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– Vamos, Perrie, déjate llevar, deja que te ame…

Dejó de respirar un segundo, y Joe la observó mientras una expresión de puro placer se extendía por su bello rostro. Y entonces gimió y se estremeció bajo sus dedos. Sucesivas oleadas de placer se sucedieron, y Joe la abrazó con fuerza, susurrando su nombre.

Cuando finalmente ella volvió despacio a la realidad, soltó un suspiro débil y cerró los ojos. Él percibió su respiración suave y relajada. Tenía la cara sonrosada y una película de sudor bañaba su frente.

La estudió largo rato, memorizando cada detalle de su rostro, sellando su imagen a fuego en su mente. Cerró los ojos y seguía viéndola: la cara de un ángel y el cuerpo de una diosa.

Cuando volvió a mirarla, vio que estaba dormida. Joe la abrazó y pegó su miembro en erección a su trasero. Estaba abrazado a la gloria, y no pensaba soltarla jamás.

Al día siguiente tendría tiempo suficiente para decirle todo lo que había que decir, para expresarle sus sentimientos. También para hablarle de la llamada de Milt. Pero de momento nada importaba. Finalmente habían encontrado un lugar donde el orgullo daba paso a la pasión, un lugar donde tal vez podrían disfrutar durante muchos años.

9

Perrie se despertó entre sus brazos, y por primera vez en su vida se sintió segura y totalmente contenta. La habitación se había enfriado, ya que el fuego de la estufa había quedado reducido a cenizas antes del amanecer. Se acurrucó bajo el edredón y escuchó su respiración regular y profunda que le acariciaba la parte de atrás del cuello. Seattle le parecía tan lejano… A muchos kilómetros de distancia, y a casi media vida.

Joe se preocupaba por ella y creía en ella. La presión que día a día había sido una carga para ella había desaparecido. No pensaba en fechas de entrega, en plazos ni en galardones. En lugar de eso, las imágenes de una ternura exquisita y de una pasión sin límites le colmaban el pensamiento.

La noche anterior no habían hecho el amor, pero habían compartido una experiencia íntima. Ella se había entregado a él, libre de sus inhibiciones, vulnerable a sus caricias. Y en lugar de sentir pesar o vergüenza, sentía una dicha total. El mundo giraba más deprisa, y el sol brillaba con más fuerza. Su vida juntos había empezado desde el instante en que él la había llevado al borde del abismo y la había rescatado durante la caída. Y en sus brazos, sería mucho más feliz de lo que lo había sido jamás.

¿Sería posible que el destino los hubiera unido? Jamás había creído en el destino o en el karma, prefiriendo siempre la lógica y la razón a las demás explicaciones. Pero algo más potente estaba presente allí. De no haber sido por Tony Riordan y esa bala perdida, tal vez habría pasado el resto de sus días sin conocer a Joe Brennan, sin amar como amaba ya a ese hombre.

La idea de no haberlo conocido se le antojaba insoportable, de modo que decidió dejarla de lado y no pensarlo más. No estaba segura de lo que le depararía el día, pero tenía que creer que Joe sentía por ella lo mismo que ella por él. Porque si no lo hacía, su vida no volvería a ser la misma.

– Sigues aquí -murmuró Joe, interrumpiendo sus pensamientos.

Ella se dio la vuelta. Joe la miró con ojos adormilados y sonrió.

– Yo podría decir lo mismo de ti.

Él empezó a besarla en el cuello.

– No se me ocurre otro sitio mejor para estar. ¿Y a ti?

– Se me ocurren muchos, pero estando tú conmigo -dijo Perrie.

– ¿Por ejemplo?

– Pues un hotel de lujo con una cama enorme, y servicio de habitaciones para llevarnos el desayuno a la cama, palmeras, sol y una toalla de playa para dos.

Él frunció el ceño.

– ¿De verdad odias tanto el frío? -le preguntó Joe.

– No -dijo Perrie-. Lo que odio es tener que ponerme tanta ropa cada vez que tengo que salir de casa -le deslizó una mano juguetonamente por el pecho-. Y me gustas mucho más sin la camisa de franela y los calzoncillos largos.

Joe sonrió y le dio un beso en la punta de la nariz.

