– El viejo Shropshire tendrá que cuidarse de que no le pisen los talones – comentó sir Lawrence.
Hubert no dijo nada. Estaba conmovido.
Silenciosas y desasosegadas, las dos muchachas se dirigieron hacia St. Agustine's-in-the-Meads.
– No sé quién me apena más – dijo Dinny de repente -. Jamás había pensado en la locura antes de ahora. La gente, por lo general, la convierte en una broma o bien la oculta. Pero me parece la cosa más lamentable del mundo, tanto más si es parcial, como en este caso.
Jean le dirigió una mirada maravillada. Dinny, sin la máscara del humorismo, era un ser nuevo.
– ¿Por qué dirección ahora?
– Por aquí; tenemos que atravesar Euston Road. Personalmente, no creo que tía May pueda alojarnos. Bueno, si no puede, llamaremos por teléfono a Fleur. ¡Ojalá lo hubiese pensado antes!
Su predicción se verificó: la Vicaría estaba atestada, su tía ausente y su tío en casa.
– Ya que nos hallamos aquí, será mejor enterarnos si tío Hilary os casará – dijo Dinny en voz baja.
Hilary, que desde hacía tres días tenía ahora la primera hora libre, estaba en mangas de camisa, tallando el modelo de un barco de vikingos. La reproducción en miniatura de buques antiguos era la ocupación favorita de quien no tenía ni tiempo ni musculatura para el alpinismo. El hecho de que para realizar esa tarea fuese necesario más tiempo que para concluir cualquier otra, y de que él dispusiera de menos tiempo que nadie, no le parecía excesivamente importante. Después de haber estrechado la mano de Jean, pidió permiso para continuar su trabajo.
– Tío Hilary – comenzó Dinny bruscamente -, Jean va a casarse con Hubert y quieren hacerlo con un permiso especial, Hemos venido a preguntarte si quieres casarlos tú.
Hilary detuvo su gubia, estrechó los ojos hasta que se convirtieron en dos cortes maliciosos y preguntó
– ¿Temes que cambie de idea? – Nada de eso – contestó Jean.
Hilary la estudió atentamente. Con dos palabras y una mirada le había convencido de que era una muchacha de carácter.
– Conozco a su padre – dijo -. Siempre se toma mucho tiempo para decidir las cosas.
– En este caso, papá se muestra perfectamente dócil. – Es cierto – afirmó Dinny -, Yo lo he visto.
– ¿Y el tuyo?
– No pondrá inconvenientes.
– Si es así – repuso Hilary, poniéndose a tallar de nuevo la popa de la nave – os casaré. No veo razón alguna por la que se deba retrasar el matrimonio, si estáis realmente decididos. – Se volvió hacia Jean -. Sería usted una buena alpinista; si la temporada no estuviese terminada, le recomendaría una ascensión como viaje de novios. Pero, ¿por qué no hacen un viaje en un barco pesquero por los mares del norte?
– Tío Hilary – explicó Dinny- rechazó un decanato. Es conocido por su ascetismo.
– Fueron los cordones del sombrero los que me decidieron a hacerlo, Dinny. Déjame decir que desde entonces las uvas jamás han estado maduras. No puedo imaginar por qué he rechazado una vida de bienestar, tiempo para reproducir todos los barcos del mundo, la posibilidad de ver mi nombre en los periódicos y el placer de ver aumentar mi barriga. Tu tía jamás deja de echármelo en cara. Si pienso en lo que tío Cuffs hizo con. su dignidad y en el aspecto que presentaba el día que murió, me veo ante toda mi vida mal aprovechada y me figuro cómo seré cuando me bajen: del coche fúnebre. ¿Su padre es un hombre enérgico, señorita Tasburgh?
– ¡Oh, se limita a pasar el tiempo! – respondió Jean -. Pero es una consecuencia de la vida en el campo.
– ¡ No del todo! Pasar el tiempo y creer que uno no lo está haciendo… es la definición universal de «El hombre que fue».
– Excepción hecha -dijo Dinny – del «hombre que jamás fue». Tío, el capitán Ferse ha vuelto hoy repentinamente a casa de Diana.
El rostro de Hilary se puso serio.
– ¿Ferse? O es algo terrible o bien es una muestra de la misericordia divina. ¿Lo sabe tu tío Adrián?
– Sí. Yo le he acompañado. Diana estaba fuera. – ¿Has visto a Ferse?
