– ¡No voy a ser tu compinche! ¿Lo entiendes? ¿Quieres que nuestra relación no entre en el dormitorio? Vale. Estás en tu derecho. Pero no esperes que yo sea tu camarada. ¡A partir de ahora, entretente sola y mantente alejada de mí!
Kevin se marchó hecho una furia. Aunque probablemente se merecía un poco de su rabia, Molly no pudo evitar enfadarse con él.
Se suponía que el campamento de verano tenía que ser algo divertido, pero Daphne estaba triste. Desde que había volcado la canoa, Benny no le dirigía la palabra. Ya no le pedía que girasen en círculo hasta marearse. Ni siquiera se fijó en que Daphne se había pintado las uñas de las patas cada una de un color diferente, como si hubiera pisado un charco de arco iris. Ya no arrugaba la nariz y le sacaba la lengua para llamar su atención, ni eructaba fuerte. En cambio, lo había visto haciéndole muecas a Cicely, una conejita de Berlín que le regalaba conejos de chocolate y no tenía gusto para la moda.
Molly dejó a un lado su cuaderno y pasó a la sala de estar, llevándose consigo la última cajita de Di Azúcar, y vertió lo que quedaba en un gran cuenco para leche que todavía contenía los restos de pastel de azúcar del día anterior. Hacía ya cuatro días que Molly había volcado la canoa, y, desde aquel día cada mañana había encontrado una caja nueva en el mostrador de la cocina de la casita, lo que eliminaba cualquier misterio sobre dónde había pasado Kevin la noche anterior. ¡Slytherin!
Había hecho todo lo posible por mantenerse alejado de ella excepto lo que debería hacer: volver a trasladarse a la casa de huéspedes. Pero su aversión a estar cerca de Lilly era peor que su aversión a estar cerca de ella. Tampoco es que importase demasiado, ya que casi nunca estaban en la casita al mismo tiempo.
Deprimida, se puso un trozo de pastel de azúcar en la boca. Era sábado, y la casa de huéspedes se había llenado para el fin de semana. Molly entró en el vestíbulo y colocó bien el montón de folletos de la consola del salón. La oferta de empleo ya había salido publicada en el periódico, y Kevin se había pasado la mañana entrevistando a los dos mejores candidatos. Mientras, Molly les había mostrado sus habitaciones a los huéspedes y había ayudado a Troy con los nuevos alquileres de las casitas. Ya era primera hora de la tarde, y se había pasado un buen rato escribiendo: necesitaba un descanso.
Salió al porche principal y vio a Lilly de rodillas en la sombra, a un lado del patio principal, plantando las últimas nomeolvides rosas y púrpuras que había comprado para colocar en los macizos vacíos. Ni siquiera con unos guantes de jardín y arrodillada en la hierba perdía su glamour. Molly no se molestó en recordarle que era una huésped. Lo había intentado unos días antes cuando Lilly había aparecido con el maletero lleno de plantas. Lilly había contestado que le encantaba la jardinería, que la relajaba, y Molly había tenido que admitir que no se la veía tan tensa, aunque de hecho Kevin seguía sin hacerle el más mínimo caso.
Cuando Molly hubo bajado las escaleras, Mermy levantó la cabeza y pestañeó con aquellos ojazos dorados. Como Roo se había quedado dentro con Amy, la gata se levantó y caminó hasta Molly para refregarse en sus tobillos. Aunque Molly no era tan aficionada a los gatos como Kevin, Mermy era una felina encantadora, y se había establecido entre ambas una amistad a distancia. A Mermy le encantaba que la cogieran en brazos, y Molly se agachó para hacerlo.
Lilly aplastó ligeramente con la pala la tierra que había alrededor de las flores recién plantadas.
– Preferiría que no animases a Liam a seguir viniendo a desayunar todos los días.
– Me gusta. -«Y a usted también», pensó Molly.
– No sé qué le encuentras. Es grosero, arrogante y egoísta.
– Y también divertido, inteligente y muy atractivo.
– No me había fijado.
– Ya.
