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– Ya recuerdo cómo era.

El hecho de que Lilly, al contrario que la mayoría de la gente, comprendiera por lo que había pasado no pareció relajarle. Liam dejó la ventana para sentarse justo enfrente de ella, dominando el asiento elegido del mismo modo que dominaba todo el espacio que ocupaba. Craig había sido también tan irresistible como él.

– Se me subió a la cabeza -dijo-, y empecé a creerme todo el bombo publicitario. ¿Eso también lo recuerdas?

– Tuve suerte. Mi marido me mantuvo con los pies en el suelo. «E incluso las rodillas» -pensó. Craig jamás había comprendido que necesitaba más sus alabanzas que sus críticas.

– Yo no tuve suerte. Olvidé que se trataba de mis obras, y no del artista. Iba de fiesta en fiesta en vez de pintar. Bebía demasiado. Me aficioné a la cocaína y al sexo libre.

– Excepto que el sexo nunca es libre, ¿verdad?

– No si estás casado con una mujer a la que amas. Ah, aunque yo justificaba mi comportamiento, porque ella era mi amor auténtico y todas las demás relaciones sexuales carecían de importancia. Lo justificaba porque ella estaba pasando un embarazo difícil, y el médico me había recomendado que la dejase tranquila hasta después de nacer el bebé.

Lilly percibió el desprecio que sentía por sí mismo. Era un hombre que se juzgaba a sí mismo incluso con mayor dureza que a los demás.

– Mi mujer lo descubrió, por supuesto, e hizo lo que tenía que hacer: alejarse de mí. Una semana después, fue de parto, pero el bebé nació muerto.

– Oh, Liam…

Él rechazó su compasión forzando una sonrisa en su rostro.

– Pero hay un final feliz. Ella se casó con un editor y ahora tiene tres hijos sanos y fuertes. En cuanto a mí… Aprendí una lección importante sobre lo que importa realmente y lo que no.

– ¿Y has vivido aislado y en solitario desde entonces?

Liam sonrió.

– No creas. También tengo amigos, Lilly. Amigos de verdad.

– Gente a la que conoces desde hace siglos -especuló ella-. No se aceptan recién llegados.

– Creo que todos nos quedamos con las amistades fijas al hacernos mayores. ¿A ti no te ocurre?

– Supongo. -Iba a preguntar por qué la había invitado, ya que sin duda ella era una recién llegada, pero le vino a la mente otra pregunta más importante-. ¿Me equivoco, o te ha pasado por alto una parte de la casa en nuestra visita? Liam se hundió en su silla y pareció enojado.

– Quieres ver mi estudio.

– Ya imagino que no tienes por costumbre abrirlo para cualquiera, pero…

– Nadie entra allí, excepto yo y alguna modelo ocasional.

– Es perfectamente comprensible -dijo ella amablemente-. Aun así, estaría muy agradecida de poder darle un vistazo.

– ¿Cuánto de agradecida? -preguntó el artista con un brillo calculador en la mirada.

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Lo bastante agradecida como para posar para mí?

– Nunca abandonas, ¿verdad?

– Forma parte de mi encanto.

Si hubieran estado en la casa de huéspedes o junto al arroyo del prado, tal vez habría podido negarse, pero no en aquella casa. Aquel espacio misterioso, donde él creaba algunas de las obras de arte más hermosas del mundo, estaba demasiado cerca.

– No me llego a imaginar por qué quieres dibujar a una mujer de cuarenta y cinco años, gorda y físicamente de capa caída, pero si es lo que cuesta ver tu estudio, acepto. Posaré para ti.

– Bien, sígueme -dijo levantándose de un brinco de la silla y dirigiéndose a una serie de peldaños de piedra que llevaban a la pasarela. Cuando estuvo arriba, se quedó observándola-. No estás gorda. Y tienes más de cuarenta y cinco años.

– ¡No los tengo!

– Aunque te has retocado los ojos, ningún cirujano plástico puede borrar la experiencia vital que se oculta tras ellos. Diría que te acercas más a la cincuentena

– Tengo cuarenta y siete.

Liam la miró desde la pasarela y confesó:

– Me estás haciendo perder la paciencia.

– El aire podría hacerte perder la paciencia -gruñó Lilly.

La comisura de sus labios se rizó.

