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Frente a las ventanas había una mesa redonda de roble para cenas informales. Cojines estampados cubrían el asiento de las sillas rústicas, y del techo, justo sobre la mesa, colgaba un candelabro de estaño con algún que otro golpe. Detrás de la casa, el patio bajaba en pendiente hacia el lago, flanqueado por el bosque.

Molly echó una mirada furtiva a una gran despensa bien abastecida que olía a especias para hornear; luego entró en una pequeña habitación contigua, donde, encima de una vieja mesa de taberna, un moderno ordenador indicaba que aquello era el despacho. Estaba cansada de andar, así que se sentó y lo conectó. Veinte minutos más tarde oyó a Kevin.

– ¡Molly! ¿Dónde demonios te habías metido?

Aquella rudeza slytherin no merecía una respuesta, así que hizo oídos sordos y abrió otro archivo.

Para ser un hombre tan grácil, aquella mañana sus pasos eran inhabitualmente pesados, y Molly le oyó llegar mucho antes de que él la localizara.

– ¿Por qué no me has respondido?

Molly recolocó el ratón mientras él se acercaba por detrás, y decidió que había llegado el momento de plantarle cara.

– No respondo a los rugidos.

– ¡Yo no rugía! ¡Yo estaba…!

Como calló de pronto, Molly alzó la mirada para ver qué le había distraído. Detrás de la ventana, una mujer muy joven con un reducido pantalón corto negro y un top ajustado pasó corriendo por el jardín, seguida por un hombre igualmente joven. Ella se volvió y corrió hacia atrás, riendo y burlándose de él. Él le gritó algo y la muchacha asió el dobladillo de su top y tiró de él hacia arriba, mostrándole por unos instantes sus pechos desnudos.

– Uf -dijo Kevin.

Molly sintió calor en la piel.

El joven la tomó por la cintura y la arrastró hacia el bosque para que no les pudieran ver desde el camino, aunque Kevin y Molly podían verles claramente desde donde estaban. El joven se apoyó contra el tronco de un viejo arce. Ella saltó de inmediato encima de él y se abrazó con las piernas a su cintura.

Molly sintió agitarse la lenta pulsación de la sangre inactiva mientras observaba a los jóvenes amantes devorarse el uno al otro. Él asió el trasero de la chica. Ella apretó sus senos contra el pecho del mozo y luego, apoyando los codos en sus hombros, le agarró la cabeza con fuerza, como si no le estuviera besando ya lo bastante a fondo.

Molly oyó que Kevin se movía detrás de ella, y su cuerpo experimentó un perezoso estremecimiento. Sentía su altura asomándose por detrás de ella, percibía su calidez a través de su fino top. ¿Cómo podía oler tan bien alguien que se ganaba la vida sudando?

El joven le dio la vuelta a su amante para que apoyara su espalda contra el árbol. Metió su mano bajo la camiseta y le magreó un pecho.

Molly sintió un hormigueo en sus pechos. Quería dejar de mirar, pero no lo lograba. Aparentemente, Kevin tampoco, porque no se movió y su voz pareció vagamente ronca.

– Diría que acabamos de echarles la vista encima a Amy y Troy Anderson.

La joven se dejó caer en el suelo. Era bajita, pero pasilarga; tenía el pelo rubio ceniza y lo llevaba recogido con una diadema violeta. El pelo de él era más oscuro y muy corto. Era un joven delgado y un poco más alto que la chica.

Las manos de ella se deslizaron entre sus cuerpos. Molly sólo tardó un momento en descubrir qué estaba haciendo.

Desabrocharle los vaqueros.

– Lo van a hacer justo delante de nosotros -dijo Kevin en voz baja.

Su comentario despertó a Molly de su trance. Se apartó de un salto del ordenador y le dio la espalda a la ventana.

– No delante de mí.

