– Basta de saltos mortales, Molly. Lo digo en serio. Has pasado demasiado cerca de las rocas.
– Sólo he dado una vuelta y sabía exactamente dónde estaba el borde.
– Ya me has oído.
– Vaya, si hablas como Dan.
– No quiero ni pensar lo que diría si te viera hacer eso.
Se quedaron allí un rato, quietos, en un silencio que resultaba sorprendentemente agradable. Molly sentía todos sus músculos doloridos, pero relajados.
Daphne estaba tomando el sol sobre una roca cuando Benny subió corriendo por el camino. Estaba llorando.
– ¿Qué te pasa, Benny?
– Nada. ¡Vete!
Molly abrió los ojos de golpe. Hacía ya casi cuatro meses que Daphne y Benny no mantenían una conversación imaginaria en su cabeza. Probablemente una simple casualidad. Se volvió hacia Kevin. Aunque no quería estropear el buen rato que estaban pasando, él necesitaba ayuda para afrontar a Lilly, igual que ella la necesitaba para afrontar la pérdida de Sarah.
Kevin tenía los ojos cerrados. Molly observó que el tono de sus cejas era más oscuro que el de sus cabellos, que estaban empezando a secarse por la zona de las sienes. Molly apoyó la barbilla en una mano.
– ¿Has sabido siempre que Lilly era tu madre biológica?
– Mis padres me lo dijeron cuando tenía seis años -contestó sin abrir los ojos.
– Hicieron bien en no querer guardarlo como un secreto. -Molly esperó, pero Kevin no dijo nada más-. Debía de ser jovencísima. No aparenta más de cuarenta.
– Tiene cincuenta.
– Vaya.
– Es el estilo de Hollywood. Toneladas de cirugía plástica.
– ¿La pudiste ver mucho de pequeño?
– Por la tele.
– Pero ¿no en persona?
Un pájaro carpintero tamborileó cerca de allí y un halcón sobrevoló planeando el lago. Molly se fijó en cómo subía y bajaba el pecho de Kevin.
– Apareció una vez cuando yo tenía dieciséis años. Debía de ser una temporada floja en la Ciudad de Oropel. -Kevin abrió los ojos y se sentó. Molly creyó que se levantaría y se marcharía, pero Kevin se quedó mirando al lago-. Por lo que a mí respecta, sólo he tenido una madre: Maida Tucker. No sé a qué se cree que juega la reina del «bimbo» viniendo aquí, pero yo no voy a jugar con ella.
La palabra «bimbo» removió algunos de los viejos recuerdos de Molly. Solía ser lo que pensaba la gente de Phoebe. Molly recordó lo que le había dicho su hermana hacía ya años. «A veces pienso que "bimbo" es una palabra que se inventaron los hombres para poderse sentir superiores a las mujeres, que están mejor preparadas para la supervivencia que ellos.»
– Lo mejor sería que hablaras con ella -dijo Molly-. Así podrías averiguar qué quiere.
– Me da igual. -Kevin se levantó, cogió sus vaqueros e introdujo las piernas en ellos-. Vaya mierda de semana que está resultando ser.
Tal vez para él, pero no para Molly. Estaba resultando la mejor semana que había tenido desde hacía meses.
Kevin se pasó la mano por sus cabellos empapados y, más tranquilamente, preguntó:
– ¿Todavía quieres ir al pueblo?
– Por supuesto.
– Si vamos ahora, podemos estar de regreso a las cinco. ¿Te encargarás del té por mí?
– Vale, pero ya sabes que tendrás que hablar con ella tarde o temprano.
Molly observó las emociones contenidas que se reflejaban en su rostro.
– Hablaré con ella, pero yo elegiré el momento y el lugar.
Lilly estaba en pie junto al ventanal del desván y vio que Kevin se iba en coche con la heredera del fútbol. Se le hizo un nudo en la garganta al recordar su desprecio. Su pequeñín… El hijo al que había dado a luz cuando ella era apenas poco más que una niña. El hijo al que había entregado a su hermana para que lo criase.
Sabía que había tomado la decisión correcta, la decisión abnegada, y el éxito que había tenido Kevin en la vida así lo demostraba. ¿Qué oportunidades habría tenido como hijo de una chica de diecisiete años, con pocos estudios y hecha un lío, que soñaba con ser una estrella?
