Выбрать главу

Molly oyó de fondo la retransmisión de un partido e imaginó que Kevin se había traído unos vídeos para poder hacer sus deberes. Se preguntó si alguna vez abriría un libro o si iría a ver una película de arte y ensayo o si haría algo que no tuviera que ver con el fútbol.

Tenía que volver a concentrarse en su trabajo. Acarició a Roo con un pie y, a través de la ventana, contempló los furiosos copos de nieve rodando sobre las aguas grises y lúgubres del lago Michigan. Tal vez Daphne podría volver a su casita bien entrada la noche y encontrarlo todo muy oscuro. Y cuando entrase dentro, Benny podía asaltarla y…

Tenía que dejar de escribir historias tan autobiográficas.

Entendido… Abrió de golpe su cuaderno de dibujo. Daphne podía decidir ponerse una máscara de Halloween y asustar a… No, eso ya lo había hecho en Daphne planta un huerto de calabazas.

Era sin duda el momento de llamar a una amiga. Molly cogió el teléfono que tenía al lado y marcó el número de Janine Stevens, una de sus mejores colegas escritoras. Aunque Janine escribía para el mercado de los jóvenes adultos, ambas compartían la misma filosofía sobre los libros y con frecuencia quedaban para compartir ideas.

– ¡Gracias a Dios que me llamas! -gritó Janine-. Llevo toda la mañana intentando ponerme en contacto contigo.

– ¿Qué pasa?

– ¡Es terrible! Esta mañana ha salido una mujer gorda de NHAH en las noticias locales jurando y perjurando que los libros infantiles y juveniles son una herramienta de reclutamiento para el estilo de vida homosexual.

– ¿Es que no tienen nada mejor que hacer en la vida?

– ¡Molly, tenía en sus manos un ejemplar de Te echo mucho de menos y decía que era un ejemplo del tipo de basura que atrae a los niños hacia la perversión!

– Oh, Janine… ¡eso es horrible!

Te echo mucho de menos era la historia de una niña de trece años que intentaba comprender por qué razón los demás acosaban a su hermano mayor, un chico con tendencias artísticas al que sus compañeros calificaban de gay. Era un libro muy bien escrito, sensible y sincero.

Janine se sonó la nariz.

– Mi editora ha llamado esta mañana. ¡Me ha dicho que han decidido esperar a que se calmen las aguas y que van a posponer un año la publicación de mi próximo libro!

– ¡Si ya hace casi un año que lo acabaste! -exclamó Molly.

– No les importa. No me lo puedo creer. Ahora que finalmente despegaban mis ventas, voy a perder mi gran oportunidad de hacerme un nombre.

Molly consoló a su amiga lo mejor que pudo. Después de colgar el teléfono, pensó que NHAH era para la sociedad una amenaza mucho mayor de lo que pudiera serlo jamás ningún libro.

Oyó pasos en la planta baja y se dio cuenta de que ya no se oía el fútbol. Lo único bueno de su conversación con Janine era que la había distraído de pensar en Kevin.

Una voz masculina profunda la llamó.

– ¡Oye, Daphne! ¿Sabes si hay algún aeródromo cerca de aquí?

– ¿Un aeródromo? Sí, hay uno en Sturgeon Bay. Está hacia… -De repente se le encendió la bombilla-. ¡Un aeródromo!

Molly saltó de la silla y corrió hacia la baranda.

– ¡No pensarás saltar en caída libre otra vez! -exclamó. Kevin inclinó la cabeza hacia arriba para mirarla. Incluso con las manos en los bolsillos parecía tan alto y deslumbrante como un dios del Sol.

«¡Eructa, por favor!»

– ¿Por qué iba a saltar en caída libre? -dijo tímidamente-. Dan me pidió que no lo hiciera.

– Como si eso fuera a detenerte.

Benny hacía girar los pedales de su bicicleta de montaña cada vez más rápido. No le importaba la lluvia que caía sobre el camino que llevaba al Bosque del Ruiseñor y no vio el enorme charco que tenía delante.

