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CAPÍTULO XI

Cuando Dinny vio que la mirada de Hallorsen se fijaba sobre el Par dormido, ahogó un suspiro. ¿Qué pensaría de ella al verla zafarse a medianoche de una salita en donde dormía un hombre? Los ojos de Hallorsen, que ahora miraban los suyos, estaban extremadamente graves. Y temiendo que dijese: «¡Perdone!» y que despertase al durmiente, se llevó un dedo a los labios y murmuró: «¡No despierte al niño!», y se escabulló por el pasillo.

Cuando estuvo en su.habitación rió de buena gana; luego pasó revista a sus sensaciones. Dada la reputación que gozan los aristócratas en los países democráticos, probablemente Hallorsen pensaría lo peor. Pero ella le hacía entera justicia. Cualquiera que fuese lo que pensara de ella, se lo guardaría para sí: -Fuera lo que fuese él mismo, era un buen perrazo. Se lo imaginaba a la mañana siguiente, durante el desayuno, diciéndole ron seriedad: «Señorita Cherrell, me alegro al ver que tiene usted tan buen aspecto.» Y, entristecida por su manera de tratar los asuntos de Hubert, se metió en cama. Durmió mal, se despertó pálida y cansada, y desayunó en su cuarto.

En las reuniones que se celebran en las casas de campo, un día se parece mucho al otro. Los hombres llevan el mismo modelo de corbata multicolor, toman los mismos desayunos, consultan el mismo barómetro, fuman las mismas pipas y matan los mismos pájaros. Los perros agitan las mismas colas, se esconden en los mismos lugares, emiten los mismos gruñidos de animales agonizantes y dan caza a los mismos pichones en 1os mismos prados. Las señoras consumen el mismo desayuno, ponen las mismas sales en la misma bañera, vagan por el mismo jardín; al hablar de los mismos amigos, dicen con el mismo asomo de malignidad. «Les aprecio mucho, naturalmente»; admiran los mismos adornos de rocas con la misma pasión por las portulacas, juegan los mismos partidos de croquet o de tenis con los mismos chillidos, escriben las mismas cartas para contradecir los mismos chismorreos, parangonan las mismas antigüedades, difieren sobre los mismos puntos y concuerdan con la misma diferencia de opiniones. Las doncellas tienen el mismo modo de desaparecer, salvo que eso no lo hacen en los mismos determinados momentos. Y la casa tiene el mismo olor a tabaco, a pot-pourri, a flores, libros y cojines.

Dinny le escribió a su hermano una carta en la que no le hablaba ni de Hallorsen, ni de Saxenden, ni de los Tasburgh; pero se refería con estilo vivaz a su tía Em, a Boswell y Johnson, a tío Adrián y a lady Henrietta. Finalmente le rogaba que viniese a buscarla con el coche. Por la tarde, los Tasburgh vinieron a jugar a tenis, y ella no vio ni a lord Saxenden ni al americano hasta que la cacería terminó. Pero el que había sido «Snubby Bantham» le lanzó una mirada tan larga y tan extraña desde el ángulo en donde estaba tomando su taza de té, que ella comprendió que no la había perdonado. Fingió no darse cuenta, pero interiormente se sintió desfallecer y le pareció que hasta aquel momento no le había causado a Hubert más que perjuicios. «Le diré a Jean que no lo suelte», pensó, y salió para buscar a la «leoparda». Mientras caminaba se encontró con Hallorsen y, decidiendo rápidamente recuperar el terreno perdido, dijo

– De haber llegado usted anoche un poco más temprano, profesor Hallorsen, me hubiese oído leer a lord Saxenden unos trozos del Diario de mi hermano. Quizá le hubiera hecho más bien a usted que a él.

El rostro de Hallorsen se aclaró.

En realidad -dijo -, hasta este momento no he cesado de preguntarme qué soporífero le había suministrado usted a ese pobre lord.

– Le preparaba para el libro de usted. Le enviará un ejemplar, ¿verdad?

– Creo que no, señorita Cherrell. Su salud no me interesa tanto. Por mí puede quedarse despierto toda la noche. No sabría qué hacer con un hombre que se duerme mientras la escucha a usted. ¿Qué hace en la vida ese lord?

– ¿Qué hace? Bueno, es lo que ustedes llaman un Gran Bombo. No sé exactamente dónde toca su bombo, pero papá dice que é5 un hombre que cuenta mucho. Espero, profesor, que también hoy le haya usted ganado por la mano, horque cuanto más le gane usted por la mano, mayores posibilidades tendrá mi hermano de recobrar la posición que perdió participando en su expedición.

– ¿De veras? ¿Son los sentimientos personales los que deciden aquí estas cosas?

– ¿No sucede lo mismo en su país?

