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Actualmente, Sherman debía de rondar ya los cuarenta y pico; sin duda era un poco mayor para ser una de las mujeres de Kevin, de modo que ¿qué relación tenían? En una fotografía de la actriz que había visto hacía sólo unos pocos años se veía que había ganado unos kilos desde la serie de televisión. Sin embargo, seguía siendo una mujer hermosa, así que era posible que hubieran tenido una aventura.

Molly presionó el botón de cambio del mando a distancia y apareció un anuncio de cosméticos. Tal vez fuera eso lo que necesitaba. Un maquillaje total.

Apagó la tele y subió a su habitación. Algo le hacía pensar que un maquillaje no solucionaría sus problemas.

Tras una ducha caliente, se puso uno de los camisones de lino irlandés que se había comprado cuando aún era rica. Todavía la hacía sentir como la heroína de una novela de Georgette Heyer. Se llevó el cuaderno a la cama para poder seguir pensando en Daphne, pero la oleada de creatividad que había experimentado aquella tarde se había desvanecido.

Roo roncaba suavemente a los pies de la cama. Molly se dijo a sí misma que le estaba entrando sueño. Pero no.

Tal vez podía acabar de pulir su artículo, pero mientras se dirigía al desván para coger el portátil, echó un vistazo al baño de invitados. Tenía dos puertas: aquella en la que estaba ella y, al otro lado, la que llevaba directamente al dormitorio donde dormía Kevin. La puerta estaba abierta de par en par.

Sus piernas inquietas y nerviosas la llevaron hasta las baldosas del baño.

Vio el neceser Louis Vuitton sobre el lavabo. No se imaginaba a Kevin comprándolo por su cuenta: debía de ser un regalo de una de sus bellezas internacionales. Se acercó más y vio un cepillo de dientes rojo con las cerdas blancas. Había vuelto a tapar el tubo de Aquafresh.

Pasó la punta del dedo por el tapón del desodorante y luego alcanzó una botella de cristal deslustrado de aftershave del caro. Desenroscó el tapón y acercó la nariz. ¿Olía como Kevin? Él no era de esos hombres que se ahogan en colonia, y no se había acercado a él lo suficiente como para saberlo con seguridad, pero algo familiar en el aroma le hizo cerrar los ojos y aspirar más profundamente. Se estremeció; volvió a dejar la botella donde estaba y luego se fijó en el neceser.

Tirado junto a un bote de ibuprofeno y un tubo de Neosporin estaba el anillo de la Super Bowl de Kevin. Sabía que lo había ganado en los primeros tiempos de su carrera, como suplente de Cal Bonner. Le sorprendió ver un anillo de campeón tirado tan descuidadamente en el fondo del neceser, aunque por lo que sabía de Kevin era de suponer que no quisiera ponerse un anillo que había ganado por los méritos de otro.

Empezó a alejarse, pero se detuvo en seco cuando vio en el neceser algo que le había pasado inadvertido.

Un condón.

No era nada del otro mundo. Era natural que Kevin llevara condones consigo. Probablemente tendría todo un cajón lleno. Lo cogió y lo estudió. Parecía ser un condón de lo más normal. Entonces, ¿por qué estaba allí observándolo?

¡Era una locura! Llevaba todo el día comportándose como una obsesa. Si no se recomponía, acabaría cocinando un conejo como la loca Glenn Close en Atracción fatal.

Molly se estremeció. «Lo siento, Daphne.»

Una miradita. Nada más. Sólo le echaría una miradita mientras dormía y se marcharía.

Se acercó a la puerta del dormitorio y la abrió lentamente.

Capítulo tres

Bien entrada la madrugada, Daphne se coló en la madriguera de Benny el Tejón con el rostro cubierto con la temible máscara de Halloween…

Daphne planta un huerto de calabazas

Un débil rayo de luz del pasillo se proyectaba encima de la alfombra. Molly podía distinguir una forma grande bajo las mantas. Su corazón latía fuerte por la emoción de lo prohibido. Vacilante, dio un primer paso hacia dentro.

