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– Mmm… Kev… -Molly se humedeció los labios y alzó la mirada hacia aquellos ojos verdes centelleantes.

Kevin extendió la mano sobre su trasero.

– Te recomiendo muy seriamente que no me llames así. Y te recomiendo muy seriamente que no intentes evitar también esto, porque tengo muchas, muchas ganas de hacerte algo físico -dijo arrimándose a ella-. Y todas las demás posibilidades que se me ocurren me llevarían a la cárcel.

– Vale, vale. Es justo.

En cuanto estuviera desnuda, le contaría todo lo que le había dicho a Eddie a propósito de él.

Pero entonces la boca de Kevin se aplastó contra la suya, y Molly simplemente dejó de pensar.

Kevin no tuvo la paciencia de quitarse la ropa, aunque la desnudó a ella, luego cerró de un portazo la puerta del dormitorio y echó el pestillo por si a alguno de los pequeños Calebow se le ocurría pasar a visitar a su tía M.

– A la cama. Y sin rechistar.

«Sí, sí, tan rápido como pueda.»

– Abre las piernas.

«Sí, señor.»

– Más.

Molly le concedió algunos centímetros.

– Que no tenga que volver a repetirlo.

Molly levantó las rodillas. Ya jamás volvería a ser igual.

Jamás se volvería a sentir tan absolutamente segura con un hombre peligroso.

Oyó el sonido de su bragueta. Un gruñido áspero.

– ¿Cómo lo quieres?

– Cállate ya -dijo abriendo los brazos hacia él-. Cállate y ven aquí.

Segundos más tarde sintió su peso posarse sobre ella. Kevin seguía furioso, lo sabía muy bien, pero eso no impedía que la tocara en todos los lugares donde a ella le gustaba ser tocada.

Su voz era grave y ronca, y su respiración tan profunda que apartó con ella un mechón de cabellos cerca de la oreja de Molly.

– Me estás volviendo loco. ¿Lo sabes, verdad? Molly apretó la mejilla contra su dura mandíbula.

– Lo sé. Y lo siento.

La voz de Kevin se volvió más suave y severa.

– Esto no puede… No podemos seguir…

Molly se mordió el labio y le abrazó con fuerza.

– Eso también lo sé.

Kevin tal vez no comprendía que aquélla iba a ser la última vez, pero Molly sí. Él la penetró en profundidad y hacia el fondo, como sabía que le gustaba a ella. El cuerpo de Molly se arqueó. Molly encontró su ritmo y se entregó totalmente a él. Sólo una vez más. Sólo esta última vez.

Normalmente, cuando habían terminado, Kevin la abrazaba, se mimaban y hablaban. ¿Quién había estado mejor, ella o él? ¿Quién había hecho más ruido? ¿Por qué la revista Glamour era superior a Sports Illustrated? Pero aquella mañana no juguetearon. Kevin se volvió y Molly se metió en el baño para asearse y vestirse.

El aire seguía siendo húmedo por la tormenta, así que Molly se puso una sudadera por encima del top y el pantalón corto. Kevin esperaba en el porche principal, con Roo a sus pies. El humo que desprendía su taza de café subía en espiral mientras él contemplaba el bosque. Molly se acurrucó dentro de la calidez de su sudadera.

– ¿Estás listo para oír el resto de la historia?

– Supongo que más me vale estarlo.

Molly hizo que la mirara.

– Le dije a Eddie que aunque te vendieras el campamento, todavía estabas emocionalmente ligado a él, y que no podías soportar la idea de que le estuviera ocurriendo algo al lago. Por ese motivo, te hallabas bajo un estado de negación permanente de la contaminación. Le dije que no le engañabas deliberadamente, que no podías evitarlo.

– ¿Y Eddie se lo tragó?

– Es más tonto que un haba, y yo estuve bastante convincente. -Molly narró con todo detalle el resto de la historia-. Entonces le dije que tenías un problema mental, y por eso sí que te pido perdón, y le prometí que me aseguraría de que recibieras ayuda psiquiátrica.

– ¿Un problema mental?

– Fue lo único que se me ocurrió.

– ¿Y no se te ocurrió no entrometerte en mis negocios?

