– No por gusto -dijo Jenner cogiendo la taza de café que Molly le había dejado delante e inclinándose a continuación en su silla. Parecía estar a gusto dentro de su pellejo, pensó Molly. Era de constitución robusta, un poco canoso: un artista disfrazado de curtido hombre de los bosques-. En cuanto se difundió el rumor de que me había construido una casa en este lugar, empezaron a aparecer todo tipo de idiotas.
Lilly aceptó la cucharilla que le ofrecía Molly y, mientras removía el café, dijo:
– No parece tener en mucha estima a sus admiradores, señor Jenner.
– Lo que les impresiona es mi fama, no mis obras. Se ponen a parlotear sobre el honor de conocerme, pero las tres cuartas partes de ellos no reconocerían uno de mis cuadros aunque les mordiera el trasero.
Molly, que se sintió aludida, no podía dejarlo así.
– Mamá de mal humor, pintado en 1968, una acuarela muy temprana -dijo mientras vertía el batido para rebozar en la sartén-. Una obra emocionalmente compleja con una engañosa simplicidad de trazo. Prendas, pintado sobre 1971, una acuarela con pincel seco. A los críticos no les gustó, pero estaban equivocados. Entre 1996 y 1998 se concentró en los acrílicos con la serie Desiertos. Estilísticamente, esos cuadros son un pastiche: eclecticismo posmoderno, clasicismo, con un guiño a los impresionistas que se podría usted haber ahorrado.
Kevin sonrió.
– Molly es summa cum laude. En Northwestern. Escribe libros de conejitos. Mi favorito entre sus cuadros es un paisaje, no tengo ni idea de cuándo lo pintó ni de qué dijo la crítica sobre él, pero se ve a un niño en la lejanía, y me gusta.
– A mí me encanta Niña en la calle -dijo Lilly-. Una figura femenina solitaria en una calle urbana, con unos zapatos rojos maltrechos y una expresión de desespero en el rostro. Se vendió hace diez años por veintidós mil dólares.
– Veinticuatro.
– Veintidós -replicó Lilly dulcemente-. Lo compré yo. Por primera vez, Liam Jenner pareció haberse quedado sin palabras. Pero no por mucho tiempo.
– ¿Cómo te ganas la vida?
Lilly dio un sorbo a su café antes de hablar.
– Me dedicaba a resolver crímenes.
Molly estuvo a punto de dejar pasar el regate de Lilly, pero le venció la curiosidad de ver qué pasaba.
– Ella es Lilly Sherman, señor. Jenner. Es una actriz bastante famosa.
Jenner se inclinó en la silla y la estudió antes de murmurar finalmente:
– Ese estúpido póster. Ahora me acuerdo. Usted llevaba un biquini amarillo.
– Sí, bueno, es evidente que dejé atrás los tiempos de los pósters hace ya mucho.
– Dé gracias a Dios por ello. Aquel biquini era obsceno.
Lilly se mostró sorprendida, y luego indignada.
– No veo qué tenía de obsceno. Comparado con hoy, era algo modesto.
Jenner juntó sus tupidas cejas.
– Lo obsceno es que se cubriera el cuerpo con algo. Debería haber salido desnuda.
– Yo me largo -dijo Kevin volviendo hacia el comedor.
Ni una manada de caballos salvajes se hubieran podido llevar a Molly de aquella cocina, y colocó un plato de tortitas delante de cada uno de ellos.
– ¿Desnuda? -La taza de Lilly cayó ruidosamente sobre el plato-. Jamás de la vida. Una vez rechacé una fortuna por posar para Playboy.
– ¿Y qué tiene que ver con esto Playboy? Le estoy hablando de arte, no de excitación-dijo hincando el diente en las tortitas-. Un desayuno excelente, Molly. Deja este lugar y ven a cocinar para mí.
– En realidad soy escritora, no cocinera.
– Libros infantiles… -Su tenedor se detuvo en medio del aire-. Yo había pensado en escribir un libro para niños… -El tenedor se clavó en una de las tortitas del plato de Lilly-. Probablemente no habría habido mucho mercado para mis ideas.
