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– A que la amo y quiero formar parte de su vida para siempre.

– Ya veo.

Phoebe tenía una perfecta cara de póquer. Tal vez no sabía qué sentía Molly por él. Habría sido muy típico de Molly ocultarle sus sentimientos a su hermana para protegerlo.

– Ella me quiere.

Phoebe no pareció impresionada.

Kevin volvió a intentarlo.

– Estoy bastante seguro de que esto la hará feliz.

– Oh, de eso estoy segura. Al menos al principio. La temperatura de la habitación bajó diez grados.

– ¿A qué te refieres con eso?

Phoebe se levantó del escritorio, con un aspecto mucho más feroz del que debería tener alguien que lleva sandalias de dinosaurios.

– Ya sabes que nosotros deseamos un matrimonio de verdad para Molly.

– Y también yo. Por eso estoy aquí.

– Un marido que la ponga a ella en primer lugar.

– Y eso es lo que va a tener.

– Vaya, ¡hay que ver lo rápidamente que cambia de piel el lobo!

Kevin no fingió no comprender lo que quería decir.

– Tengo que reconocer que he tardado un poco en darme cuenta de que mi vida tiene que ser algo más que jugar al fútbol, pero enamorarme de Molly ha reajustado mi punto de vista.

La expresión de frío escepticismo de Phoebe mientras rodeaba su escritorio no era nada alentadora.

– ¿Y qué me dices del futuro? Todo el mundo sabe lo comprometido que estás con el equipo. Una vez le dijiste a Dan que te gustaría entrenar cuando te retires como jugador, y a él le pareció entender que te gustaría acabar en el despacho principal. ¿Todavía piensas así?

Kevin no iba a mentir.

– Que ponga el fútbol en el lugar que le corresponde no significa que quiera tirarlo por la borda.

– No, me imagino que no -dijo Phoebe cruzando los brazos-. Seamos sinceros. ¿Es realmente Molly lo que quieres? ¿O más bien son los Stars?

A Kevin se le paró el corazón.

– Espero que no quieras decir lo que creo que estás diciendo.

– Casarte con un miembro de la familia y seguir adelante con el matrimonio parece una forma eficaz de asegurarte que acabarás accediendo al despacho principal.

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y le caló hasta los huesos.

– He dicho que quería tu bendición, no que la necesitara.

Kevin empezó a alejarse y, cuando todavía no había alcanzado la puerta, notó el latigazo de las palabras de Phoebe en la espalda:

– Si vuelves a acercarte a ella, ya puedes despedirte de los Stars.

Kevin se volvió, sin poder creer lo que acababa de oír.

La mirada de Phoebe era fría y decidida.

– Lo digo en serio, Kevin. Mi hermana ya ha sufrido bastante, y no permitiré que la utilices para alcanzar tus objetivos a largo plazo. Mantente alejado de ella. Puedes tener el equipo o puedes tener a Molly, pero no puedes tener ambas cosas.

Capítulo veintiseis

Daphne estaba de muy mal humor. Un mal humor que la acompañó mientras estuvo preparando sus galletas preferidas, de harina de avena y fresas, y siguió a su lado durante toda su conversación con Murphy el Ratón, que se había mudado al bosque pocas semanas antes. Ni siquiera el montón de nuevas monedas brillantes que tintineaban en su mochila rosa la hacían sentir mejor. Quería correr a casa de Melissa para animarse, pero Melissa estaba planeando un viaje a París con su nuevo amigo, Leo la Rana Mugidora.

Si Daphne estaba de tan mal humor era porque echaba de menos a Benny. A veces la hacía enfadar, pero aun así era su mejor amigo. Sólo que ella ya no era su mejor amiga. Daphne amaba a Benny, pero Benny no la amaba a ella.