Kevin dejó de un golpe su taza de café y salpicó toda la mesa.

– No podía hacerlo.

– ¿Por qué no? ¿Quién te ha dado permiso para organizarme la vida?

– Nadie. Pero…

El mal genio de Kevin tenía una mecha larga, pero por fin estalló.

– ¿Qué pasa contigo y este lugar?

– ¡No soy yo, Kevin, eres tú! Has perdido a tus dos padres, y estás decidido a mantener a Lilly a una distancia prudencial. No tienes ningún hermano, ningún tipo de parentela en absoluto. ¡Es importante que no pierdas el contacto con tu pasado, y este campamento es lo único que te queda!

– ¡A mí no me importa mi pasado! ¡Y créeme, tengo mucho más que este campamento!

– Lo que intento decirte es…

– Tengo millones de dólares y no he sido tan estúpido como para desprenderme de ellos, ¡empecemos por ahí! Tengo coches, una casa lujosa, una cartera de acciones que me mantendrán sonriente durante mucho tiempo. ¿Y sabes qué más tengo? Tengo una carrera y no permitiría que un ejército de entrometidos interesados me la arrebatara.

Molly entrelazó sus manos.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Explícame una cosa. Explícame cómo se justifica que pases tanto tiempo metiéndote en mis asuntos en vez de preocuparte de los tuyos.

– Sí que me preocupo de mis asuntos.

– ¿Cuándo? Llevas dos semanas urdiendo y maquinando acerca del campamento en vez de dedicar tus energías a lo que deberías. Tu carrera se está yendo al garete. ¿Cuándo vas a empezar a presentar batalla por tu conejita en vez de tumbarte y hacerte la muerta?

– ¡Yo no he hecho eso! No sabes de qué estás hablando.

– ¿Sabes qué pienso? Creo que tu obsesión por mi vida y este campamento es sólo una forma de no pensar en lo que deberías estar haciendo con tu propia vida.

¿Cómo se las había apañado para darle la vuelta a la conversación?

– Tú no entiendes nada. Daphne se cae de bruces es el primer libro de un nuevo contrato. No van a aceptarme nada nuevo hasta que lo revise.

– No tienes agallas.

– ¡Eso no es verdad! Hice todo lo posible para convencer a mi editora de que estaba equivocada, pero Birdcage no cedió.

– Hannah me habló de Daphne se cae de bruces. Me dijo que es tu mejor libro. Lástima que vaya a ser la única niña que lo leerá. -Kevin señaló con un gesto la libreta que Molly había dejado sobre el sofá-. Y luego está el nuevo en el que estás trabajando, Daphne va a un campamento de verano.

– ¿Y tú cómo sabes…?

– No eres la única que actúa a hurtadillas. He leído el borrador. Aparte de alguna injusticia flagrante con el tejón, diría que tienes otro éxito. Pero nadie puede publicarlo a menos que obedezcas las órdenes. ¿Y lo estás haciendo? No. ¿Estás siquiera forzando el asunto? Tampoco. En vez de eso, vives sin rumbo en una especie de país de nunca jamás donde ninguno de tus problemas es auténtico, sólo los míos.

– ¡No lo entiendes!

– En eso te doy la razón. Nunca he comprendido a los cobardes.

– ¡Eso no es justo! Yo no puedo ganar. Si hago esas revisiones, me habré vendido y me odiaré. Si no las hago, los libros de Daphne desaparecerán. El editor jamás reeditará los antiguos, y seguro que no publicará ninguno nuevo. Haga lo que haga, perderé, y perder nunca es una buena opción.

– Perder no es tan malo como dejar de luchar.

– Sí que lo es. Las mujeres de mi familia nunca pierden. Kevin se la quedó mirando un buen rato.

– A menos que se me escape algo, sólo hay otra mujer en tu familia.

– ¡Y mira lo que hizo! -La agitación la obligaba a moverse-. Phoebe siguió al frente de los Stars cuando nadie en el mundo apostaba por ella. Derrotó a todos sus enemigos…

– Se casó con uno de ellos.

– … y les ganó con sus propias reglas. Todos aquello hombres pensaban que era una rubia boba y la despreciaron. Nunca debería haber acabado al frente de los Stars, pero lo hizo.