Kevin carraspeó.
– Sí, claro. Ve a jugar con tus amigos.
Cody salió disparado como una bala con los tres niños O´Brian detrás.
Kevin se acercó lentamente a Molly. Parecía tan desconcertado que Molly se tuvo que morder el labio para mantener su sonrisa dentro de unos límites razonables.
– Roo jugará contigo.
Roo gimoteó y se arrastró bajo la glorieta. Molly se levantó y bajó las escaleras.
– Bueno, pues ya jugaré yo contigo. Pero no lances demasiado fuerte.
Kevin sacudió el cabeza, perplejo.
– ¿De dónde han salido todos esos niños?
– Por fin se ha acabado el colegio. Ya te dije que aparecerían.
– Pero… ¿cuántos hay?
– Los tres niños O'Brian, y Cody tiene una hermana muy pequeña. También hay dos familias con una hija adolescente cada una.
Kevin se sentó en un peldaño.
Molly contuvo sus ganas de reír y se sentó a su lado.
– Probablemente les verás a todos esta tarde. Un té en la glorieta es una buena manera de empezar la semana. Kevin no dijo nada, simplemente se quedó mirando hacia el espacio comunitario.
Molly consideró un tributo a su madurez que sólo se le escapara una pequeña burbuja de risa.
– Siento que tu compañero de juegos se haya marchado.
Kevin clavó el talón de su zapatilla deportiva en la hierba.
– Me he puesto en ridículo, ¿no?
A Molly se le derritió el corazón y apoyó la mejilla en el hombro de Kevin.
– Sí, aunque al mundo le vendrían bien más tipos ridículos como tú. Eres una gran persona.
Kevin sonrió. Molly le devolvió la sonrisa. Y fue entonces cuando se dio cuenta.
Aquello no tenía nada de encaprichamiento. Se había enamorado de él.
Se quedó tan aterrorizada que hizo un gesto de dolor.
– ¿Qué ha pasado?
– ¡Nada! -respondió Molly cambiando de tema para disimular su consternación-. Hay otra familia. Más niños. Se registran hoy, con niños. Los Smith. No han dicho cuántos… cuántos niños. Amy ha hablado con ellos.
¡Enamorada de Kevin Tucker! ¡Eso no, por favor! ¿No había aprendido nada? Sabía desde su infancia lo imposible que le resultaba hacer que alguien la amara, y aun así había vuelto a caer en su vieja pauta autodestructiva. ¿Qué pasaba con todos sus sueños y esperanzas? ¿Qué pasaba con su Gran Historia de Amor?
Sintió ganas de esconder la cara entre sus manos y llorar. Ella quería amor, pero él sólo quería sexo. Kevin se movió a su lado. Molly se alegró de la distracción y siguió la dirección de su mirada hasta el otro extremo del espacio comunitario. Los hermanos O'Brian se perseguían entre ellos mientras esperaban a que Cody se pusiera el bañador. Dos niñas que aparentaban unos catorce años volvían andando de la playa con un reproductor de CD. Kevin se quedó mirando el reproductor de CD, los viejos árboles, las casitas de colores pastel.
– No me puedo creer que sea el mismo lugar.
– No lo es-puntualizó Molly-. Las cosas cambian,-dijo carraspeando para disimular su confusión-. La mujer que has contratado, ¿empieza mañana?
– Me ha dicho que antes tenía que echar a Amy.
– ¿Qué? ¡No puedes hacerlo! ¡Está terminando todas sus tareas y hace todo lo que le pides! Además, esa tontita desdeñosa es fantástica con los huéspedes. -Molly se levantó de las escaleras-. Lo digo en serio, Kevin. Deberías obligarla br¡rsc los chupetones, pero no puedes despedirla.
Kevin no respondió.
Molly se alarmó.
– Kevin…
– Tranquilízate, ¿quieres? Por supuesto que no la voy a despedir. Por eso esa vieja bruja se ha marchado enrabietada
– Gracias a Dios. ¿Qué problema tenía con Amy?
– Parece ser que Amy y su hija fueron juntas al instituto y nunca congeniaron. Si la hija es como la madre, estoy de parte de Amy.
– Has hecho lo que tenías que hacer.
