– Ven a buscarme. Por favor…
Dan y Phoebe aparecieron en su habitación poco después de medianoche. Molly creía que Kevin se había marchado, pero debía de haberse quedado dormido en el vestíbulo porque le oyó hablar con Dan.
Phoebe le acarició la mejilla. La fértil Phoebe, que había dado a luz a cuatro hijos sin ningún percance. Una de sus lágrimas cayó en el brazo de Molly.
– Oh, Molly… Lo siento tanto.
Cuando Phoebe dejó la cabecera de la cama para hablar con la enfermera, Kevin tomó su lugar. ¿Por qué no se marchaba? Era un extraño, y nadie quiere a un extraño cerca cuando su vida se está derrumbando. Molly volvió la cabeza hacia la almohada.
– No hacía falta que les llamaras -dijo tranquilamente-. Yo te habría llevado de regreso a casa.
– Ya lo sé.
Kevin había sido amable con ella, así que se obligó a mirarle. Vio preocupación en sus ojos, y también cansancio, pero no encontró la más mínima sombra de pena.
En cuanto llegó de vuelta a casa, Molly rasgó los esbozos de Daphne encuentra a una bebé conejo y los tiró a la basura.
A la mañana siguiente, la noticia de su boda llegó a los periódicos.
Capítulo seis
Melissa la Rana era la mejor amiga de Daphne. La mayor parte de los días le gustaba vestirse con perlas y organdí. Pero todos los sábados les añadía un chal y fingía ser una estrella de cine.
Daphne se pierde.
Nuestro foco de atención a la Celebridad de la Se mana en Chicago ilumina a la rica heredera del fútbol Molly Somerville. Al contrario que su atractiva hermana, la propietaria de los Chicago Stars, Phoebe Calebow, Molly Somerville ha tratado siempre de pasar inadvertida. Pero, mientras nadie miraba, la sigilosa señorita Molly, cuyo pasatiempo es escribir libros para niños, se ha llevado al soltero más solicitado de Chicago, el delicioso quarterback de los Stars, Kevin Tucker. Incluso los amigos más íntimos se sorprendieron al conocer la noticia de la boda, que se celebró la semana pasada, en privado, en casa de los Calebow.
La periodista del corazón abandonaba a continuación su estilo superficial y adoptaba un tono de profunda preocupación.
Aunque al parecer los recién casados no han tenido un final feliz. Algunas fuentes informan que la pareja sufrió un aborto casi inmediatamente después de la ceremonia de la boda, y desde entonces están separados. Un portavoz de los Stars se limitó a decir que la pareja intentaba superar sus problemas en privado y que no harían comentarios a los medios de comunicación.
Lilly Sherman apagó la emisora local de Chicago y respiró profundamente. Kevin se había casado con una heredera consentida del Medio Oeste. Cerró las puertas acristaladas que daban al jardín de su casa de Brentwood. Las manos le temblaban. Luego cogió el chal de pashmina de color café que había dejado en los pies de la cama. Tenía que calmarse fuera como fuera antes de llegar al restaurante. Aunque Mallory McCoy era su mejor amiga, este secreto sólo le pertenecía a ella.
Se colocó el chal sobre las hombreras de su último traje de St. John, un vestido de color crema con botones dorados y un exquisito ribete trenzado. Luego cogió una caja de regalo de colores brillantes y se marchó hacia uno de los restaurantes más nuevos de Beverly Hills. Cuando la hubieron acompañado a su mesa, pidió un licor de mora. Haciendo caso omiso de las miradas de una pareja que se sentaba en la mesa contigua, estudió la decoración.
Una luz tenue lustraba las paredes, de un blanco nacarado, e iluminaba la pequeña pero elegante exposición de arte original del restaurante. La alfombra era de color berenjena, la mantelería, de color blanco crudo, y la cubertería, lustrosa, era de diseño art déco. Un lugar perfecto para celebrar un cumpleaños poco deseado. Su quincuagésimo. Aunque nadie lo supiera. Incluso Mallory McCoy creía que celebraban los cuarenta y siete de Lilly.
