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No podía estar segura del rato que pasó pasando los dedos por la tarjeta, con los ojos llenos de lágrimas, recordando el día que él se la había dado.

– Eh, caramba.

Perrie levantó la vista y vio a Hawk mirando por su ventana, con unos prismáticos pegados a los ojos.

– ¿Qué pasa? ¿Ves algo?

Hawk se retiró los prismáticos y se volvió hacia ella con una sonrisa.

– Tenías razón. Está ahí abajo. Y parece que el avión está de una pieza.

Perrie se acercó corriendo la otra ventana y vio algo rojo sobre el fondo blanco de la nieve.

– ¿Está bien? ¿Lo ves tú? -le preguntó a Hawk.

Hawk miró de nuevo y asintió.

– Nos ha visto y está agitando la mano.

Perrie se recostó en el asiento y cerró los ojos, llena de alivio y de aprensión. ¿Y si se había equivocado y Joe no la amaba?

– Voy a aterrizar -dijo el piloto.

– ¿Está… seguro? Quiero decir, podría venir otro avión a rescatarlo. Usted ya ha hecho tanto…

Hawk se volvió y la miró a los ojos.

– Estará encantado de verte.

Sus palabras fueron tan directas y confiadas, que Perrie no pudo evitar creerlas.

Cuando el avión se detuvo por fin, fue Hawk el primero en bajar. Perrie se quedó un momento allí sentada, sin poder moverse. Después de abrazarse, los dos amigos charlaron unos minutos. Perrie rezó una oración más, empujó la puerta y salió.

Pero cuando salió de la sombra del ala, Joe se había vuelto hacia su avión. Entonces, Hawk llamó a Joe. Éste se volvió con una sonrisa en los labios, y entonces la vio. Sus miradas se encontraron y finalmente, tras lo que le pareció una eternidad, Joe echó a andar despacio hacia ella. Con cada paso que daba su sonrisa se hacía más amplia, y Perrie se sentía cada vez más aliviada. Él se detuvo, se echó a reír y le tendió los brazos. Con un grito de felicidad, Perrie corrió hacia él y se tiró a sus brazos, de tal modo que estuvieron a punto de caerse los dos en la nieve.

Mientras le hundía las manos en su cabello, la besaba con pasión, frenéticamente, sin parar.

– Pensé que no volvería a verte -murmuró Joe-. ¿Qué haces aquí?

– Tenía que volver -dijo Perrie sin dejar de besarlo-. Tenía que decírtelo.

– ¿Decirme por qué te habías ido?

– No, decirte por qué tengo que quedarme -lo miró a los ojos, esos ojos de un azul brillante-. Te amo, Joe.

Él la miró fijamente, y después levantó la vista al cielo y sonrió.

– Más te vale, Kincaid -le dijo mirándola de nuevo-, porque desde luego yo te adoro.

Perrie lo abrazó y lo besó con fuerza.

– No sabes lo preocupada que he estado. Cuando llamé al refugio y me dijeron que no estabas…

– Me paré a ver a Romeo y Julieta, y cuando traté de despegar se había congelado el cable del combustible.

– Estaba tan preocupada. Creía que te había perdido.

– ¿Por qué me dejaste, Perrie? ¿Por qué te fuiste así?

Ella apoyó la frente contra su pecho.

– Porque he sido idiota y tenía miedo, y porque no creía que me amaras de verdad. Pensé que estabas haciendo lo que te había pedido Milt.

Joe se echó a reír y le subió la barbilla.

– Milt no dijo nada de que me enamorara de ti.

– Me refería a acostarte conmigo.

– Esto tampoco me lo dijo. Todo eso se me ocurrió a mí solo.

Perrie se sonrojó.

– Nos sentimos bien juntos.

– Sí, Kincaid, creo que hacemos buena pareja -se burló-. Y como estás de acuerdo, creo que sólo nos queda una cosa por hacer.

Perrie lo miró con timidez, tan ansiosa por volver al refugio y al abrigo de una cama grande y caliente… Tenía ganas de pasar una semana entera durmiendo y haciendo el amor con él.

– ¿Y qué es, Brennan?

– Tendrás que casarte conmigo.

Cuando finalmente pudo hablar, se tuvo que aclarar la voz.

– ¿Casarme contigo?

– Sólo di que sí, cariño. Después ya veremos dónde vamos a vivir y lo que vamos a hacer. En este momento, sólo quiero saber que pasaras el resto de tu vida junto a mí.

Con un grito de júbilo, Perrie se tiró de nuevo a sus brazos, y esa vez sí que cayeron los dos al suelo.

– ¿Entonces, lo harás? -dijo Joe después de pasar unos minutos besándose.

– Sí, sí, sí. Pero sólo si podemos vivir en Muleshoe.

Joe la miró con sorpresa.

– ¿De verdad? ¿Quieres vivir en Alaska?

Perrie asintió, y Joe le agarró la cara con las dos manos y volvió a besarla. Cuando levantó la vista, la fijó en el horizonte.

– Nos están mirando.

Perrie se puso bocabajo y apoyó los codos en el suelo nevado. Al otro lado de la amplia llanura vio un movimiento, algo grisáceo en el fondo blanco. Romeo apareció ante sus ojos, y unos segundos después apareció Julieta.

Joe le rodeó la cintura con el brazo y se inclinó para darle un beso en la sien.

– ¿Crees que están de acuerdo? -le preguntó él.

– Todo lobo solitario merece tener una compañera -dijo Perrie-. Y ahora tú has encontrado la tuya.

Joe la abrazó con un gruñido ronco, y en ese momento Perrie entendió que había encontrado su lugar en la espesura. Había encontrado a su alma gemela.

Kate Hoffmann

***