– ¿Quieres ver mi estudio o no?

– Sí, por supuesto. -A regañadientes, subió las escaleras y le siguió por la estrecha estructura abierta. Miró con inquietud hacia abajo, a la sala de estar.-Me siento como si estuviera andando por una tabla.

– Ya te acostumbrarás.

Aquella afirmación implicaba que Lilly iba a volver, y se apresuró a corregir ese supuesto.

– Posaré para ti hoy, pero ya está.

– Deja de irritarme.

Liam ya había llegado al final de la pasarela, y al volverse hacia ella su silueta se recortó sobre el arco de piedra. Lilly sintió una diminuta excitación erótica mientras él la observaba acercarse con los brazos cruzados sobre el pecho como un guerrero antiguo.

Lilly le lanzó su mirada de diva.

– Recuérdame otra vez por qué quería ver el estudio.

– Porque soy un genio.

– Cállate y aparta de mi camino.

La risa de Liam tenía una resonancia profunda y agradable. Se volvió y la condujo tras la curva de la pared, hacia su estudio.

– Oh, Liam… -dijo apretándose los labios con las puntas de los dedos.

El estudio estaba suspendido sobre los árboles, era como un universo privado. Tenía una forma extraña: tres de sus cinco lados eran curvos. La luz de la tarde resplandecía a través de la pared norte, que estaba construida totalmente de cristal. Encima de sus cabezas, había varios tragaluces equipados con viseras que se podían adaptar según la hora del día. Las salpicaduras de pintura de colores en las paredes de piedra, los muebles y el suelo de piedra caliza habían convertido el estudio en una obra de arte moderno por derecho propio. Lilly tuvo la misma sensación que experimentaba cuando estaba dentro del museo Getty.

Había lienzos sin acabar sobre caballetes y lienzos apoyados en las paredes. Varios lienzos grandes colgaban en estructuras especiales. La mente de Lilly parecía un remolino que intentaba engullir todo lo que veía. Tal vez no había recibido demasiada educación formal, pero había estudiado arte por su cuenta durante varias décadas, y no era ninguna novata. Aun así, le resultó difícil clasificar la obra de madurez de Liam Jenner. Todas las influencias eran evidentes: el rechinar de dientes de los expresionistas abstractos, la informalidad estudiada del pop, la severidad de los minimalistas. Pero sólo Liam Jenner tenía la audacia de sobreponer lo sentimental sobre aquellos estilos decididamente no sentimentales.

Sus ojos se embebieron del monumental lienzo todavía inacabado de la Virgen y el niño Jesús que ocupaba la mayor parte de una pared. De todos los grandes artistas contemporáneos, sólo Liam Jenner podía pintar una Virgen con el niño Jesús sin utilizar mierda de vaca como medio, o mancillando la frente de la Virgen con alguna obscenidad, o sustituyendo la estrella por una centelleante chapa de CocaCola. Sólo Liam Jenner tenía la absoluta autoestima para mostrarles a los cínicos deconstruccionistas que poblaban el mundo del arte contemporáneo el significado de la reverencia desenfadada.

El corazón de Lilly se inundó con las lágrimas que no podía permitirse derramar. Lágrimas de pérdida por cómo había dejado que su identidad fuera engullida por las expectativas de Craig, lágrimas de pérdida por el hijo del que se había desprendido. Al contemplar ese lienzo, se dio cuenta del poco cuidado con que había tratado lo que debería haber sido sagrado.

Liam le puso la mano en el hombro en un gesto tan amable como las briznas de pintura azul dorada que suavizaban los cabellos de la Virgen. Su gesto pareció tan natural como necesario, y, mientras se tragaba las lágrimas, Lilly reprimió el instinto de acurrucarse en su pecho.

– Pobre Lilly -dijo con dulzura-. Te has complicado la vida incluso más que yo.

Ella no preguntó cómo lo sabía, pero allí en pie ante el milagroso lienzo inacabado y sintiendo la mano reconfortante de Liam sobre su hombro, comprendió que todos aquellos lienzos eran un reflejo del hombre: su airada intensidad, su inteligencia, su severidad, y los sentimientos que tanto se esforzaba en ocultar. Al contrario que ella, Liam Jenner y su trabajo eran una misma cosa.