– ¿Entonces, cuándo te vas a Cooper?

Su pregunta sorprendió a Perrie. Se había olvidado del viaje, y ahora que él se lo mencionaba, no sabía qué hacer con el premio. No tenía intención de volver a Seattle antes de que Milt la llamara. Y Cooper estaba muy lejos de Muleshoe… y de Joe.

– Bueno, no lo había pensado. ¿Por qué me lo preguntas?

– Pensé que estarías deseosa de cambiar de aires. Llevas dos semanas metida en Muleshoe. Y has trabajado tanto para ganar el viaje…

¿Tantas ganas tenía él de que se marchara?

– Supongo que debería irme pronto. No tengo idea de cuándo va a llamar Milt.

Él puso una cara rara, pero antes de que Perrie pudiera adivinar nada, la expresión había desaparecido.

– ¿Por qué no te vas hoy?

Perrie pestañeó con confusión.

– ¿Hoy, no es un poco pronto? En realidad, no sé si puedo. Hay que hacer las reservas, y a ver qué piloto me lleva…

Él se acurrucó junto a ella y suspiró.

– No te preocupes por el piloto. Yo soy el piloto -dijo Joe-. En cuanto a las reservas, en esta época del año no hay muchos visitantes. Seguramente lo tendremos para nosotros solos. Será muy romántico.

Perrie se incorporó en la cama.

– ¿Tú ibas a llevarme a Cooper? ¿Desde cuándo?

Él se quedó mirándola con sorpresa.

– Ofrecí mis servicios a los organizadores de los juegos en cuanto me enteré de que tú ibas a participar. No pensaba correr ningún riesgo.

La realidad cayó sobre ella como un alud y su estado de ensoñación se evaporó en un segundo. ¿Cómo podía haber sido tan boba? ¿Por qué había olvidado lo que les había juntado, para empezar? Joe tenía un trabajo que hacer, un favor que devolver. ¿Habría equivocado la obligación con el amor?

Perrie cerró los ojos para tratar de calmar sus acelerados pensamientos. Aquello no era real, era algo que se habían inventado Joe y ella. Se había dejado llevar por sus fantasías de adolescente de felicidad eterna. Lo real era Seattle y su trabajo.

– Querías asegurarte de que no me marcharía a Seattle -dijo ella en tono neutral.

– Bueno, al principio a lo mejor. Pero no vas a volver a Seattle. Así que podemos pasar un fin de semana romántico.

– ¿Entonces confías en mi?

– Por supuesto que confío en ti, Perrie. Sólo quiero que estés a salvo. Te das cuenta de que estás mucho mejor en Alaska conmigo, ¿verdad?

No sabía qué decir; se sentía como perdida en la espesura sin brújula. Todos esos sentimientos eran tan nuevos, tan poco familiares, y no tenía experiencia pasada donde agarrarse. Siempre había tenido el control de su vida. Pero en ese momento le había dado el control a otra persona, dejándola vulnerable y aturdida.

– Vayámonos a Cooper. Hoy mismo.

– Saldremos después de comer -le dijo Joe mientras tiraba de ella para que se tumbara.

– No -contestó Perrie-. Creo que deberíamos marcharnos ahora -se puso la camiseta y se levantó de la cama-. Creo que voy a hacer la bolsa. Y tú deberías ir al refugio a por tus cosas.

Joe le tomó la mano y tiró de ella para que se sentara.

– ¿Qué prisa tienes? Vuelve a la cama, cariño.

Ella se puso de pie.

– No, creo que deberíamos marcharnos ahora.

Joe se levantó de la cama con un gemido de frustración.

– De acuerdo -dijo mientras se agachaba para vestirse-. Iré a hacer la bolsa y volveré a por ti en quince minutos.

Se puso las botas y la cazadora antes de agarrarla de nuevo y besarla.

– Nos lo vamos a pasar de maravilla, ya verás -murmuró él.

Cuando cerró la puerta de la cabaña, Perrie volvió a la cama y se sentó. ¿Qué estaba haciendo? Dos semanas en Muleshoe y ya se había olvidado de por qué estaba en realidad allí. La historia que tan importante le había parecido de pronto le daba igual. Y todo por un hombre; un hombre a quien apenas conocía.