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La sangre de Molly palpitaba. Los labios de Kevin siguieron por la mandíbula hasta el cuello. Entonces se dispuso a hacer exactamente lo que ella le había pedido.

«¡He cambiado de idea! ¡No me muerdas, por favor!»

Kevin no la mordió. Jugueteó con su garganta hasta que su respiración se volvió rápida y superficial. Molly le detestó por atormentarla de aquella manera, pero no lograba apartarse de él. Y entonces, Kevin dio por finalizado el juego y la besó de verdad.

El mundo giró y todo se volvió patas arriba. Los brazos de Kevin la mecían como si ella le perteneciera realmente. Molly no supo quién separó antes los labios, pero sus lenguas se tocaron.

Era el beso dado en sueños solitarios. Un beso que requería su tiempo. Un beso que sentaba tan bien que Molly no podía recordar todos los motivos por los que estaba mal.

La mano de Kevin peinó sus cabellos, y sus duras caderas se apretaron contra las de Molly. Notó lo que había provocado en él y le encantó. Sintió un hormigueo en el pecho cuando Kevin lo cubrió con la mano.

Kevin gritó y apartó bruscamente la mano.

– ¡Maldita sea!

Molly dio un paso atrás e instintivamente comprobó que a su pecho no le hubieran salido dientes. Pero no era su pecho. Kevin miró hacia abajo: los afilados colmillos de Roo apretaban su pierna.

– ¡Quita, chucho!

Molly volvió de golpe y porrazo a la realidad. ¿Qué se suponía que hacía jugando a besitos con el señor Demasiado Atractivo? Y ni siquiera podía culparle porque las cosas se hubieran salido de madre porque había sido ella la que lo había empezado.

– Basta, Roo.

Desconcertada, Molly apartó al perro.

– ¿Nunca le limas los dientes al «klingon»?

– No te estaba atacando. Sólo quería jugar.

– ¿Sí? ¡Pues igual que yo!

Un largo silencio palpitó entre ellos.

Molly quería que fuera él el primero en apartar la mirada, pero no lo hizo, así que ella miró hacia atrás. Era desconcertante. Mientras ella parecía que se escondiera bajo las sábanas, Kevin parecía perfectamente capaz de quedarse en pie toda la tarde y considerar detenidamente el asunto. Molly todavía sentía el calor de su mano en el pecho.

– Esto se está complicando -dijo Kevin finalmente.

Tenía enfrente a la NFL, así que no dio importancia a que se le aflojaran las piernas.

– No para mí. Besas muy bien, por cierto. Muchos deportistas no entienden la diferencia entre besar y morder.

– Nunca dejas de discutir, Daphne. ¿Qué hacemos? ¿Vamos a que nos den de cenar? ¿O volvemos a probar lo del chupetón que tanto deseas?

– Olvídate del chupetón. A veces la cura es peor que la enfermedad.

– Y a veces las conejitas se convierten en gallinas.

Molly no iba a ganar ese juego, así que alzó la nariz como la rica heredera que no era, tomó el mantel rojo y se lo envolvió sobre los hombros.

El comedor de la posada de Wind Lake, decorado según el estilo típico de los bosques del norte, parecía una antigua cabaña de cazadores. Sobre las ventanas largas y estrechas colgaban unas cortinas con grabados de mantas indias, y en las paredes, muy rústicas, había una colección de botas de nieve y trampas antiguas para animales, junto a las cabezas enmarcadas de ciervos y alces. Molly decidió concentrarse en la canoa de corteza de abedul que colgaba de las vigas para evitar encontrarse con la mirada de aquellos ojos de cristal.

A Kevin cada vez se le daba mejor leer sus pensamientos, y señaló con la cabeza hacia los animales muertos.

– Había habido un restaurante en Nueva York especializado en la caza exótica, bistecs de canguro, de tigre, de elefante. Una vez unos amigos me llevaron allí a probar las «Ieonburguesas».

– ¡Eso es repugnante! ¿Qué tipo de persona enferma querría comerse a Simba?

Kevin soltó una risilla y volvió a su trucha.