Lloriqueó y se secó las lágrimas con la correa de su guitarra eléctrica. Benny empezaba aquel día en la escuela nueva, y se divertiría tanto que ni siquiera se acordaría de ella. Se distraería pensando en touchdowns y en todas las conejitas que se asomarían a la valla, vestidas con esos tops que les dejaban los hombros al descubierto e intentarían tentarle con frases de otros idiomas, labios carnosos y pechos voluminosos. Conejitas que no le comprendían como ella, que quedaban deslumbradas por su fama y su dinero y sus ojos verdes, y no sabían sin embargo que le gustaban los gatos, que a veces necesitaba entretenimiento, que no detestaba a los caniches tanto como creía, y que le encantaba dormir acurrucado a su lado con la mano…

Molly arrancó la hoja de papel de su cuaderno amarillo. Se suponía que tenía que ser Daphne está de mal humor, no Daphne interpreta un culebrón. Miró hacia el prado de Bobolink y se preguntó por qué algunas partes de su vida eran tan alegres y otras tan tristes.

La sudadera que había extendido sobre la hierba se había arrugado con el peso de sus piernas desnudas. Era de Kevin. Mientras la alisaba, intentó concentrarse en las partes alegres de su vida.

Gracias a su nuevo contrato, gozaba de tranquilidad económica por primera vez desde que se había desprendido de su dinero, y tenía un torrente de ideas para nuevos libros. No había en el campamento ni una habitación libre, y cuanta más responsabilidad les daba a Amy y a Troy, mejor hacían su trabajo.

Ambos sentían aquel lugar como propio, y le habían pedido a Molly que considerara la posibilidad de convertir el desván en un apartamento donde pudieran vivir todo el año. Querían mantener la casa de huéspedes abierta todo el invierno para los entusiastas del esquí de fondo y de las motonieves, así como para gente de ciudad a la que simplemente le apeteciera disfrutar del invierno en el campo. Molly había decidido permitírselo. Cuando Kevin había estado buscando a alguien que se encargara del campamento a jornada completa, había pasado por alto lo evidente.

Molly detestaba lo mucho que le echaba de menos. Probablemente, él ni siquiera pensaba en ella. Eso que se perdía. Ella le había ofrecido su posesión más valiosa y, en vez de asirla con fuerza, la había rechazado.

Cogió su cuaderno. Si no podía trabajar en Daphne está de malhumor, al menos podía hacer una lista de provisiones para que Troy fuera al pueblo a comprarlas. Amy estaba preparando su nueva especialidad para el té: pastelitos viciosos, que eran pastelitos de chocolate adornados con coco verde glaseado y gusanos de gominola. Molly iba a echar de menos la ayuda que Lilly le prestaba con los huéspedes, aun que no tanto como su compañía. Su humor mejoró un poco al pensar en lo felices que eran Lilly y Leo la Rana Mugidora.

Molly oyó un movimiento a sus espaldas y dejó a un la do su cuaderno. Alguno de los huéspedes había encontrado su escondrijo. En lo que llevaba de mañana había hecho reservas para el restaurante, había dibujado mapas para llegar a tiendas de antigüedades y campos de golf, había desatascado un inodoro, había sujetado con cinta adhesiva una ventana rota y había ayudado a los niños mayores a organizar una busca de aves carroñeras.

Cediendo ante lo inevitable, se volvió… y vio a Kevin cruzando la valla de la parte inferior del prado.

Molly se olvidó de respirar. La montura de sus Revo plateadas destellaba, y la brisa despeinaba sus cabellos. Llevaba unos pantalones caquis anchos y una camiseta azul celeste. Hasta que no lo tuvo más cerca no vio que llevaba un dibujo de Daphne impreso en la camiseta.

Kevin se detuvo frente a ella y se quedó allí de pie, mirándola. Molly estaba sentada en el prado con las piernas cruzadas; el sol brillaba sobre sus hombros desnudos y un par de mariposas amarillas revoloteaban alrededor de su cabeza como si llevara lacitos en el pelo. Molly encarnaba todos los sueños que Kevin había perdido esa madrugada, sueños acerca de todo lo que hasta aquel momento no había comprendido que necesitaba. Ella era su compañera de juegos, su confidente, la amante que hacía palpitar su corazón. Era la madre de sus hijos y su compañía para la vejez. Era la alegría de su corazón.