tiene manchas delante de los ojos?
– No. De vez en cuando veo las estrellas. El grito de una liebre es horrible, ¿verdad?
– Estoy de acuerdo con usted. Jamás me ha gustado.
– Un día que estábamos merendando en el campo, vi detrás nuestro una liebre sentada sobre sus patas, como un perro, y a través de las orejas rosadas y transparentes se percibía la luz del sol. Desde aquella vez siempre me han gustado las liebres.
– No son presa para un cazador aficionado – admitió lord Saxenden -. Personalmente las prefiero asadas que no a la cazadora.
Dinny le echó una mirada. Estaba colorado y tenía un aspecto bastante satisfecho.
«Este es el momento oportuno», pensó.
– Lord Saxenden, ¿jamás les ha dicho usted a los americanos que fueron ellos quienes ganaron la guerra?
El la miró glacialmente.
– ¿Por qué hubiese debido hacerlo? – Pero la ganaron, ¿verdad?
– ¿Es el profesor quién lo dice?
– Nunca se lo he oído decir, pero estoy segura de que lo piensa.
Dinny volvió a ver en su rostro la expresión glacial. – ¿Qué sabe usted de él?
– Mi hermano tomó parte, en su expedición.
– ¿Su hermano? ¡Ah! – Y fue como si hubiese dicho «Esta joven quiere algo de mí».
Repentinamente Dinny sintió que estaba caminando sobre una capa muy delgada de hielo.