Выбрать главу

Una risilla burlona la siguió mientras salía y cerraba con un portazo. ¡Slytherin! Molly se dirigió al dormitorio pequeño. Como había supuesto, la maleta de Kevin estaba allí. Suspiró y se apretó las sienes con los dedos. Su antigua jaqueca volvía.

Daphne dejó la guitarra eléctrica y abrió la puerta.

Benny estaba en pie al otro lado.

– ¿Puedo bañarme en tu bañera, Daphne?

– ¿Y eso por qué?

Benny parecía asustado.

– Porque sí.

Molly se sirvió un vaso de Sauvignon blanco de la botella que encontró en la nevera y salió al porche. La camiseta negra sin mangas que llevaba no abrigaba lo bastante para el fresco del anochecer, pero tampoco se molestó en entrar a por un jersey.

Molly se estaba columpiando cuando apareció Kevin. Llevaba un par de calcetines grises de tenis y un albornoz a rayas verticales marrones y negras que parecía de seda. Era el tipo de albornoz que una mujer le regala a un hombre con el que quiere acostarse. A Molly no le gustó.

– Podríamos preparar una estupenda merendola en la glorieta antes de irnos -dijo Molly-. Lo convertimos en un acontecimiento e invitamos a toda la gente de las casitas.

– ¿Y por qué íbamos a hacer eso?

– Por diversión.

– Suena de lo más emocionante -respondió Kevin, sentándose en la silla de al lado con las piernas extendidas. Los pelos de sus pantorrillas estaban empapados. Olía a Safeguard y a algo más caro. Era como un furgón de seguridad lleno de corazones rotos de mujer.

– Preferiría que no te quedases aquí, Kevin.

– Y yo preferiría quedarme -dijo sorbiendo el vino del vaso que había traído consigo.

– ¿Puedo dormir en tu casa, Daphne?

– Supongo que sí. Pero ¿por qué quieres quedarte?

– Porque en mi casa hay un fantasma.

– No puedes esconderte de Lilly eternamente -dijo Molly.

– No me escondo. Sólo me tomo mi tiempo.

– No sé muy bien cómo se obtiene una anulación, pero diría que esto podría comprometer la nuestra.

– Ya estaba comprometida desde el principio -dijo Kevin-. Por lo que me contó el abogado, las únicas posibilidades para una anulación son el engaño o la coacción. Pensé que tú podrías alegar coacción. Yo seguro que no lo discutiría.

– Pero el hecho de que ahora estemos juntos lo pone en duda.

– Gran problema. Entonces pediremos un divorcio. Tardará un poco más, pero el resultado será el mismo.

Molly se levantó del columpio.

– Aun así, no te quiero aquí.

– La casita es mía.

– Tengo derechos de inquilina.

La voz de Kevin se deslizó sobre ella, suave y sensual.

– Creo que estar cerca de mí te pone nerviosa.

– Sí, claro -dijo ella simulando un bostezo.

Kevin señaló con la cabeza al vaso de vino y dijo con una sonrisa:

– Estás bebiendo. ¿No temes volver a atacarme mientras duermo?

– Ups. Recaída. Y ni siquiera me había dado cuenta.

– O tal vez temes que yo te ataque a ti.

Algo despertó en su interior, pero se hizo la fría y se dirigió hacia la mesa para limpiar las migajas de pan con una servilleta que había dejado allí.

– ¿Por qué iba a temerlo? Tú no te sientes atraído por mí.

Antes de responder, Kevin esperó el rato justo para que ella se pusiera nerviosa.

– ¿Y tú cómo sabes por quién me siento atraído yo?

El corazón de Molly dio una voltereta peligrosa.

– ¡Vaya! Yo ya pensaba que mi dominio de la lengua inglesa iba a separarnos.

– Eres tan impertinente.

– Lo siento, pero me gustan los hombres con una personalidad más profunda.

– ¿Intentas decir que piensas que soy superficial?

– Como un charco en la acera. Pero eres rico y atractivo, así que no pasa nada.

– ¡Yo no soy superficial!

