Cualquier agente de casting de Hollywood habría babeado al verle.
Todos aquellos pensamientos se acumulaban en la cabeza de Lilly, todos excepto el pensamiento que debería haber habido allí: ¡huir!
El hombre dio un paso hacia ella. Bajo su pantalón corto de color caqui asomaban unas piernas bronceadas y robustas. Llevaba una vieja camisa vaquera azul con las mangas arremangadas que dejaba al descubierto unos antebrazos musculosos espolvoreados de pelo negro.
– ¿Sabes cuánto me ha costado tener esa silla justo donde la quería?
Lilly retrocedió.
– Tal vez tienes demasiado tiempo libre.
– ¿Te crees muy graciosa?
– No, no -respondió sin dejar de retroceder-. Nada graciosa. Por supuesto que no.
– ¿Te divierte haberme estropeado todo un día de trabajo?
– ¿Trabajo?
– ¿Qué haces? -preguntó el hombre frunciendo el ceño.
– ¿Qué hago…?
– ¡Estate quieta, maldita sea, y deja de temblar!
– ¡No estoy temblando!
– ¡Por el amor de Dios, no te voy a hacer nada! Gruñendo entre dientes, el hombre volvió a donde había estado sentado y cogió algo del suelo. Lilly aprovechó su distracción para acercarse más al sendero.
– ¡Te he dicho que no te muevas!
Llevaba algún tipo de libreta en la mano, y ya no parecía amenazador, sino sólo increíblemente maleducado. Ella le miró con toda la arrogancia de una realeza de Hollywood.
– Parece que alguien ha olvidado sus modales.
– Son una pérdida de energía. He venido aquí en busca de intimidad. ¿Acaso pido demasiado?
– En absoluto. Yo ya me voy.
– ¡Allí! -dijo señalando hacia el arroyo con un dedo imperioso.
– ¿Perdón?
– Siéntate allí.
Lilly ya no estaba asustada, sino simplemente molesta.
– No lo creo.
– Has estropeado mi trabajo de toda una tarde. Posar para mí es lo mínimo que puedes hacer para compensarlo. Lo que llevaba en la mano era un cuaderno de dibujo, observó Lilly, no un bloc de notas. Era un artista.
– ¿Y si en vez de eso me marcho?
– ¡Te he dicho que te sientes!
– ¿Nunca le ha dicho nadie que es usted un grosero?
– Me esfuerzo para serlo. Siéntate sobre ese canto rodado, mirando al sol.
– Gracias, pero no tomo el sol. Estropea el cutis.
– Alguna vez me gustaría conocer a alguna mujer hermosa que no fuera vanidosa.
– Gracias por el piropo -dijo Lilly secamente-, pero dejé atrás a la mujer hermosa hace más de diez años, antes de ponerle encima quince kilos.
– No seas infantil.
El hombre extrajo un lápiz del bolsillo de su camisa y se puso a dibujar, sin molestarse en seguir discutiendo con ella, ni siquiera en sentarse sobre la silla plegable que Lilly había visto unos metros más atrás.
– Inclina la barbilla. Vaya por Dios, sí que eres hermosa. Soltó el piropo tan desapasionadamente que no pareció adulador. Lilly resistió el impulso de decirle que debería haberla visto en sus buenos tiempos.
– Tiene razón en lo de la vanidad -dijo, sólo para incordiarle-. Y por ese mismo motivo no puedo estarme más rato aquí tomando el sol.
El lápiz no dejó de volar sobre el cuaderno.
– No me gusta que mis modelos hablen mientras trabajo.
– Yo no soy su modelo.
Justo cuando Lilly ya iba a volverse por última vez, el hombre se metió el lápiz en el bolsillo de la camisa.
– ¿Cómo quieres que me concentre si no te estás callada?
– Preste atención: me da igual si se concentra usted o no. El artista frunció el ceño, y Lilly tuvo la sensación de que estaba maquinando el modo de obligarla a quedarse. Finalmente, cerró su cuaderno de dibujo.
– Pues entonces quedaremos aquí mañana por la mañana. Digamos a las siete. Así el sol no picará demasiado para ti.