– ¡Bueno… sí! Pero yo creía que el viejo mundo seguía demasiado las tradiciones y que no hacía esas cosas.

– Naturalmente, nosotros no confesamos la influencia de los sentimientos personales.

Hallorsen sonrió.

– Pero, ¿no es maravilloso? Todo el mundo es igual. Se divertiría usted en América, señorita Cherrell. Me encantaría tener la ocasión de enseñársela algún día.

Hablaba como si América fuese un objeto antiguo, guardado en su maleta. Y ella no sabía cómo interpretar una frase que podía no tener significado alguno o bien tenerlo demasiado grande. Por la expresión de su rostro comprendió que su propósito había sido darle a la frase este segundo significado, y descubriendo los dientes en una sonrisa, contestó

Gracias, pero aún es usted mi enemigo.

Hallorsen le tendió una mano, pero ella había retrocedido. – Señorita Cherrell, haré cuanto pueda para destruir la mala impresión que se ha formado usted de mí. Soy su muy humilde servidor, y algún día espero tener la ventura de ser algo más para usted.

Aparecía terriblemente alto, hermoso y robusto, y ella experimentó una especie de resentimiento.

– No hay que tomar las cosas demasiado en serio, profesor. Eso no causa más que molestias. Ahora excúseme usted, pero he de reunirme con la señorita Tasburgh.

Y se marchó rápidamente. ¡Ridículo! ¡Conmovedor! ¡Lisonjero! ¡Odioso! Hiciera lo que hiciese, siempre se encontraría obstaculizada y metida en algún embrollo. Después de todo, lo mejor era confiar en la suerte.

Jean Tasburgh, que en ese momento acababa de jugar un partido de tenis contra Cicely Muskham, se estaba quitando la redecilla que le sujetaba los cabellos.

– Ven a tomar el té -dijo Dinny -. Lord Saxenden está languideciendo por ti.

Pero cuando estaba a la puerta de la sala de té, sir Lawrence la llamó aparte y diciéndole que aún no había disfrutado de su compañía, la invitó a mirar las miniaturas que tenía en el despacho.

– Esta es mi colección de tipos nacionales característicos, Dinny. Como puedes ver, no hay más que mujeres: francesas, alemanas, italianas, holandesas, americanas, españolas, rusas. Me gustaría infinitamente tener una miniatura tuya, Dinny. ¿.Quisieras posar para un joven pintor?

– ¿Yo? – Tú.

– Pero, ¿por qué?

– Porque – contestó sir Lawrence, escudriñándola a través de su monóculo- en ti está la explicación del enigma representado por la lady inglesa y yo hago colección de las diferencias esenciales entre las diversas culturas nacionales.

– Eso parece muy interesante.

– Mira ésta. Aquí tienes a la cultura francesa «in excelsis: inteligencia rápida, espíritu, decisión, perseverancia, estetismo intelectual, pero no emotivo; nada de humor, sentimientos únicamente convencionales, tendencia al dominio – fíjate en los ojos -, sentido de las conveniencias, ninguna originalidad, visión mental muy clara, pero muy limitada-; nada de fantasía en ella y, por último, sangre rápida, pero disciplinada. Toda de una pieza, con contornos muy nítidos. Aquí .tienes a una americana de tipo raro; variedad culta en el máximo grado. Obsérvese sobre todo el aspecto semejante al de alguien que tenga en la boca un invisible bocado de freno. En sus ojos hay una batería de la que se servirá, pero sólo correctamente. Se mantendrá bien conservada hasta el fin de sus días. Buen gusto, mucho conocimiento, pero poco estudio: ¡Mira esa alemana! Menos disciplina en las, emociones, menos sentido de las conveniencias que las otras dos, pero tiene conciencia, es trabajadora y posee mucho sentido del deber, poco gusto y alga de humor bastante pesado. Si no se cuida engordará. Mucho sentimiento y también mucho sentido común. Más abierta, bajo todos los aspectos. Quizá no es un ejemplar demasiado bueno. No logro encontrar otro: Esta es la perla de mis italianas… Es interesante. Muy estilizada, con algo vital detrás suyo. Tiene una máscara muy bien moldeada y la lleva con gracia. Conoce su propia opinión, quizá demasiado bien. Sigue por su camino cuando puede y, cuando no puede, por el de los demás. Poética solamente en las cosas sensuales. Sentimientos fuertes y caseros. Ojos abiertos al peligro. Tiene mucho valor, pero lo pierde fácilmente. Buen gusto, sujeto a malas interpretaciones. Aquí no existe el amor hacia la naturaleza. Energía intelectual, pero no activa o investigadora. Y ahora – concluyó sir Lawrence, volviéndose repentinamente hacia Dinny -, vendrá la perla inglesa. ¿Quieres saber algo de ella?