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No es que pretendiera comparar a Kevin con Dan. Sólo había que ver lo mucho que le gustaban los perros a Dan, por ejemplo. Y los niños. Y, sobre todo, había que ver cuánto amaba a Phoebe.

Molly volvió a suspirar y dejó que su mirada se extraviara hacia los jardines de atrás, que Troy había dejado por fin limpios de las hojas secas del invierno. Las lilas estaban floreciendo, los lirios lucían sus rizos violáceos, y una mata de saltaojos estaba a punto de abrirse.

Un movimiento tenue llamó su atención, y vio que Lilly estaba sentada a un lado en un banco de hierro. De entrada, a Molly le pareció que estaba leyendo, pero luego se dio cuenta de que estaba cosiendo. Pensó en lo fría que se había mostrado con ella y se preguntó si se debía a una reacción estrictamente personal o a la mala prensa sobre la boda. «La rica heredera de los Chicago Stars, cuyo pasatiempo es escribir libros para niños.» Molly dudó, pero finalmente se levantó y salió por la puerta de atrás.

Lilly estaba sentada junto a un pequeño huerto de hierbas aromáticas. A Molly le pareció raro que alguien que interpretaba tan convincentemente su papel de diva no hubiera puesto objeciones a ser alojada en un desván. Y, a pesar del jersey Armani que llevaba informalmente sobre los hombros, parecía la mar de satisfecha de estar simplemente ahí sentada, cosiendo junto a un huerto descuidado. Molly estaba hecha un lío. Era difícil darle calidez a alguien que se mostraba tan fría con ella, pero no lograba sentir antipatía por Lilly, y no sólo por su antigua afición a Encaje, S. L.

Mermy yacía a los pies de Lilly junto a una gran cesta de costura. Roo ignoró a la gata y trotó a saludar a su dueña, que se inclinó para hacerle unas caricias. Molly observó que estaba trabajando en una colcha, pero no se parecía a nada que hubiera visto antes. El diseño no estaba dispuesto geométricamente, sino que era una sutil mezcla sombreada de curvas y rizos con distintas pautas y múltiples tonos de verde con toques de azul lavanda y un destello sorprendente de azul cielo.

– Es precioso. No sabía que fuera usted una artista.

La hostilidad habitual que se formó en los ojos de Lilly le dieron a aquella tarde de verano la frialdad de un día de enero.

– No es más que un pasatiempo.

Molly decidió pasar por alto su actitud displicente.

– Pues lo hace muy bien. ¿Qué va a ser?

– Probablemente una colcha -dijo a regañadientes-Normalmente hago piezas más pequeñas, como fundas para cojines, pero este jardín parece pedir algo más dramático.

– ¿Está haciendo una colcha del jardín?

A Lilly la obligaron a responder sus buenos modales inherentes.

– Sólo del huerto de hierbas aromáticas. Ayer empecé a experimentar con él.

– ¿Trabaja a partir de un dibujo?

Lilly negó con la cabeza con la esperanza de dar por terminada la conversación. Molly consideró la posibilidad de dejar que así fuera, pero prefirió seguir hablando.

– ¿Cómo puede hacer algo tan complicado sin un dibujo?

Lilly se tomó su tiempo para responder.

– Empiezo juntando los retales de tela que me atraen, y luego saco las tijeras a ver qué pasa. A veces, los resultados son desastrosos.

Molly la entendió. Ella también creaba a partir de trozos y pedazos: algunas líneas de diálogo, dibujos al azar. Nunca sabía sobre qué irían sus libros hasta que ya los tenía avanzados.

– ¿De dónde saca los tejidos?

Roo había hundido el hocico en una de las carísimas sandalias Kate Spade de Lilly, pero parecía importunarla más la persistencia de Molly.

– Siempre llevo una cesta llena de retales en el maletero -dijo bruscamente-. Siempre compro muchos restos de telas, pero este proyecto necesita tejidos con historia. Tal vez buscaré alguna tienda de antigüedades que venda ropa de época.

Molly volvió a mirar hacia el huerto de hierbas aromáticas.

– Dígame qué ve.

Molly esperaba un resoplido, pero nuevamente vencieron los buenos modales de Lilly.

– Primero me ha atraído la lavanda. Es una de mis plantas favoritas. Y me encanta el tono plateado de la salvia que hay detrás. -El entusiasmo de Lilly por su proyecto empezó a superar la animadversión personal-. Habría que cortar un poco la menta. Es muy expansiva y lo ocupará todo. Esa pequeña mata de tomillo está luchando contra la menta para sobrevivir.

