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– ¡Tienes que sacar tus cosas de mi casita! No quiero que sepan que hemos estado durmiendo juntos.

A juzgar por el aspecto que tenían hacía unos instantes, al salir del bosque, Kevin imaginó que ya era demasiado tarde, pero le dio la razón.

– Y no vuelvas a quedarte a solas con Dan. Te interrogará sin compasión. Yo me aseguraré de tener siempre cerca a alguna de las niñas cuando esté con Phoebe.

Sin dejarle responder, se dirigió hacia la casita. Kevin dio un puntapié a un montón de gravilla suelta y se dirigió a la casa de huéspedes. ¿Por qué tenía que ser tan reservada? No es que él quisiera que dijera nada, las cosas ya eran lo bastante inestables, pero Molly no tenía que temer que la traspasaran a Detroit como él; entonces, ¿por qué no les mandaba al cuerno?

Cuanto más pensaba en ello, más le fastidiaba la actitud de Molly. Era normal que él quisiera mantener su relación en privado, pero, en cierto modo, no era normal que lo quisiera ella.

Capítulo veinte

En los viejos tiempos, si a una chica le gustaba un chico, se aseguraba siempre de que ganara él cuando jugaban a las cartas y juegos de mesa.

«Jugar duro»

Artículo para Chik

Se quitaron los bañadores y se vistieron a tiempo para el té de Molly en la glorieta, que ella había decidido adelantar a las tres porque creyó que sería mejor para los niños. Mientras hablaba con Phoebe, Molly se lamentó de que los platos de cartón y el pastel comprado en una tienda la descalificaban para el póster desplegable de la revista Victoria, pero Kevin sabía que le importaba más pasar un buen rato que sacar la porcelana buena.

Kevin saludó con la cabeza a Lilly, que se había acercado a la glorieta junto a Charlotte Long y una amiga de Charlotte, Vi. Kevin había observado que los residentes de las casitas la protegían de la curiosidad de los clientes más pasajeros de la casa de huéspedes. Kevin pensó en ir a hablar con ella, pero no se le ocurrió qué decir.

Molly seguía rodeada de caniches juguetones y niños ruidosos. Llevaba un pasador rojo en forma de corazón en el pelo, unos vaqueros rosas, un top violeta y cordones de un azul brillante en las zapatillas deportivas. Parecía un arco iris andante, y al verla no pudo evitar sonreír.

– ¡George! -gritó Molly dando saltitos y saludando a Liam Jenner, que bajó de su camioneta hacia las cuatro de la tarde y se acercó a ellos-. ¡George Smith! Gracias por venir.

Liam se rió y se acercó para darle un fuerte abrazo. Tal vez era mayor, pero seguía siendo un tipo atractivo, y a Kevin no le entusiasmaba que la conejita y él hicieran tan buenas migas

– Tengo que presentarte a mi hermana. Había llevado una galería en Nueva York, pero no le diré quién eres.

«¡Ja!» Los ojos de Molly centellearon traviesamente, pero Liam no se apercibió. «Primo.»

Mientras el pintor se dirigía hacia Phoebe, pasó junto a Lilly. Tal vez Liam ya estaba harto de ser rechazado cada mañana en la mesa de la cocina. Kevin no tenía manera de saberlo. Si a Lilly no le gustaba estar cerca de él, ¿por qué seguía apareciendo cada mañana a desayunar?

Kevin apartó la mirada de Lilly y la posó en Molly, e intentó averiguar en qué momento exacto le había estallado en la cara su práctica de rodearse de mujeres de bajo mantenimiento. Se puso la gorra de béisbol en la cabeza y se prometió que aquella noche se dedicaría a mirar retransmisiones de partidos.

Los hombres quisieron hablar de fútbol, y Kevin y Dan cumplieron. Hacia las cinco, la mayoría de los adultos empezaron a marcharse, pero los niños todavía estaban pasándolo en grande, y Kevin decidió que al día siguiente colgaría una canasta de baloncesto. Tal vez compraría balsas de goma para la playa. Y bicicletas. Los niños tenían que poder ir en bicicleta mientras estaban en el campamento.

Cody y los hermanos O'Brian llegaron corriendo con las caras sudorosas y la ropa sucia. El aspecto exacto que debería tener un niño en verano.

