– No te lo perdonaré nunca-dijo, volviendo a la carga.
– ¡Molly!
– ¡Es mi vida! -Las palabras de Molly se oyeron con toda claridad a pesar de los ladridos enloquecidos de Roo y las protestas de su hermana-. ¿Por qué no podías quedarte al margen?
Un brazo musculoso la tomó por la cintura antes de que pudiese golpear de nuevo. Roo aulló. Kevin tiró de ella hacia su pecho.
– Tal vez será mejor que te calmes.
– ¡Suéltame! -gritó, clavándole un codazo.
Kevin gruñó, pero no la soltó.
Roo le mordió el tobillo.
Kevin gañó, y Molly le dio otro codazo.
Kevin empezó a soltar tacos.
Dan se unió a él.
– ¡Por el amor de Dios!
Un pitido estridente se adueñó de la sala.
Capítulo cinco
A veces, cuando necesitas realmente a un amigo, te encuentras con que todo el mundo ha salido a pasar el día fuera.
El día solitario de Daphne.
Los tímpanos de Molly retumbaron al oír el toque del silbato de juguete que tenía Phoebe entre los labios.
– ¡Ya basta! -dijo la hermana acercándose a los demás-. ¡Molly, estás en fuera de juego! ¡Roo, suelta! Kevin, quítale las manos de encima. ¡Y ahora, a sentarse todo el mundo!
Kevin bajó el brazo. Dan se frotó el pecho. Roo soltó la pernera de Kevin.
Molly se sintió furiosa consigo misma. ¿Qué había querido demostrar exactamente? No se atrevía a mirar a nadie. La idea de que su hermana y su cuñado supieran cómo había asaltado a Kevin mientras dormía era más que humillante.
Pero tenía que admitir que era responsable de todo lo sucedido, y no podía huir. Siguiendo el ejemplo de los lectores de Daphne, cogió a su mascota para tener algún consuelo y se sentó en una butaca, lo más lejos posible del resto de la gente. Roo le lamió la barbilla compasivamente.
Dan se sentó en el sofá. Tenía en el rostro la misma expresión testaruda que había desencadenado la reacción de Molly. Phoebe se acomodó a su lado con el aspecto de una bailarina de Las Vegas disfrazada de mamá. Y Kevin…
Su furia llenaba la habitación. Estaba en pie junto a la chimenea, con los brazos cruzados sobre el pecho y las manos escondidas bajo sus axilas, como si quisiera tenerlas sujetas para no utilizarlas contra ella. ¿Cómo podía haber estado encaprichada por alguien con un aspecto tan peligroso?
Y entonces empezó a entender la situación. Phoebe, Dan, Kevin… ella: la creadora de la conejita Daphne contra la NFL.
Su única estrategia posible era una defensa fuerte. Tendría que comportarse como una arpía, pero era lo mejor que podía hacer por Kevin.
– Vayamos al grano. Yo tengo cosas que hacer, y sé de alguien que podría aburrirse con demasiadas palabras.
Una de las cejas rubias oscuras de Kevin se disparó.
Phoebe suspiró.
– Esto no va a funcionar, Molly -empezó a decir-. Él es demasiado duro para asustarse. Sabemos que Kevin es el padre de tu bebé, y él ha venido aquí para hablar del futuro.
Molly se volvió hacia Kevin. ¡No se lo había contado! Phoebe no habría hablado nunca de ese modo si hubiera sabido lo que había hecho Molly.
Los ojos de Kevin no delataban nada.
¿Por qué había guardado silencio? En cuanto Phoebe y Dan supieran la verdad, él quedaría libre de culpa.
Molly se volvió hacia su hermana.
– A él el futuro no le incumbe. La verdad es que yo…
Kevin se acercó a ella a toda prisa.
– Ponte el abrigo -espetó-. Vamos a dar un paseo.
– Es que no…
– ¡Vamos!
Por mucho que detestara enfrentarse a él, hablar con Kevin a solas sería más fácil que tratar con él delante de la mafia Calebow. Dejó a su mascota en la alfombra y se levantó.
– Quédate aquí, Roo.
Phoebe cogió al caniche cuando éste empezó a lloriquear.
