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(Por qué no fui informado? Hubiera tenido más cuidado. Pero ellos decían que eran gente libre y sana, antes del matrimonio al menos. ¿Cómo podía saberlo?

—Fue un olvido —admitió Daimonax—. Pero hemos estado apartados de esto durante tanto tiempo que aún tendemos a dar demasiadas cosas por sabidas.

¿Por qué estamos aquí? ¿Qué es lo que tenemos que aprender de esos bárbaros? Con un infinito que explorar, ¿por qué estamos malgastándonos en el segundo de los mundos más horribles que hemos encontrado?

Daimonax detuvo la grabadora. Durante un rato se produjo un silencio entre los dos hombres. Sonaban ruedas fuera, risas, y las estrofas de una canción penetraron por una ventana; el océano resplandecía bajo el sol poniente.

—¿Tú no lo sabes? —preguntó finalmente Daimonax, con suavidad.

—Bueno… El interés científico, por supuesto… —lason tragó saliva—. Lo siento. El Instituto trabaja en base a sólidas razones. En la historia americana estamos observando formas en que el hombre puede equivocarse. Esto cuenta también, supongo.

Daimonax agitó la cabeza.

—No.

—¿Qué?

—Estamos aprendiendo algo demasiado precioso como para que lo abandonemos—dijo Daimonax—. La lección es humillante, pero nuestra maravillosa Eutopía necesita algo de humildad. Vosotros no sois conscientes de ello, porque hasta ahora no poseemos todavía datos suficientes como para hacer pública ninguna conclusión. Y además, tú eres nuevo en la profesión, y tu primera misión fue en otro tiempo. Pero entiende, tenemos excelentes razones para creer que Westfall es también el Buen País.

—Imposible —murmuró lason. Daimonax sonrió y tomó un sorbo de vino.

—Piensa —dijo—. ¿Qué es lo que necesita un hombre? En primer lugar, las necesidades biológicas: comida, abrigo, medicinas, sexo, un entorno sano y razonablemente seguro donde educar a sus hijos. Segundo, la necesidad exclusivamente humana de esforzarse, aprender, crear. Bien, ¿no tienen todas esas cosas aquí?

—Uno podría decir lo mismo de cualquier tribu de la Edad de la Piedra. No puedes igualar el contentamiento con la felicidad.

—Por supuesto que no. ¿Pero no crees que nuestra ordenada, unificada, planificada Eutopía es el país de los borregos? Hemos terminado con todos los conflictos, hasta el conflicto del hombre con su propia alma; hemos dominado los planetas; las estrellas están demasiado distantes; si el Dios no hubiera sido tan bueno como para hacer posible el paracronión, ¿qué nos hubiera quedado?

—¿Quieres decir…? —lason buscó las palabras. Se recordó a sí mismo que no era sano ampararse en una simple afirmación, por escandalosa que fuera—. ¿Quieres decir que sin lucha, espíritu de clan, supersticiones, rituales y tabúes… el hombre no tiene nada?

—Más o menos sí. La sociedad necesita estructura y significado. Pero la naturaleza no dicta qué estructura ni qué significado. Nuestro racionalismo es una elección irracional. Nuestro alejamiento de todo lo que es puramente animal en nosotros es simplemente otro tabú. Podemos amar a placer, pero no odiar a placer. ¿Somos así más libres que los hombres de Westfall?

—¡Pero seguramente algunas culturas son mejores que otras!

—Nunca he negado eso —dijo Daimonax—. Sólo señalo que cada una de ellas tiene su precio. Nosotros pagamos mucho por lo que disfrutamos en casa. No nos permitimos el menor pensamiento irreflexivo, nada que sea impulsivo. Excluyendo el peligro y las dificultades de la vida, eliminando las distinciones entre los hombres, no dejamos esperanza de victoria. Peor aún, quizá: nos hemos convertido en individualidades puras. No pertenecemos a nadie. Nuestra única obligación es negativa, no forzar a ninguna otra individualidad. El estado, es decir, una organización fabricada artificialmente, un mecanismo sin rostro ni exigencias, se preocupa de todas las necesidades y de todos los conflictos. ¿Dónde está la lealtad hasta la muerte? ¿ Dónde está la intimidad de una vida enteramente compartida? Jugamos en las ceremonias, pero puesto que sabemos que son gestos arbitrarios, ¿cuál es su valor? Puesto que hemos hecho de nuestro mundo uno, ¿dónde están el color y el contraste, dónde el orgullo de ser particularmente nosotros mismos?

»En cambio esa gente de Westfall, con todas sus carencias, saben lo que son, quiénes son, a quién pertenecen y quién les pertenece. La tradición no está enterrada en libros sino que forma parte de la vida; y así sus muertos permanecen con ellos en los recuerdos afectuosos. Sus problemas son reales; en consecuencia, sus éxitos son reales. Creen en sus ritos. La familia, el reino, la raza, es algo por lo que vivir y morir. Utilizan menos sus cerebros, quizá, aunque no estoy seguro de ello, pero utilizan sus nervios, glándulas, músculos, mucho más. De modo que conocen un aspecto de la condición humana que nuestro cuidadoso mundo se ha negado a sí mismo.

»Si han conservado esto mientras creaban una ciencia y una tecnología mecánica, ¿no debemos intentar aprender de ellos?

lason no supo qué responder.

Finalmente, Daimonax dijo que sería mejor que regresara a Eutopía. Tras unas vacaciones, podría ser reasignado a alguna historia con la que pudiera congeniar más. Se despidieron amigablemente.

El paracronión zumbaba. Las energías pulsaban entre los universos. La puerta se abrió, e lason la cruzó.

Entró en una columnata barnizada. La blanca Neathenai se extendía graciosa y serena hasta el borde del agua. El hombre que lo recibió era un filósofo. Una túnica decente y unas sandalias estaban preparadas para él. En alguna parte sonaba una lira.

La alegría hizo temblar a lason. Leif Ottarson desapareció de su memoria. Sólo había sido tentado en su soledad por un ligero parecido con su amor. Ahora estaba en casa. Y Niki lo estaba aguardando. Nikias Demostheneou, el más hermoso y encantador de los muchachos.

FIN