– ¿Cuál es el tomillo?

– Aquellas hojas diminutas. Ahora es vulnerable, aunque puede ser tan agresivo como la menta. Sólo que lo hace con más sutileza -dijo Lilly levantando la vista y aguantándole la mirada a Molly durante unos segundos.

Molly captó el mensaje.

– ¿Cree que el tomillo y yo tenemos algo en común?

– ¿Y tú? -preguntó Lilly fríamente.

– Yo tengo muchos defectos, pero la sutileza no es uno de ellos.

– Supongo que eso está por ver.

Molly anduvo hasta el borde del jardín.

– Estoy intentando que me caiga usted tan antipática como parece que le caigo yo a usted, pero es difícil. Cuando yo era niña, usted era mi heroína.

– Qué bonito -respondió, fría como un carámbano.

– Además, le gusta mi perro. Y tengo la sensación de que su actitud tiene más que ver con sus prejuicios acerca de mi matrimonio que con mi personalidad.

Lilly se puso rígida. Molly decidió que no tenía nada que perder con ser franca.

– Sé cuál es su auténtica relación con Kevin.

La aguja de Lilly se detuvo.

– Me sorprende que te lo haya contado. Maida me dijo que nunca hablaba de ello.

– No me lo contó. Lo deduje.

– Eres muy astuta.

– Ha tardado mucho tiempo en venir a verle.

– ¿Quieres decir después de abandonarle? -Su voz no pudo esconder cierto resentimiento.

– Yo no he dicho eso.

– Lo estabas pensando. ¿Qué clase de mujer abandona a su hijo y luego intenta colarse de nuevo en su vida?

Molly habló con cautela.

– No me parece exacto decir que le abandonó. Diría que le encontró una buena familia.

Lilly miró hacia las plantas aromáticas, aunque Molly sospechó que la paz que había encontrado allí había desaparecido.

– Maida y John siempre habían querido tener un hijo, y le amaron desde el día que nació. Pero por muy torturador que resultase tomar aquella decisión, sigo pensando que medeshice de él demasiado fácilmente.

– ¡Eh, Molly!

Lilly se tensó cuando Kevin dobló la esquina con Mermy repantigada feliz en sus brazos. Kevin frenó en seco al ver a Lilly y el encanto que había en su rostro dejó paso a una expresión severa y rencorosa.

Se dirigió a Molly como si estuviera sola en el jardín.

– Alguien la ha dejado salir.

– He sido yo -dijo Lilly-. Estaba a mi lado hace unos minutos. Debe de haberte oído llegar.

– ¿Es tuya, la gata?

– Sí.

Kevin dejó la gata en el suelo, casi como si se hubiera vuelto radioactiva, y se volvió para marcharse.

Lilly se levantó del banco. Molly advirtió un brillo desesperado y al mismo tiempo conmovedor en sus ojos.

– ¿Quieres saber quién era tu padre? -espetó Lilly.

Kevin se quedó tieso. Molly sintió una gran empatía hacia Kevin, y pensó en todas las preguntas que se había hecho a lo largo del tiempo sobre su propia madre. Kevin se volvió lentamente.

Lilly entrelazó los dedos de ambas manos. Su voz parecía jadeante, como si acabara de correr una larga distancia.

– Se llamaba Dooley Price. No creo que Dooley fuera su auténtico nombre de pila, pero fue el único que supe. Era un chico de campo de Oklahoma, de dieciocho años, alto y delgado. Nos conocimos en la estación del autobús el mismo día que llegamos a Los Ángeles. -Lilly no apartaba los ojos del rostro de Kevin-. Tenía el pelo más claro que tú, y sus rasgos eran más anchos. Te pareces más a mí -dijo bajando la cabeza-. Estoy segura de que no quieres oírlo. Dooley era atlético. Había cabalgado en rodeos, había ganado algún premio en metálico, creo, y estaba convencido de que podría hacerse rico haciendo de doble en las escenas peligrosas de las películas. No recuerdo nada más de él, otro tachón más en mi contra. Creo que fumaba Marlboro y le gustaban las barras de caramelo, pero de eso hace ya mucho tiempo, y tal vez me confundo con otra persona. Cuando descubrí que estaba embarazada, ya habíamos cortado y no supe cómo encontrarle. -Lilly hizo una pausa y pareció recobrar los ánimos-: Pocos años más tarde, leí en un periódico que se había matado rodando una escena con un coche.