Lilly soltó la cortina y se sentó en el borde de la cama. Había conocido al chico el mismo día que había bajado del autobús en Los Ángeles. Era un adolescente acabado de salir de un rancho de Oklahoma que buscaba trabajo como doble en escenas peligrosas. Habían compartido habitación en un hotel cochambroso para ahorrarse dinero. Eran jóvenes y fogosos, y ocultaron el miedo que les inspiraba esa ciudad peligrosa tras el sexo torpe y la palabrería. Él había desaparecido antes de saber que la había dejado embarazada.
Lilly había tenido la suerte de encontrar trabajo sirviendo mesas. Una de las camareras mayores, una mujer llamada Becky, sintió lástima de ella y la dejó dormir en el sofá. Becky era madre soltera, y al final de su larga jornada laboral ya no le quedaba paciencia suficiente para satisfacer las exigencias de una niña de tres años. La visión de la pequeña escondiéndose de los tacos y las bofetadas ocasionales de su madre fue para Lilly una fría dosis de realidad. Dos semanas antes de que naciera Kevin, llamó a Maida y le habló del bebé. Su hermana y John Tucker cogieron el coche y se dirigieron de inmediato hacia Los Ángeles.
Estuvieron con ella antes y después del nacimiento de Kevin, e incluso le propusieron que volviera a Michigan con ellos. Pero ella no podía volver atrás, y al ver cómo se miraban el uno al otro, supo que ellos tampoco querían que lo hiciera.
En el hospital, Lilly tomaba en brazos a su bebé a la mínima ocasión e intentaba susurrarle palabras de amor eterno. Lilly vio cómo crecía el amor en la cara de su hermana cada vez que cogía al bebé, y notó que a John se le suavizaba el gesto con el anhelo. No había duda alguna de su absoluta capacidad para educar a su hijo, y Lilly sintió amor y odio por ello. Cuando les vio alejarse con su bebé en el coche Lilly vivió el peor momento de su vida. Dos semanas más tarde, conoció a Craig.
Lilly sabía que había hecho lo correcto al abandonar a Kevin, pero aun así el precio había sido demasiado alto. Durante treinta y dos años había vivido con un agujero en el corazón que ni su carrera ni su matrimonio pudieron llenar. Incluso aunque hubiera podido tener más hijos, el agujero habría seguido allí. Y ahora quería curarlo.
Cuando tenía diecisiete años, la única forma de luchar por su hijo había sido abandonarlo. Pero ya no tenía diecisiete, y había llegado el momento de descubrir, de una vez por todas, si jamás podría ocupar un lugar en la vida de Kevin. Aceptaría cualquier cosa que él le diera. Una postal de Navidad una vez al año. Una sonrisa. Algo que le dijera que él había dejado de odiarla. El hecho de que no la quería cerca de él había resultado brutalmente obvio cada vez que Lilly había intentado contactar con él desde la muerte de Maida, y aquel día se había vuelto aún más evidente. Aunque tal vez se trataba simplemente de que no se había esforzado lo suficiente.
Pensó en Molly y sintió un escalofrío. Lilly no respetaba a las mujeres que iban a la caza de los hombres famosos. Lo había visto centenares de veces en Hollywood. Chiquillas ricas y aburridas, sin una vida propia, que intentaban definirse a sí mismas echándole el lazo a algún famoso. Molly lo había atrapado con su embarazo y su posición como hermana de Phoebe Calebow.
Lilly se levantó de la cama. Durante los años de infancia de Kevin, ella no había podido protegerle cuando lo necesitaba, pero ahora tenía la oportunidad de repararlo.
Wind Lake era un típico pueblo turístico, con un centro pintoresco y unos alrededores algo descuidados. La calle principal corría paralela al lago y presentaba unos pocos restaurantes y tiendas de regalos, un centro de deportes acuáticos, una boutique de ropa de marca para los turistas, y la taberna Wind Lake.
Kevin aparcó y Molly bajó del coche. Antes de salir del campamento, se había duchado, se había aplicado suavizante en el pelo y un poco de sombra de ojos en los párpados, y se había pintado los labios con la barra M.A.C. Spice. Como sólo tenía zapatillas deportivas, el vestido de playa no era una opción, así que se puso un pantalón corto de color gris claro y un top negro muy corto. Luego se consoló al darse cuenta de que había perdido el peso suficiente como para que los pantalones le cayeran por debajo del ombligo.