La misma energía peligrosa que había sentido cuando, a sus diecisiete años, había activado la alarma de incendios, la recorrió de arriba abajo. Se acercó un poco más. Sólo una miradita y se marcharía.

Kevin estaba tumbado de costado, de espaldas a ella. El sonido de su respiración era profundo y lento. Recordó las viejas películas del Oeste en las que el pistolero se despierta con el menor ruido, e imaginó a un Kevin con el pelo aplastado apuntándole al estómago con una Colt 45.

Fingiría que era sonámbula.

Él había dejado los zapatos en el suelo, y Molly apartó uno con el pie. Hizo un ligero frufrú con el roce de la alfombra, pero Kevin no se movió. Molly apartó la pareja, pero él siguió sin reaccionar. Había pasado el peligro de la Colt 45.

Las palmas de las manos le sudaban, y se las secó con el camisón. Entonces chocó suavemente con un extremo de la cama.

Kevin estaba profundamente dormido.

Ahora que ya había visto qué aspecto tenía cuando dormía, se marcharía.

Lo intentó, pero sus pies la llevaron al otro lado de la cama, donde podría ver su cara.

Andrew también dormía así. Se podían lanzar fuegos artificiales junto a su sobrino y él no se inmutaba. Pero Kevin Tucker no se parecía en nada a Andrew. Molly se recreó con su fantástico perficlass="underline" una frente fuerte, unos pómulos angulados y una nariz recta y perfectamente proporcionada. Siendo futbolista debería habérsela roto varias veces, aunque no se veía ni un golpe.

Eso era una intolerable invasión de su intimidad. Inexcusable. Pero mirando su pelo rubio oscuro aplastado, no pudo resistir la tentación de apartárselo de la ceja.

Un hombro perfectamente esculpido asomaba fuera de las mantas. Sintió deseos de lamerlo.

¡Ya está! Había perdido la razón. Y no le importaba.

Ella todavía tenía el condón en su mano y Kevin Tucker yacía bajo las mantas… en cueros, a juzgar por aquel hombro desnudo. ¿Y si se metía bajo las mantas con él?

Eso era impensable.

Aunque, ¿quién iba a enterarse? Él tal vez ni siquiera se despertaría. ¿Y si lo hacía? Sería la última persona interesada en contarle a nadie que había estado con la hermana obsesa sexual de su jefa.

El corazón le latía tan deprisa que se sentía mareada. ¿Estaba pensando realmente en lo que hacía?

No habría ninguna secuela emocional. ¿Cómo iba a haberla si ni siquiera albergaba la ilusión de un amor profundo? Y en cuanto a lo que Kevin pensaría de ella… Él estaba acostumbrado a que las mujeres se echaran a sus brazos, así que difícilmente se sorprendería.

Molly pudo ver la alarma de incendios colgada en la pared, justo delante de ella, y se dijo a sí misma que no la tocaría. Pero sentía un hormigueo en las manos y su respiración se había convertido en un jadeo. Se había quedado sin fuerza de voluntad. Estaba cansada del desasosiego, de los pies inquietos. Cansada de mutilarse el pelo porque no sabía cómo arreglar su vida. Harta de tantos años intentando ser perfecta. Su piel estaba húmeda por el deseo y por una sensación creciente de horror cuando se vio a sí misma quitándose las zapatillas de conejo.

«¡Vuelve a ponértelas enseguida!»

Pero no lo hizo. Y en su cabeza empezó a sonar la alarma de incendios.

Alargó las manos para tomar el dobladillo de su camisón… Se lo quitó… Y se quedó desnuda y temblorosa. Horrorizada, vio que sus dedos tiraban de las mantas. Incluso cuando las mantas cayeron hacia atrás, se dijo a sí misma que no iba a hacerlo. Pero sentía un hormigueo en los pezones y su cuerpo clamaba de necesidad.

Puso las caderas sobre el colchón y luego deslizó lentamente las piernas bajo las mantas. Santo cielo, lo estaba haciendo de verdad. Estaba desnuda y se había metido en la cama con Kevin Tucker.

Él emitió un suave ronquido y se dio la vuelta, llevándose consigo la mayor parte de las mantas.