Lilly miró a Molly alzando su ceja de diva, pero no la intimidó. Últimamente, a veces, Lilly parecía olvidar que Molly era su enemiga. Tal vez el hecho de verla trabajando por la casa de huéspedes no acababa de encajar en la imagen que tenía la actriz de una mimada heredera del fútbol. Molly pensó en confrontarse con ella otra vez como lo había hecho junto al huerto de plantas aromáticas hacía una semana, pero no se sintió capaz de defenderse.
Todas las mañanas, Liam Jenner aparecía en la cocina para desayunar con Lilly. Mientras comían siempre discutían, aunque Molly habría jurado que lo hacían para alargar el tiempo que pasaban juntos más que por cualquier otra razón. Cuando conversaban sin discutir, lo hacían sobre temas muy diversos, desde el arte y los viajes que ambos habían realizado, hasta la naturaleza humana. Lo tenían todo en común, y era evidente que se atraían. Tan evidente como que Lilly combatía aquella atracción.
Molly se había enterado de que Lilly había ido una vez a casa de Liam y que éste había empezado a hacerle un retrato, aunque Lilly rechazaba sus repetidas peticiones para que volviera y posara para él. Molly se preguntaba qué habría pasado aquel día en la casa.
Llevó a Mermy hacia la sombra de un gran tilo, cerca de donde Lilly estaba plantando. Sólo para ser perversa, dijo:
– Seguro que desnudo debe de estar buenísimo.
– ¡Molly!
La diablura de Molly se desvaneció al ver a Kevin corriendo hacia el comedor comunitario desde la carretera. En cuanto había terminado con las entrevistas, se había puesto una camiseta y el pantalón gris de deporte y se había largado. Prácticamente no hablaba con ella, ni siquiera mientras servían juntos el desayuno. Tal como Amy se había visto obligada a hacerle notar, Kevin pasaba más tiempo hablando con Charlotte Long que con Molly.
Se había pasado toda la semana torturando a Lilly con su fría cortesía, y Lilly le había dejado marchar impune. En aquel momento, sin embargo, clavó el desplantador en el suelo y dijo con decisión:
– ¿Sabes, Molly? Se me acaba de agotar la paciencia con tu marido.
Ya eran dos.
Kevin redujo la velocidad para detenerse, inclinó la cabeza y apoyó las palmas de sus manos en la parte más estrecha de la espalda. Mermy le vio y se movió entre los brazos de Molly, que miró a la gata con resentimiento. Estaba celosa. Celosa del afecto de Kevin por una gata. Recordó cómo la acariciaba, hundiendo en el pelaje de Mermy aquellos dedos largos… Recorriendo toda la espalda… A Molly se le puso la carne de gallina.
¡Se dio cuenta de que estaba total y ciegamente furiosa con Kevin! No le gustaba nada que se hubiera pasado toda la mañana entrevistando a extraños para que se hicieran cargo del campamento. ¿Y qué derecho tenía él para comportarse como si tuvieran una auténtica amistad y luego despreciarla porque no había querido acostarse con él? Podía fingir que estaba enfadado por el incidente de la canoa, pero ambos sabían que era mentira.
Impulsivamente, se volvió y dejó a la gata junto al tronco del tilo bajo el que se encontraban. Una ardilla se movió inquieta en las ramas del árbol. Mermy dio un latigazo con la cola y se puso a trepar.
Lilly percibió la reacción de Molly por el rabillo del ojo y se volvió.
– ¿Se puede saber qué…?
– ¡No es usted la única que está perdiendo la paciencia!-dijo Molly mirando hacia arriba para ver cómo trepaba Mermy. Luego llamó a Kevin. Kevin miró hacia allí.
– ¡Necesitamos tu ayuda! ¡Es Mermy!
Kevin aceleró el paso hacia ellas.
– ¿Qué le pasa?
Molly señaló hacia el tilo: Mermy se había encaramado a una rama a bastante altura del suelo y maullaba disgustada al haber perdido de vista a la ardilla.
– Está atrapada en el tilo y no la podemos bajar. La pobre está muerta de miedo.