A Lilly no le habían dado la mejor mesa del comedor, pero estaba tan acostumbrada a representar el papel de diva que nadie lo habría notado. Dos de los jefazos de ICM ocupaban la mesa principal, y por un momento consideró la posibilidad de acercarse a ellos y presentarse. Ellos ya sabrían quién era, por supuesto. Todo el mundo recordaba a Ginger Hill de Encaje, S.L. Pero en aquella ciudad nada gustaba menos que ver a un antiguo bombón con sobrepeso celebrando su quincuagésimo cumpleaños.
Se recordó a sí misma que no aparentaba la edad que tenía. Sus ojos todavía conservaban aquel color verde brillante que siempre le había gustado a la cámara, y aunque ahora llevaba el pelo más corto, el mejor colorista de Beverly Hills se aseguraba de que su castaño rojizo no perdiera ni un ápice de su brillo. Apenas tenía arrugas en la cara, su piel seguía lisa, gracias a Craig, que no le había dejado tomar el sol cuando era más joven.
Los veinticinco años de diferencia que se llevaba con su marido, junto con el buen parecido de Craig y el hecho de que era él mismo el representante de Lilly, habían invitado a que inevitablemente se los comparara con Ann-Margret y Roger Smith, o también con Bo y John Derek. Y era cierto que Craig había sido su Svengali. Cuando Lilly había llegado a Los Ángeles hacía ya más de treinta años, ni siquiera tenía un diploma del instituto, y fue él quien le enseñó cómo debía vestirse, andar y hablar. Le mostró la cultura y transformó a la adolescente desgarbada en una de las sex symbols más atractivas de los ochenta. Gracias a Craig, Lilly era una persona muy leída y culturalmente cultivada, con una particular pasión por el arte.
Craig lo había hecho todo por ella. Había hecho incluso demasiado. A veces se sentía como si hubiera sido engullida por la exigente fuerza de su personalidad. Incluso de moribundo, había sido un dictador. Aun así, él la había amado de verdad, y, al final de sus días, ella deseó haber sido capaz de amarle más.
Lilly se distrajo con las pinturas que había colgadas en las paredes del restaurante. Sus ojos pasaron de largo un Julian Schnabel y un Keith Haring y se concentraron en un exquisito óleo de Liam Jenner. Era uno de sus artistas favoritos, y sólo con mirar el cuadro se calmó.
Miró el reloj y vio que Mallory llegaba tarde, como de costumbre. Durante los seis años en que habían grabado Encaje, S.L., Mallory siempre había sido la última en llegar al plató. Normalmente a Lilly no le importaba, pero en aquel momento le estaba dejando demasiado tiempo para pensar en Kevin y en que se hubiera separado de su esposa heredera incluso antes de que hubiera tenido tiempo de secarse la tinta de la licencia matrimonial. La periodista decía que Molly Somerville había sufrido un aborto. Lilly se preguntó cómo se debería haber sentido Kevin, o incluso si el bebé era suyo. Los deportistas famosos eran un objetivo principal para mujeres sin escrúpulos, incluidas las ricas.
Mallory llegó andando deprisa a la mesa. Seguía teniendo la misma talla cuatro que llevaba en sus días de Encaje, S.L. y, a diferencia de Lilly, había sido capaz de mantener viva su carrera y ahora era la reina de las miniseries. Aun así, Mallory no tenía la presencia de Lilly, y nadie se dio cuenta de su llegada. Lilly la había sermoneado por ello en incontables ocasiones: «¡Actitud, Mallory! Anda como si te pagaran veinte mil por película.»
– Lamento llegar tarde -gorjeó Mallory-. ¡Felicidades, felicidades, mujer adorable! Los regalos, más tarde.