La irritación de Lilly se tornó en diversión.
– ¿Y por qué no a las seis y media? El hombre entornó los ojos.
– ¿Me estás vacilando, verdad?
– Grosero y astuto. Una combinación fascinante.
– Te pagaré.
– No podría permitírselo.
– Eso lo dudo mucho.
Lilly sonrió y se dirigió al sendero.
– ¿Sabes quién soy? -gritó el artista.
Ella volvió la vista atrás. La mirada del hombre no podría haber sido más amenazadora.
– ¿Debería saberlo?
– ¡Soy Liam Jenner, maldita sea!
Lilly se quedó sin aliento. Liara Jenner. El Salinger de los pintores norteamericanos. Dios santo… ¿Qué estaba haciendo allí?
Liam Jenner vio que Lilly sabía perfectamente quién era, y se quedó mirándola con una expresión de orgullo en el rostro.
– Quedamos a las siete, pues.
– Ya… -¡Liam Jenner!-. Ya me lo pensaré.
¡Que tipo tan desagradable! Le había hecho un favor al mundo recluyéndose. Pero aun así…
Liam Jenner, uno de los pintores más famosos de América, quería que posara para él. Ojalá pudiera tener veinte años y ser guapa otra vez.
Capítulo trece
Daphne dejó el martillo y dio un saltito atrás para admirar el letrero que acababa de clavar en la puerta. NO SE ADMITEN TEJONES (¡Y ESO VA POR VOUS!). Lo había pintado aquella misma mañana.
El día solitario de Daphne
– Súbete al taburete y mira lo que hay en el estante de arriba, ¿quieres, Amy?-dijo Kevin desde la despensa-. Yo sacaré todas estas cajas de aquí.
En cuanto habían regresado del pueblo, Kevin había reclutado a Amy para que le ayudara a hacer inventario de los comestibles. Durante los últimos diez minutos, Amy se había pasado todo el rato intercambiando miradas curiosas entre la despensa donde trabajaba Kevin y la mesa de la cocina en la que Molly estaba preparando el té. Finalmente, ya no pudo contenerse.
– Es curioso que Molly y tú os casarais casi el mismo día que Troy y yo, ¿verdad?
Molly depositó el primer trozo de pastel Bundt en la bandeja victoriana para pasteles y escuchó a Kevin escurriendo el bulto.
– Molly ha dicho que iba a necesitar más azúcar moreno. ¿Hay algo ahí arriba?
– Veo dos bolsas. Hay un libro que yo leí sobre el matrimonio…
– ¿Qué más?
– Unas latas de pasas y un cacharro para la levadura. Pues eso, que ese libro cuenta que a veces hay parejas que, bueno, después de casarse tienen problemas para adaptarse y tal. Porque es que es un cambio muy grande.
– ¿Hay harina de avena? Me ha dicho que también le hace falta.
– Hay una caja, pero no es grande. Troy cree que casarse es fabuloso.
– ¿Qué más hay?
– Cacerolas y trastos. No hay más comida. Pero si tienes problemas para adaptarte o algo… vaya, que puedes hablar con Troy.
Molly sonrió por el largo silencio posterior. Finalmente, Kevin dijo:
– Tal vez podrías ir a ver qué queda en el congelador.
Amy salió de la despensa y miró lastimeramente a Molly. Había algo en la compasión de aquella adolescente y en sus chupetones que la tenía con los nervios a flor de piel.
El té no era ni la mitad de entretenido sin Kevin. La señora Chet, Gwen en realidad, no trató de disimular su disgusto cuando Molly le explicó que Kevin tenía otro compromiso. Tal vez se habría animado si hubiera sabido que Lilly Sherman se alojaba allí, pero Lilly no se presentó, y tampoco iba a ser Molly quien anunciara su presencia.
Molly estaba sacando los cuencos de cerámica para tenerlos a punto para el desayuno del día siguiente cuando Kevin entró por atrás cargado de comida. Evitó a Roo, que intentaba mordisquearle los tobillos, y dejó las bolsas sobre la mesa.