– Supongo que sí. Pero éste es un pueblo pequeño, y ya he llegado al final de una lista muy corta. Los universitarios se han ido a trabajar a Mackinac Island durante el verano, y el tipo de persona que me interesaría contratar no está interesada en un trabajo que sólo durará hasta septiembre.
– Ahí tienes la respuesta, pues. Quédate el campamento y ofrece un empleo permanente.
– Eso no va a ocurrir, aunque tengo otra idea. -Kevin se puso en pie y, con una expresión sexy en el rostro, añadió-¿Te he dicho que estás muy guapa desnuda?
Molly se estremeció.
– ¿Qué idea?
Kevin bajó la voz.
– ¿Llevas algún animal en las bragas, hoy?
– No me acuerdo.
– Entonces supongo que tendré que mirar.
– ¡Ni hablar!
– ¿Ah, no? ¿Y quién me lo va a impedir?
– La tienes delante de ti, vaquero. -Molly saltó del escalón superior y corrió hacia el espacio comunitario, encantada de poder tener una excusa para escapar de su confusión Pero en lugar de dirigirse hacia la casa de huéspedes, donde la presencia de los clientes la mantendría a salvo, se lanzó como una flecha hacia las casitas y se metió en el bosque, donde estaría… en peligro.
A Roo le encantó este nuevo juego y corrió tras ella ladrando de alegría. A Molly se le ocurrió que tal vez Kevin no la estaba siguiendo, pero no tuvo tiempo de darle mucha vueltas: él la atrapó al borde del camino y tiró de ella hacia el bosque.
– ¡Basta! ¡Vete! -dijo dándole una palmada en el brazo-. Me has prometido que llevarías esas mesitas plegables a la glorieta.
– No llevaré nada hasta que vea tus bragas.
– Es Daphne, ¿vale?
– ¿Te crees que voy a creerme que llevas las mismas bragas que ayer?
– Tengo más de una.
– Creo que me estás mintiendo. Quiero comprobarlo por mí mismo -dijo adentrándose más entre los pinos.
Mientras Roo daba vueltas a su alrededor sin dejar de ladrar, Kevin intentó desabrocharle el pantalón corto a Molly.
– ¡Calla, Godzilla! Aquí se está tratando un asunto serio.
Roo calló, obediente.
Molly sujetó a Kevin por las muñecas y empujó.
– Déjame.
– No es eso lo que decías anoche.
– Pueden vernos.
– Les diré que te ha picado una abeja y te estoy sacando el aguijón.
– No me toques el aguijón!-dijo Molly intentando sujetarse el pantalón. Pero ya le había bajado hasta las rodillas-. ¡Estate quieto!
Kevin le miró las bragas.
– Es el tejón. Me has mentido.
– No me he fijado bien mientras me vestía.
– No te muevas. Creo que acabo de ver ese aguijón.
Molly se oyó suspirar.
– Ah, sí…-Kevin avanzó hacia ella-. Aquí lo tenemos.
Media hora más tarde, mientras emergían del bosque, Chevrolet Suburban de aspecto familiar apareció por detrás del espacio comunitario. Kevin se dijo que debía de ser una pura coincidencia mientras lo observaba derrapar ligeramente al frenar ante la casa de huéspedes, pero entonces Roo se puso a ladrar y salió corriendo hacia el coche.
Molly soltó un chillido y echó a correr. Las puertas del coche se abrieron y un caniche idéntico a Roo saltó del interior. Luego salieron los niños. Parecían una docena, aunque sólo eran cuatro: todos los Calebow que corrían a saludar a esposa separada-aunque-no-tanto.
El pavor anidó en lo más profundo del estómago de Kevin. Una cosa era segura. Donde había niños Calebow, tenía que haber padres Calebow.
Kevin redujo el paso al ver a la rutilante rubia propietaria de los Chicago Stars bajando elegantemente del asiento del conductor, y a su legendario marido emergiendo del asiento de copiloto. No le sorprendió que fuera Phoebe quien había conducido. En esa familia, el liderazgo parecía pasar de uno al otro según las circunstancias. Mientras se acercaba al coche, tuvo la incómoda premonición de que a ninguno de los dos iban a gustarles las circunstancias en Wind Lake.