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– De chiste malo. Oye, no tengo tele en la casita: ¿han vuelto a aparecer últimamente?

– Anoche. Gracias al nuevo proyecto de ley sobre derechos de los homosexuales en el Congreso, han tenido mucha repercusión mediática. -Phoebe dudó unos instantes y eso no era una buena señal-. Molly, han vuelto a citar a Daphne.

– ¡Es increíble! ¿Por qué me hacen esto? Ni que yo fuera una autora famosa de libros para niños.

– Esto es Chicago, y tú eres la esposa del quarterback más famoso de la ciudad. Y ellos utilizan esa relación para ganar minutos de emisión. Sigues siendo la esposa de Kevin, ¿no?

Molly no quería volver a entrar en esa discusión.

– Temporalmente. La próxima vez, recuérdame que busque a una editora con agallas.

Molly deseó no haberlo dicho: su editora no era la única que necesitaba agallas. Tuvo que recordarse nuevamente que no tenía elección, al menos si quería pagar sus facturas.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Phoebe dijo:

– ¿Y qué estás haciendo para ganar dinero? Sé que no has…

– Ya me apaño, no te preocupes.

Aunque Molly quería muchísimo a Phoebe, a veces deseaba que no se convirtiera en oro todo lo que tocaba su hermana. La hacía sentir tan incapaz. Phoebe era rica, hermosa y emocionalmente estable. Molly era pobre, simplemente atractiva y había estado mucho más cerca de una crisis nerviosa de lo que podría admitir jamás. Phoebe había superado enormes desventajas para convertirse en una de las propietarias de la NFL más poderosas, mientras que Molly no podía siquiera defender a su conejita de ficción ante un ataque de la vida real.

Tras colgar el teléfono, Molly estuvo charlando con algunos de los huéspedes, y luego puso toallas limpias en todos los baños mientras Kevin registraba a una pareja de jubilados de Cleveland en una de las casitas. Luego se fue a su propia casita para ponerse el bañador rojo que Kevin le había regalado e ir a nadar.

Cuando sacó el bañador de dos piezas de la bolsa, descubrió que, aunque la parte de abajo no era un tanga, iba sujeta a cada lado únicamente por un cordelito y le pareció algo exiguo para su gusto. La parte de arriba, sin embargo, tenía un aro inferior que ayudaba a mantenerlo todo en su sitio, y Roo pareció dar su aprobación.

Aunque la temperatura del aire rondaba ya los treinta grados, el lago todavía no se había calentado, y la playa estaba desierta cuando ella llegó. Molly se estremeció de frío al meter los pies en el agua, pero fue entrando lentamente. Roo se mojó las patas, luego retrocedió y se dedicó a perseguir a las garzas. Cuando Molly no pudo seguir soportando aquella tortura, se zambulló.

Salió a la superficie jadeando y empezó a dar brazadas vigorosas para entrar en calor; entonces vio a Kevin en pie en el espacio comunitario. Nueve años de campamento de verano le habían enseñado la importancia de hacer las cosas acompañada, pero Kevin estaba lo bastante cerca para oírla gritar si se ahogaba.

Se puso boca arriba y nadó de espaldas durante un rato, evitando las aguas más profundas, porque, aunque Kevin dijese lo contrario, ella era una persona muy sensible en lo referente a la seguridad en el agua. Miró de nuevo hacia el comedor comunitario: Kevin seguía en pie exactamente en el mismo lugar.

Parecía aburrido.

Molly agitó el brazo para captar su atención. Kevin le devolvió el saludo sin mucha convicción.

Eso no era bueno. No era nada bueno.

Molly se zambulló y empezó a pensar.

Kevin observó a Molly en el agua mientras esperaba a que los empleados de la empresa de basuras aparecieran con un nuevo contenedor. Un destello de rojo carmesí flotó en el aire cuando Molly saltó al agua y luego la vio desaparecer bajo la superficie. Había sido un error comprarle ese biquini: dejaba prácticamente al descubierto ese pequeño cuerpo tentador que a Kevin le estaba resultando cada vez más difícil ignorar. Pero el color de aquel biquini enseguida le había llamado la atención, porque era casi del mismo tono que tenía su pelo el día en que se habían conocido.