Kevin apartó la mirada de la ventana y la posó en Molly. De entrada no dijo nada. Se limitó a observarla. Ella sintió de nuevo esas palpitaciones perezosas en su corriente sanguíneo. Le recordaron que, aunque habían tenido relaciones íntimas, ella no le conocía.

– ¿Se está poniendo demasiado caliente para ti?

Molly estaba sin duda más caliente de lo que hubiera querido estar.

– No me va el voyeurismo.

– Eso sí que me sorprende. Teniendo en cuenta que te gusta atacar a los desprevenidos, habría jurado que estaba entre tus predilecciones.

El tiempo no había ayudado a aliviar la vergüenza que sentía Molly. Abrió la boca para pedir disculpas nuevamente, pero la expresión calculadora que descubrió en la mirada de Kevin la detuvo. Con asombro, se dio cuenta de que Kevin no tenía interés alguno en humillarla. Lo que pretendía era divertirse discutiendo.

Se merecía una de las mejores salidas de Molly, pero su cerebro había estado inactivo durante tanto tiempo que le costó encontrar una respuesta.

– Sólo cuando estoy borracha.

– ¿Estás diciendo que aquella noche estabas borracha?-dijo mirando hacia la ventana y luego de nuevo hacia ella.

– Totalmente piripi. Stolichnaya con hielo. ¿Por qué otro motivo crees que me comporté de aquella manera? Otra mirada por la ventana, ésta un poco más larga.

– No recuerdo que estuvieras borracha.

– Estabas dormido.

– Lo que recuerdo es que me dijiste que eras sonámbula.

Molly soltó un resoplido simulando estar ofendida.

– Bueno, no quería confesarte que tenía problemas con el alcohol.

– Te veo muy recuperada, ¿no? -Sus ojos verdes eran demasiado perspicaces.

– Sólo de pensar en el Stolichnaya me entran náuseas.

La mirada de Kevin rastrilló lenta y pausadamente el cuerpo de Molly.

– ¿Sabes lo que pienso?

– No me interesa -respondió Molly, tragando saliva.

– Creo que te resulté irresistible.

Molly buscó en su mente imaginativa alguna réplica mordaz, pero lo mejor que se le ocurrió fue un penoso…

– Si eso te hace feliz…

Kevin cambió de posición para tener mejor panorámica de la escena que estaban representando fuera.

– Eso tiene que doler -dijo, estremeciéndose.

Molly apenas podía resistir las ganas de mirar.

– Estás enfermo. No mires.

– Es interesante -dijo ladeando ligeramente la cabeza-. Bueno, no conocía yo esa manera de abordar el asunto.

– ¡Basta!

– Ni siquiera creo que sea legal.

Ella no pudo soportarlo más y se volvió rápidamente: los amantes se habían esfumado.

La risita de Kevin tuvo algo de diabólica.

– Si sales corriendo, tal vez aún puedas atraparles antes de que acaben.

– Te crees muy gracioso.

– Bastante divertido.

– Pues esto sí que te va a divertir. Me he sumergido en los archivos del ordenador de tu tía Judith, y parece que la casa de huéspedes está reservada hasta bien entrado septiembre. Y la mayoría de las casitas, también. Es increíble la cantidad de gente que está deseosa de pagar por venir aquí.

– Déjame ver eso -dijo dándole un ligero empujón para llegar al ordenador.

– Que te diviertas. Voy a buscar algún lugar donde hospedarme -dijo Molly.

Kevin ya estaba ocupado explorando la pantalla y no respondió, ni siquiera cuando ella alargó el brazo por delante de él para coger la hoja de papel que había utilizado para anotar los nombres de las casitas desocupadas.

En la pared, junto al escritorio, había un tablero de clavijas. Molly encontró las llaves apropiadas, se las metió en el bolsillo y se dirigió a la cocina. No había comido en todo el día, y por el camino tomó una rebanada del pan de arándanos de Charlotte Long que había sobrado. Al primer bocado comprendió que la señora Long tenía toda la razón del mundo al decir que no era muy buena cocinera, y tiró la rebanada a la basura.