Aunque sabía que le convenía mantenerse tan alejada de él como le fuera posible, Molly bajó corriendo las escaleras y le suplicó:

– No lo hagas. Ha habido ráfagas de nieve toda la noche. Y hace demasiado viento.

– Me estás tentando…

– ¡Intento explicarte que es peligroso!

– ¿Y no es eso lo que hace que merezca la pena?

– Ningún avión va a querer despegar en un día como éste -dijo Molly, aunque pensó que los famosos como Kevin pueden conseguir que la gente haga prácticamente cualquier cosa.

– No creo que tuviese demasiados problemas para encontrar un piloto. En caso de que pensara saltar en caída libre.

– Llamaré a Dan -amenazó ella-. Seguro que le interesará saber la poca seriedad con que te tomas su suspensión.

– Ahora me estás asustando. Seguro que eras una de esas mocosas que se chivaban al profesor cuando los niños se portaban mal.

– No fui al colegio con niños hasta los quince años, así que perdí esa oportunidad.

– Es verdad. Eres una niña rica, ¿no?

– Rica y consentida -mintió Molly-. ¿Y qué me dices de ti?

Tal vez si le distraía con un poco de conversación se olvidaría de saltar en caída libre.

– Clase media, y consentido seguro que no.

Kevin todavía parecía inquieto, así que Molly se esforzó en pensar en algo de que hablar; entonces advirtió sobre la mesilla del café dos libros que antes no estaban allí. Los miró con más detenimiento y vio que uno era el nuevo de Scott Turow, y el otro, un volumen bastante erudito sobre el Cosmos que ella había empezado a leer, pero que había acabado cambiando por algo más ligero.

– ¿Tú lees? -preguntó de pronto Molly.

Kevin hizo una mueca mientras se repanchigaba en el sofá desmontable.

– Sólo cuando no encuentro a nadie que lea para mí.

– Muy gracioso.

Molly se acomodó en el extremo opuesto del sofá, descontenta de haber descubierto que, en contra de lo que creía, le gustaban los libros. Roo se acercó a Molly, dispuesto a protegerla en caso de que a Kevin se le pasase por la cabeza volver a hacerle una llave.

«Ni se te ocurra.»

– Muy bien, confieso que no eres tan… intelectualmente incapacitado como aparentas.

– Deja que anote eso en mi diario -repuso él.

Molly había tendido su trampa con bastante eficacia.

– En ese caso, ¿por qué no dejas de hacer estupideces?

– ¿Como por ejemplo?

– Como saltar en caída libre. Esquiar desde un helicóptero. Y luego esa carrera de motocross que hiciste tras el stage de pretemporada.

– Pareces saber mucho acerca de mí.

– Sólo porque formas parte del negocio familiar, no te creas que es nada personal. Además, todo Chicago sabe lo que has estado haciendo.

– La prensa siempre hace una montaña de nada.

– No es exactamente nada -dijo Molly sacándose las zapatillas de cabeza de conejo, y se sentó encima de sus pies-. No lo entiendo. Siempre has sido el modelo a seguir para los deportistas profesionales. No conduces borracho ni pegas a las mujeres. Llegas puntual a los entrenamientos y te quedas lo que haga falta. Ni escándalos de juego, ni te gusta figurar, ni dices demasiadas tonterías. Y de repente te desmadras.

– Yo no me he desmadrado.

– ¿Y cómo le llamas a eso, si no?

Kevin ladeó la cabeza.

– Te han enviado aquí para espiarme, ¿verdad?

Molly se rió, aun a riesgo de que eso comprometiera su papel de arpía rica.

– Soy la última persona en la que confiarían para un trabajo de equipo. Soy un poco loca -confesó y, trazando una X sobre su corazón, añadió-: Vamos, Kevin, lo juro, no diré nada. Dime qué te pasa.

– Me gusta divertirme un poco, y no pienso pedir disculpas por eso.

Molly quería más, así que prosiguió con su misión de exploración.

– ¿Y tus amiguitas no se preocupan por ti?

– Si lo que te interesa es mi vida amorosa, sólo tienes que preguntar. Así podré experimentar el placer de decirte que te metas en tus asuntos.