Con la espalda erguida como un mástil, Molly salió de la habitación. Kevin la atrapó en la cocina, la asió del brazo y la arrastró hacia el cuarto de la lavadora. Entonces cogió la chaqueta de esquí rosa y azul lavanda de Julie para ella y descolgó el abrigo marrón de tres cuartos de Dan para él. Abrió la puerta trasera y empujó a Molly hacia fuera no muy delicadamente.
Molly se puso la chaqueta y se subió la cremallera, pero no llegaba a cerrarse por delante, y el viento atravesaba su blusa de seda. Kevin no se molestó en abrocharse el abrigo de Dan, aunque sólo llevaba una camiseta de verano de punto y unos pantalones caqui. El calor de la furia le protegía del frío.
Molly, nerviosa, puso las manos en los bolsillos de la chaqueta de Julie y encontró un viejo gorro de punto con un parche gastado de Barbie. Los restos de una brillante borla plateada colgaban de la parte superior sujetos sólo por algunos hilos. Molly se lo encasquetó en la cabeza. Kevin la llevó hacia un camino de losas que llevaba al bosque. Era perceptible la violencia que hervía en su interior.
– No pensabas decirme nada -dijo.
– No había ninguna necesidad. ¡Pero sí que se lo diré a ellos! Deberías haberlo hecho tú cuando apareció Dan y te habrías librado de un largo viaje.
– Sí, claro, ya me imagino su reacción. «No fue culpa mía, Dan. Tu perfecta cuñadita me violó.» Estoy seguro de que se lo habría creído.
– Ahora sí se lo creerá. Siento que te hayan tenido que… incomodar de esta manera.
– ¿Incomodar? -soltó la palabra como un latigazo-. ¡Esto es algo más que una incomodidad!
– Ya lo sé. Yo…
– Tal vez sea una incomodidad en tu vida de niña rica, pero en el mundo real…
– ¡Lo comprendo! Tú fuiste la víctima.- Molly encorvó los hombros para protegerse del frío e intentó hacer entrar las manos en los bolsillos-. Esta situación me afecta a mí, no a ti.
– Yo no soy la víctima de nadie -refunfuñó Kevin.
– Fuiste víctima de mi actuación, y eso me hace responsable de las consecuencias.
– Las consecuencias, como tú lo llamas, significan una vida humana.
Ella se detuvo y le miró. El viento le había estampado un mechón de cabellos en la frente. Su cara estaba rígida, y sus hermosos rasgos, inflexibles.
– Ya lo sé -dijo Molly-. Y tienes que creer que no había planificado nada de esto. Pero ahora que estoy embarazada, quiero a este bebé con todo mi corazón.
– Yo no.
Molly sintió un escalofrío. Era lógico, lo comprendía. Por supuesto que no quería un bebé. Pero su enfado era tan feroz que se protegió instintivamente la barriga con los brazos.
– Pues entonces no tienes ningún problema. Yo no te necesito, Kevin. En serio. Y te agradecería muchísimo que te olvidaras de todo esto.
– ¿Crees realmente que puedo hacer eso?
Para ella, todo eso era algo personal, pero tenía que recordar que para él significaba una crisis profesional. La pasión de Kevin por los Stars era sobradamente conocida. Phoebe y Dan eran sus jefes y dos de las personas más influyentes de la NFL.
– En cuanto les cuente a Dan y a mi hermana lo que hice, saldrás del atolladero. Esto no afectará para nada a tu carrera.
– Tú no les vas a contar nada.
– ¡Por supuesto que sí!
– Mantén la boca cerrada.
– ¿Es tu orgullo el que habla? ¿No quieres que nadie sepa que fuiste una víctima? ¿O es que les tienes miedo?
Kevin musitó sin apenas mover los labios:
– Tú no sabes nada de mí.
– ¡Sé cuál es la diferencia entre el bien y el mal! Lo que yo hice estaba mal, y no lo complicaré implicándote aún más en esto. Ahora volveré a entrar y…
Kevin la asió del brazo y la sacudió.
– Escúchame bien, porque tengo jet lag y no quiero tener que repetirlo. He sido culpable de muchas cosas en la vida, pero nunca he dejado atrás a ningún hijo ilegítimo, y no pienso empezar a hacerlo ahora.