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Kevin no podía pensar en todos los medios a los que pueden recorrer los propietarios de equipos para hacérselas pasa canutas incluso a sus estrellas, no de momento. Sí que pensó, en cambio, en toda la pasión que había encerrada dentro del cuerpecito caprichoso de aquella mujer que era su esposa y no era su esposa.

Molly volvió a resoplar.

– No eres un paquete. Como amante, me refiero.

Kevin se alegró de que ella no pudiera ver su sonrisa, porque darle la más mínima ventaja significaba generalmente acabar bañándose en el lago con la ropa puesta. Así que se decantó por el sarcasmo.

– Me parece que nos estamos poniendo tiernos. ¿Debo sacar un pañuelo?

– Sólo quería decir que… Bueno, la última vez…

– No me digas.

– Era lo único que tenía para comparar.

– Por el amor de…

– Sí, ya sé que no es justo. Tú estabas dormido. Y no diste tu consentimiento. Eso no lo he olvidado.

– Pues tal vez ya va siendo hora -dijo arrimándose a ella.

Molly sintió una explosión en su cabeza, y le miró con un millón de emociones en el rostro, la principal de ellas la esperanza.

– ¿Qué quieres decir?

Kevin le acarició el cogote.

– Quiero decir que se acabó. Que está olvidado. Y tú estás perdonada.

– Lo dices en serio, ¿verdad? -preguntó con los ojos inundados de lágrimas.

– En serio.

– Oh, Kevin… Yo…

Kevin presintió que lo siguiente iba a ser un discurso, y no estaba de humor para más charlas, así que empezó de nuevo a hacerle el amor.

Capítulo diecinueve

¡Sí!

«¿Los chicos sólo quieren una cosa?»

Notas de un artículo para Chik

Molly estaba sentada en la glorieta contemplando las casitas y soñando despierta con la noche anterior, en lugar de prepararse para el té al que había invitado aquella tarde a todo el mundo en el espacio comunitario. Después del desayuno, había conducido hasta el pueblo para comprar otro pastel y algunos refrescos, aunque los refrigerios eran la última cosa que tenía en la cabeza. Molly pensaba en Kevin y en todas las delicias que habían hecho.

Oyó cerrarse una puerta de coche, y Molly se distrajo de sus pensamientos. Levantó la mirada y vio a la mujer a la que Kevin había estado entrevistando al volante de un viejo Crown Victoria. Molly la había visto por el rabillo del ojo cuando había llegado para la entrevista, y no le había gustado. Al ver las gafas de lectura que llevaba colgando del cuello con una cadenita supo enseguida que a aquella mujer las galletas nunca se le quemarían por debajo.

Kevin apareció en el porche principal. Molly levantó automáticamente la mano para saludarle, pero enseguida se arrepintió de haberlo hecho porque temió parecer demasiado ansiosa. Ojalá fuera una de aquellas mujeres sublimemente misteriosas que podían controlar a un hombre con un parpadeo o una mirada provocativa. Pero ni los parpadeos ni las miradas provocativas eran su punto fuerte, y además Kevin tampoco era un hombre al que hubiera que controlar.

Roo le vio atravesar el espacio comunitario y corrió a recibirle con la esperanza de poder jugar a «busca el palo».Cuando Molly le vio, una oleada de calor le recorrió la piel. Ahora sabía exactamente qué aspecto tenía cada una de las partes del cuerpo que se escondía bajo ese polo negro y pantalones anchos de color caqui.

Molly se estremeció. No ponía en duda que él había disfrutado haciendo el amor con ella la noche anterior: ella había estado muy bien, si se le permitía decirlo, pero no había sido lo mismo para él que para ella. Había estado tan… todo: tierno, duro, excitante y más apasionado de lo que ni siquiera su imaginación hubiera podido inventar. Aquél era el encaprichamiento más peligroso, más imposible y más desesperado que había experimentado jamás, y la noche anterior lo había empeorado todavía más.