– Yo no. Pedí un picadillo de carne variada y pastel de pacana.

– Deja de jugar conmigo.

Los ojos de Kevin se marcaron unos pasos de tango por el cuerpo de Molly.

– Antes no parecía importarte.

– Ha sido el alcohol -dijo Molly jugueteando con el pie de su copa de vino.

– Ha sido el sexo del que no estamos disfrutando.

Molly abrió la boca para interrumpirle, pero él la interrumpió antes.

– Ahórrate la saliva, Daphne. Ya va siendo hora que afrontes algunos hechos importantes. Primero, estamos casados. Segundo, estamos viviendo bajo el mismo techo…-No porque yo lo eligiera.

– Y tercero, ambos estamos célibes en este momento.

– No se puede ser célibe por momentos. Es un estilo de vida a largo plazo. Créeme, yo lo sé. -Esta última parte habría preferido no decirla en voz alta. O tal vez sí. Molly pinchó una rodaja de zanahoria que no se quería comer.

Kevin dejó su tenedor para estudiar a Molly más atentamente.

– Bromeas, ¿verdad?

– Por supuesto que bromeo -dijo Molly tragándose la zanahoria-. ¿Creías que hablaba en serio?

– No estás bromeando -dijo Kevin frotándose la barbilla.

– ¿Ves al camarero? Creo que ya pasaré a los postres.

– ¿Te importaría explicarte?

– No.

Kevin esperó el momento propicio.

Molly jugó con otra rodaja de zanahoria y se encogió de hombros.

– Tengo mis propias opiniones.

– Igual que la revista Times. Déjate de evasivas.

– Dime adónde crees que nos lleva esta conversación.

– Ya sabes adónde. Directamente al dormitorio.

– Dormitorios -enfatizó ella, deseando que Kevin no se mostrara tan obstinado con el tema-. Uno para él y otro para ella, y así tiene que seguir.

– Hace un par de días te habría dado la razón. Pero ambos sabemos que si no hubiera sido por los colmillos de tu Godzilla ahora mismo estaríamos desnudos.

Molly sintió un escalofrío.

– Eso no lo puedes dar por sentado.

– Mira, Molly, el anuncio del periódico no saldrá hasta el próximo jueves. Hoy sólo es sábado. Me pasaré un par de días más con las entrevistas. Luego otro día, como mínimo, para instruir a la persona que contrate. Eso son muchas noches.

Molly llevaba ya un rato jugueteando con su ensalada, así que abandonó toda pretensión de comer.

– Kevin, no me gusta el sexo por el sexo.

– Eso sí que me sorprende. Me parece recordar una noche de febrero…

– Me había encaprichado contigo, ¿vale? Un estúpido encaprichamiento que se me fue de las manos.

– ¿Un encaprichamiento? -Kevin se inclinó en su silla, disfrutando de la situación-. ¿Cuántos años tienes? ¿Doce?

– No te rías de mí.

– ¿Así que te habías encaprichado conmigo?

Su sonrisa torcida era exactamente como la de Benny cuando creía que tenía a Daphne justo donde la quería. A la conejita no le gustaba, ni tampoco a Molly.

– Me había encaprichado contigo y con Alan Greenspan al mismo tiempo. No me puedo imaginar en qué pensaba. Aunque el encaprichamiento por Greenspan era mucho peor. Gracias a Dios que no topé con él y su atractivo maletín.

Kevin hizo oídos sordos a esa última tontería.

– Es interesante observar que Daphne parece haberse encaprichado con Benny, también.

– ¡Eso no es verdad! Benny la trata fatal.

– Tal vez si ella se lo confesara, sería más simpático.

– ¡Eso es más desagradable que lo de Charlotte Long y yo! -Molly tenía que lograr cambiar de tema de conversación-. Se puede encontrar sexo en cualquier parte, pero nosotros tenemos una amistad, y eso es más importante.

– ¿Una amistad?

Molly asintió.

– Sí, supongo que sí -admitió Kevin-. Tal vez sea eso lo que lo hace tan excitante. Nunca he tenido relaciones sexuales con una amiga.