– Yo he entrado y le he hablado -dijo lean -. Parecía estar perfectamente cuerdo. No obstante, me ha encerrado con llave en una salita.
Hilare continuaba inmóvil.
– Tenemos que decirte adiós, tío. Vamos a casa de Michael
– Hasta la vista y muchísimas gracias, señor Cherrell.
– Sí – dijo Hilary, ausente -, hay que esperar lo mejor. Las dos muchachas subieron al coche y partieron en dirección a Westminster.
– Es evidente que espera lo peor – observó Jean.
– No es difícil, cuando las dos alternativas son tan terribles.
– ¡Gracias!
– No, no – murmuró Dinny -. No era a ti a quien me refería. -Y pensó con cuánta firmeza podía Jean seguir por una senda cuando había comenzado a encaminarse por ella…
Ante la casa de Michael encontraron a Adrián quien, habiendo telefoneado a Hilary, se enteró de su cambio de alojamiento. Cuando hubo comprobado que Fleur podía alojar a las dos muchachas, las dejó; pero Dinny, afligida por la expresión de su rostro, corrió tras él. Se dirigía hacia el río y lo alcanzó en la esquina del Square.
– ¿Prefieres estar solo, tío?
– Me satisface tu compañía, Dinny. Vamos.
Dinny deslizó una mano debajo de su brazo y marcharon ambos hacia el oeste, a lo largo del Embankment, caminando a buen paso. Dinny no hablaba, prefiriendo que fuera él quien empezara, si lo deseaba.
– ¿Sabes? He ido a esa Clínica diversas veces – dijo Adrián al cabo de un rato – para ver cómo marchaba el estado de Ferse y para asegurarme de que le trataban bien. Me pesa no haber ido allí durante estos últimos meses. Pero me daba reparo. Acabo de hablar con ellos por teléfono. Querían presentarse, pero les he dicho que no lo hagan. ¿Qué podrían hacer? Admiten que durante las dos últimas semanas se ha mostrado perfectamente normal. En estos casos, parece que aguardan por lo menos un mes antes de avisar. Ferse mismo dice que estaba normal desde hacía tres meses.
– ¿Qué clase de sitio es?
– Una casa de campo bastante grande. Sólo hay unos diez pacientes; cada uno tiene sus propias habitaciones y su enfermero. Es uno de los mejores lugares que se puedan encontrar. Pero siempre me ha producido una sensación de horror, con sus muros armados de púas y su aspecto de lugar escondido. No sé si soy supersensible, Dinny, pero esta enfermedad me parece realmente demasiado terrible.
Dinny le apretó el brazo.
– A mí también. ¿Cómo ha logrado escaparse?
– Estaba tan normal que ya no lo vigilaban. Parece que ha dicho que iba a descansar y se ha zafado durante la hora del almuerzo. Sin duda observó que algunos proveedores llegaban a determinada hora del día, porque se ha escabullido mientras el portero llevaba adentro los paquetes. Ha hecho a pie el camino hasta la estación y ha cogido el primer tren. No son más que veinte millas. Ha debido llegar a la ciudad antes de que se dieran cuenta de su ausencia. Mañana iré allí.
– ¡Pobrecito tío! – dijo Dinny, con dulzura.
– Querida, así es la vida. Pero quedarme en suspenso entre dos horrores no es mi sueño predilecto.
– ¿Es hereditaria la locura de Ferse? Adrián asintió con un movimiento de cabeza.
– Su abuelo murió delirando. Pero de no ser por la guerra, quizá la locura no se hubiera desarrollado en Ferse. ¿Quién sabe? ¿Demencia hereditaria? ¿Es justo? No, Dinny, yo no creo que la divina misericordia…, Una fuerza creadora que lo abarca todo y una potencia de visión sin principio ni fin son cosas que se comprenden. Pero… no podemos atarlas con correa. ¡Piensa en un manicomio! Uno no se atreve a imaginarlo, Y considera lo que significa para esas pobres criaturas el hecho de que uno no se atreva. Las personas sensibles retroceden, de modo que están a merced de los insensibles. ¡Que Dios las ampare!
– Según tú, Dios no quiere.
– Dios significa la ayuda que el hombre da al hombre. -dijo alguien- Sea como fuere, es la única idea cierta que de Él nos podemos forjar.
– ¿Y el demonio?
– Es el mal que el hombre hace al hombre, sólo que en esta definición yo comprendería también a los animales.