De repente, Kevin se detuvo a medio camino. Molly se o cuenta enseguida de lo que le había llamado la atención. A un extremo del espacio comunitario había un niño de nueve años con un balón de fútbol. Se llamaba Cody. Molly lo había conocido el día anterior, cuando sus padres se registraron en Pastos verdes.

Kevin tal vez no sabía que por fin tenían huéspedes más jóvenes. Entre ir en planeador por la tarde y luego encerrarse en el dormitorio de la casita, probablemente no había visto a los niños, y ella no se había acordado de comentárselo.

Kevin caminó hacia el niño seguido del Roo. Fue acelerando el paso a medida que se acercaba, hasta que se detuvo justo delante del niño. Molly estaba demasiado lejos para oír qué le decía, pero debía de haberse presentado porque el niño se quedó un poco pasmado, como hacen los niños cuando se encuentran en presencia de algún deportista famoso.

Kevin le despeinó los cabellos para calmarle, y luego, lentamente, le quitó el balón de las manos. Se lo pasó de una mano a otra unas cuantas veces, volvió a hablar con el niño e hizo un gesto hacia el centro del espacio comunitario. E niño se lo quedó mirando durante unos segundos, como si no diera crédito a sus oídos. Luego sus pies volaron, y corrió a recoger su primer pase del gran Kevin Tucker.

Molly sonrió. Había tardado unas cuantas décadas, pero Kevin había encontrado por fin a un niño con el que jugar en el campamento de Wind Lake.

Roo se unió al juego, ladrando junto a sus pantorrillas generalmente metiéndose en medio, pero no pareció importarles a ninguno de los dos. Cody era un poco lento y encantadoramente torpe, pero Kevin no dejaba de animarle.

– Tienes un buen brazo para tener doce años.

– Sólo tengo nueve.

– ¡Pues lo haces muy bien para tener nueve años!

Cody resplandecía y se esforzaba aún más. Los pies le llegaban al trasero cuando corría tras el balón y, tan pronto como conseguía atraparlo, intentaba imitar sin éxito el pase de Kevin para devolvérselo.

Tras casi media hora de juego, el niño empezó a cansarse. Kevin, sin embargo, estaba demasiado entusiasmado reescribiendo la historia como para darse cuenta.

– Lo haces muy bien, Cody. Sólo tienes que relajar el brazo y apoyarte en el cuerpo.

Cody hacía todo lo posible por cumplir, pero al poco rato empezó a mirar con anhelo hacia su casita. Kevin, sin embargo, se concentraba únicamente en asegurarse de que el chico no sufriera el mismo tipo de soledad que había tenido que sufrir él.

– ¡Eh, Molly! -gritó-. ¿Has visto qué buen brazo tiene mi amigo?

– Sí, ya lo veo.

Cody empezaba a arrastrar sus zapatillas deportivas, e incluso Roo parecía cansado. Pero Kevin seguía sin darse cuenta en absoluto de la situación.

Molly ya se disponía a intervenir cuando los tres hermanos O'Brian, de seis, nueve y once años, si no recordaba salieron corriendo del bosque de detrás de Escalera de Jacob.

– ¡Eh, Cody! Ponte el bañador. ¡Nuestras mamás han dicho que podíamos ir a la playa!

A Cody se le iluminó la cara.

Kevin parecía hechizado. No cabía duda: Molly debería haberle dicho que el día antes se habían registrado varias familias con hijos. Molly sintió la repentina esperanza irracional que de algún modo aquello le hiciera cambiar de idea sobre la venta del campamento.

Cody abrazó el balón y, algo inquieto, dijo:

– Me ha gustado jugar con usted, señor Tucker, pero… ahora tengo que irme a jugar con mis amigos. Si no le importa dijo mientras se alejaba poco a poco hacia atrás-. Si no encuentra usted a alguien con quien jugar, supongo… supongo que puedo volver más tarde.