– Llena el espacio en blanco: lo más importante en la vida de Kevin Tucker es…

– El fútbol es mi profesión. Eso no me convierte en una persona superficial.

– Y las cosas más importantes en la vida de Kevin Tucker en segundo, tercer y cuarto lugar son el fútbol, el fútbol y, mira por dónde, el fútbol.

– Soy el mejor en lo que hago, y no voy a pedir disculpas por ello.

– La quinta cosa más importante en la vida de Kevin Tucker es… eh, un momento, ahora vendrían las mujeres, ¿no?

– ¡Las calladitas, así que tú quedas fuera!

Molly ya se preparaba para una réplica mordaz cuando cayó en la cuenta.

– Claro. Todas esas mujeres extranjeras… -Kevin la miró con recelo-. No quieres a alguien con quien puedas comunicarte realmente. Eso podría interponerse con tu obsesión principal.

– No tienes ni idea de lo que dices. Te lo repito, salgo con muchas mujeres americanas.

– Y supongo que son intercambiables. Guapas, no demasiado listas y, en cuanto se vuelven exigentes, les das puerta.

– Los buenos viejos tiempos…

– Te he insultado, por si no te has dado cuenta.

– Y yo te he devuelto el insulto, por si no te has dado cuenta.

Molly sonrió.

– Estoy segura de que no querrás compartir el mismo techo con alguien tan exigente.

– No te vas a librar de mí tan fácilmente. De hecho, vivir juntos podría tener sus ventajas.

Kevin se levantó del columpio y la miró con una expresión que conjuraba imágenes de cuerpos sudorosos y sábanas arrugadas. Entonces, se metió la mano en el bolsillo de su albornoz y rompió el hechizo que probablemente sólo había existido en la imaginación de Molly.

Kevin extrajo una hoja arrugada de papel. Molly reconoció enseguida el dibujo que había hecho de Daphne tirándose al agua.

– He encontrado esto en la papelera -dijo alisando el papel mientras se acercaba a ella y señalando a Benny-. ¿Y éste? ¿Es el tejón?

Molly asintió lentamente, deseando no haber tirado el dibujo en un lugar donde él pudiera encontrarlo.

– ¿Y por qué lo has tirado?

– Cuestiones de seguridad.

– Mmm…

– A veces me inspiro en incidentes de mi propia vida.

– Eso ya lo veo.

– Soy más una caricaturista que una artista.

– Esto tiene demasiados detalles para ser una caricatura.

Molly se encogió de hombros y alargó la mano para recuperar el dibujo, pero Kevin negó con la cabeza.

– Ahora es mío. Me gusta -dijo guardándoselo en el bolsillo. Luego se dirigió hacia la puerta de la cocina y añadió-: Será mejor que me vista.

– Vale, porque quedarte aquí no va a funcionar.

– Ah, sí que me quedo. Es sólo que bajo un rato al pueblo. -Se detuvo y la miró con una sonrisa torcida-. Si quieres acompañarme…

En el cerebro de Molly se disparó una alarma.

– No, gracias, tengo el alemán un poco oxidado, y si como demasiado chocolate se me agrieta la piel.

– Si no te conociera mejor, diría que estás celosa.

– Acuérdate, liebling, de que el despertador suena a las cinco y media.

Molly le oyó llegar pasada la una, por lo que fue para ella todo un placer aporrear su puerta al amanecer. Había llovido toda la noche y mientras Molly y Kevin avanzaban en silencio por el camino, un tono gris rosado dominaba el cielo recién lavado; sin embargo, estaban ambos demasiado dormidos como para apreciarlo. Mientras Kevin bostezaba, Molly se concentraba en poner un pie delante del otro intentando evitar los charcos. Sólo Roo estaba contento de estar ya despierto y en marcha.

Molly preparó tortitas de arándanos mientras Kevin cortaba trozos desiguales de fruta que iba depositando en un cuenco azul de cerámica. Mientras trabajaba, refunfuñaba que alguien con un promedio de pases bien dados del sesenta y cinco por ciento no debería dedicarse a la cocina. Sus quejas se silenciaron, sin embargo, cuando entró Mermy.