– ¡Eh, Kevin! ¿Podemos jugar al béisbol?

Kevin sintió que se esbozaba una amplia sonrisa en su cara. Un partido de béisbol en el espacio comunitario, justo donde se había levantado el tabernáculo…

– Claro que podemos. ¡Atención! Todos los que quieran jugar al béisbol que levanten la mano.

Un montón de manos se levantaron a su alrededor. Tess y Julie se acercaron corriendo, y Andrew se puso a chillar y a saltar. Incluso los adultos parecieron interesados.

– Un partido de béisbol es una idea fabulosa -gorjeó Charlotte Long desde su tumbona-. Organízalo todo, Kevin.

Kevin sonrió por la intromisión.

– ¿Quieres ser uno de los capitanes, Cody?

– Por supuesto.

Miró a su alrededor en busca de otro capitán y cuando estaba a punto de elegir a Tess, algo en la forma en que Hannah, estaba sentada a los pies de su padre abrazando a los caniches le llamó la atención. Kevin la había visto levantar la mano unos centímetros, pero de inmediato volvió a dejarla sobre su regazo.

– Hannah, ¿qué me dices? ¿Quieres ser tú la otra capitana?

Kevin se quedó de piedra al ver que Dan bajaba la cabeza y soltaba un gruñido.

– ¡No, Kevin! -gritaron al unísono Tess y Julie-. ¡Hanna, no!

Molly fue la que más le sorprendió, aquella conejita aquella conejita a la que se suponía tan sensible con los niños.

– Esto… Tal vez sería mejor si eligieras a otra persona le aconsejó.

«Pero ¿qué le pasaba a aquella gente?»

Por suerte, su crueldad no perturbó a Hannah, que se puso en pie de un salto, se alisó los pantalones y le sonrió con la misma sonrisa de su tía.

– Gracias, Kevin. Casi nunca me dejan ser capitana.

– Eso es porque tú…

Phoebe le tapó la boca a Tess, pero también ella parecía afligida.

Kevin se disgustó con todos ellos. No había nadie más competitivo que él, pero jamás caería tan bajo como para hacer que una niña se sintiera mal sólo por no ser atlética. Intentó darle confianza con una sonrisa.

– No les hagas ningún caso, preciosa. Serás una gran capitana. Incluso puedes ser la primera en elegir.

– Gracias.

Hannah dio un paso adelante e inspeccionó a la gente. Kevin supuso que le elegiría a él o a su padre, y se sorprendió al ver que señalaba a su madre, una mujer que jugaba tan mal que los veteranos del equipo de los Stars se habían habituado a programar visitas al dentista sólo para tener una excusa para marcharse del picnic del equipo antes del tradicional partido de béisbol.

– Elijo a mamá.

Kevin se puso en cuclillas a su lado y bajó la voz.

– Por si no te ha quedado claro, Hannah, puedes elegir a quien quieras, incluidos los hombres. O sea, a tu padre. A mí. ¿Estás segura de que quieres elegir a tu madre la primera?

– Está segura -suspiró Dan detrás de él-. Ya estamos otra vez.

Hannah levantó su mirada hacia Kevin y susurró.

– A mamá le duele mucho que nadie la quiera nunca en su equipo.

Tess habló con la franqueza que sólo se permite hasta los once años.

– Eso es porque es malísima.

Phoebe inspiró con fuerza y le dio una palmadita en el hombro a la capitana de su equipo, olvidando oportunamente su reticencia anterior.

– No le hagas caso, Hannah. Una actitud ganadora es mucho más importante que la habilidad natural -le dijo a su hija.

Al contrario que Hannah, Cody no se anduvo con tonterías y prefirió la habilidad natural a la actitud ganadora.

– Elijo a Kevin.

Dan se levantó de su tumbona y se acercó a su hija.

– Hannah, cariño, estoy aquí. No te olvides de mí. Herirás mis sentimientos si no me eliges.

– No es verdad -replicó Hannah con una bonita sonrisa; se volvió y fijó su mirada en Lilly, que estaba hablando de jardinería con algunas de las mujeres mayores y, si Kevin no recordaba mal, ni siquiera había levantado la mano.