– No si implicaban desnudos -murmuró Lilly.
Molly soltó una risilla.
Jenner le lanzó una mirada intimidatoria.
– Lo siento -murmuró Molly mordiéndose el labio, y soltó un resoplido no muy femenino.
El ceño de Jenner se volvió más feroz. Molly ya iba a volver a disculparse de nuevo cuando observó un temblor ascendente en la comisura de sus labios. O sea que Liam Jenner no era tan irascible como quería aparentar. La cosa se ponía cada vez más interesante.
Jenner señaló la taza medio llena de Lilly.
– Puedes llevarte eso. Y lo que queda de tu desayuno también. Tenemos que irnos.
– Yo nunca dije que posaría para usted. No me cae bien.
– Ni a ti ni a nadie. ¡Y por supuesto que vas a posar para mí! -Su voz se volvió más profunda con el sarcasmo-. La gente hace cola para tener ese honor.
– Pinte a Molly. Fíjese en sus ojos.
Jenner la estudió. Molly pestañeó intencionadamente.
– Son bastante extraordinarios -dijo el pintor-. Su rostro se está volviendo interesante, pero todavía no ha vivido lo bastante para ser realmente fascinante.
– Eh, no hable de mí como si yo no estuviera delante.
Jenner levantó una ceja oscura hacia Molly, y luego llevó de nuevo su atención hacia Lilly.
– ¿Es sólo conmigo, o eres tan testaruda con todo el mundo?
– No soy testaruda. Simplemente protejo su reputación de artista infalible. Tal vez si volviera a tener veinte años, posaría para usted, pero…
– ¿Y por qué iba a interesarme a mí pintarte cuando tenías veinte años? -Jenner parecía auténticamente perplejo.
– Vamos, creo que eso es evidente -dijo Lilly sin pensarlo.
Jenner la estudió unos instantes, con una expresión difícil de interpretar. Luego sacudió la cabeza.
– Por supuesto. Nuestra obsesión nacional por la demacración. ¿No eres ya un poco mayor para seguir tragándote eso?
Lilly plantó una sonrisa perfecta en su cara mientras se levantaba de la silla.
– Por supuesto. Gracias por el desayuno, Molly. Adiós, señor Jenner.
El pintor la siguió con la mirada mientras salía de la cocina con paso majestuoso. Molly se preguntó si él habría notado la tensión que cargaba Lilly sobre sus hombros.
Le dejó con sus propios pensamientos mientras se terminaba el café. Cuando terminó, Jenner recogió los platos de la mesa y los llevó al fregadero.
– Son las mejores tortitas que he comido en muchos años.
Dime qué te debo.
– ¿Qué me debe?
– Esto es un establecimiento comercial -le recordó.
– Ah, sí. Pero no hay nada que cobrar. Ha sido un placer.
– Pues gracias.
Jenner se giró para marcharse.
– Señor Jenner.
– Puedes llamarme Liam.
Molly sonrió.
– Ven a desayunar siempre que quieras. Puedes colarte por la cocina.
– Gracias, tal vez lo haré -asintió lentamente.
Capítulo catorce
– Acércate al agua, Daphne -dijo Benny-. No te mojaré.
Daphne lo ensucia todo
– ¿Alguna idea para un nuevo libro? -preguntó Phoebe por teléfono a primera hora de la tarde siguiente.
Era un tema espinoso, pero como Molly se había pasado los últimos diez minutos de su conversación esquivando las preguntas entrometidas de Celia la Gallina sobre Kevin, cualquier cambio era positivo.
– Unas pocas. Pero ten en cuenta que Daphne se cae de bruces es el primer libro de un contrato para tres, y Birdcage no aceptará otro manuscrito hasta que termine los cambios que me pidieron.
No hacía falta contarle a su hermana que todavía no había empezado con esos cambios, aunque después del desayuno le había tomado prestado el coche a Kevin para ir al pueblo a comprar material de dibujo.
– Esta gente de NHAH son de chiste.