Molly ya no llevaba el pelo igual. Sólo habían pasado cuatro días, pero se estaba cuidando y sus cabellos habían adquirido el mismo color que el jarabe de arce con el que Kevin había adornado los pastelitos que ella había preparado. Kevin se sentía como si la estuviera viendo volver a la vida. Su piel había perdido aquel aspecto pálido, y sus ojos habían empezado a brillar, especialmente cuando se trataba de fastidiarle.

Esos ojos… Esos endiablados ojos sesgados que parecían decir a gritos que no se proponía nada bueno, aunque Kevin parecía ser el único que captaba el mensaje. Phoebe y Dan veían en Molly a la intelectual, a la amiga de los niños, los conejitos y los perros ridículos. Sólo él parecía comprender que por las venas de Molly Somerville corrían los problemas en vez de la sangre.

Durante el vuelo de regreso a Chicago, Dan le había sermoneado sobre lo seria que era Molly en todo lo que hacía. Que de niña nunca había hecho nada malo. Lo buena estudiante que había sido, y la ciudadana modélica que era. Le había dicho que Molly tenía veintisiete años, pero la madurez de cuarenta. Más bien veintisiete y la madurez de siete. No era extraño que se ganara la vida como escritora de libros infantiles. ¡Estaba entreteniendo a sus iguales!

Le mortificaba que tuviera la osadía de llamarle imprudente. Él no se había desprendido nunca de quince millones de dólares. Por lo que sabía de ella, Molly no comprendía el significado de jugar sobre seguro.

Kevin vio otro destello de rojo en el agua. Todos aquellos años de campamento de verano la habían convertido en una buena nadadora, con una brazada regular y ágil. Y un cuerpo bonito y esbelto… Pero lo último que quería Kevin era volver a empezar a pensar en el cuerpo de Molly, así que se concentró en lo mucho que lo hacía reír.

Lo que no significaba que no fuera una tabarra. Tenía mucho valor al intentar hurgar en su cabeza, porque la tenía cerrada herméticamente, mucho más de lo que ella llegaría a tenerla jamás.

Kevin volvió la vista hacia el lago, pero no vio a Molly. Esperó un destello de rojo. Y esperó… Sintió que crecía la tensión en sus hombros al ver que la superficie no se movía. Dio un paso adelante. Entonces apareció su cabeza, como un punto a lo lejos. Justo antes de volver a desaparecer, Molly logró gritar una palabra apenas inteligible.

– ¡Socorro!

Kevin echó a correr.

Molly contuvo la respiración tanto como pudo, luego volvió a salir a la superficie para llenar los pulmones. Como era de esperar, Kevin se acababa de lanzar al agua con un estilo impecable.

Molly se debatió en el agua hasta que estuvo segura de que él la había visto, entonces volvió a zambullirse, se sumergió hacia el fondo y nadó hacia su derecha. Era una mala pasada hacerle eso, pero era por un bien superior. Un Kevin aburrido era un Kevin triste, y ya hacía demasiado tiempo que no se había divertido en el campamento de Wind Lake. Tal vez así ya no estaría tan ansioso por venderlo.

Molly volvió a salir a la superficie. Gracias a su habilidoso cambio de dirección bajo el agua, Kevin se dirigía mucho más a la izquierda. Molly tomó aire y volvió a sumergirse.

Cuando Daphne se hundió por tercera vez, Benny nadó…

Borremos eso.

Cuando Benny se hundió por tercera vez, Daphne nadó más y más rápido…

Ser rescatado por Daphne le serviría de lección a Benny, pensó Molly virtuosamente. Benny no debería haber ido a nadar sin compañía.

Molly abrió los ojos bajo el agua, pero después de tanto llover el lago estaba turbio y no pudo ver gran cosa. Recordó lo aprensivos que eran algunos de sus compañeros de campamento cuando tenían que nadar en un lago en vez de en una piscina, «¿y si me muerde un pez?», pero Molly se acostumbró ya en su primer verano y se sentía como en casa. Empezaban a quemarle los pulmones y salió a por más aire. Kevin estaba a unos veinte metros a su izquierda. Molly no quiso pensar en el cuento del pastor y el lobo, y realizó su siguiente movimiento.