Cuando apenas habían avanzado cincuenta metros por el bosque, Skyler se desvió a la izquierda. Jude fue tras él y los dos siguieron el cauce de un arroyo bastante caudaloso. El terreno no tardó en convertirse en un pantano de cuyas oscuras aguas surgían árboles y una enmarañada vegetación. Los insectos zumbaban por doquier. Skyler se metió en el agua y comenzó a vadear. Jude lo siguió, yendo con mil ojos por si había serpientes, que a él lo horrorizaban.
Resultaba difícil encontrar sitios en los que hacer pie y no despegarse de Skyler. Éste se volvía de cuado en cuando a mirarlo y le indicaba por señas que se diera prisa. Jude comenzó a mascullar maldiciones y dejó de mirar a su compañero para concentrarse en cada paso que daba. Sudaba a mares. Cada pierna le pesaba una tonelada. Se sentía agotado y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar.
Alzó la vista hacia Skyler y vio que éste había desaparecido.
Parpadeó y miró de nuevo. Frente a sí, el pantano concluía, y entre las siluetas de los árboles se veía el cielo azul perla. Habían llegado a la orilla.
Jude se disponía a salir del bosque cuando de pronto vio a Skyler corriendo hacia él.
– ¡Atrás! -gritó-. ¡El pesquero! ¡Ha vuelto!
Jude giró sobre sus talones y ambos volvieron a correr por el pantano.
– Creo que me han visto -dijo Skyler sin aliento-. Yo ni siquiera me he dando cuenta de que estaban allí hasta que casi me doy de bruces con ellos.
Continuaron a la carrera, chapoteando, sin importarles ya hacer ruido, y sólo se detuvieron al llegar a una orilla sólida. Subieron a tierra firme y permanecieron inmóviles y en silencio, con el agua chorreándoles de los pantalones. Aguzaron el oído. A lo lejos, delante, entre los árboles, se oía un murmullo de voces de timbre metálico. Alguien hablaba por una radio, probablemente por un walkie-talkie. Estaban rodeados.
– Tenemos que encontrar un escondite -dijo Skyler-. Ésa es nuestra única esperanza… y no es gran cosa.
Miraron en torno y los dos lo vieron a la vez: el gran cráter que habían dejado las raíces de un enorme árbol derribado por el huracán. El hueco estaba parcialmente cubierto de ramas y hojas y ellos echaron más. Luego saltaron al fondo, se cubrieron totalmente de vegetación muerta y quedaron a la espera. Aguardaron durante largo rato.
Al principio, sólo se oían los sonidos naturales del bosque. Después comenzaron a sonar los walkie-talkies, a través de los cuales llegaban voces y órdenes. Resultaba imposible saber a qué distancia se encontraban los que producían tales ruidos, ni de qué dirección procedían éstos. Poco a poco, los sonidos se fueron alejando hasta que al fin desaparecieron por completo. Pero entonces otro ruido tomó su lugar. El de unos pasos que se aproximaban entre la vegetación, firmes, seguros de su camino. Iban derechos hacia el escondite de Skyler y Jude. Los pasos sonaron cada vez más fuertes hasta que al fin se detuvieron junto al cráter.
Jude y Skyler contuvieron el aliento. Jude permanecía petrificado, con un enorme nudo en el estómago. Skyler trató de mirar entre las hojas. Le pareció ver las punteras de dos viejos zapatos. Percibió junto a su cabeza el murmullo de las hojas del suelo al moverse, y de pronto notó en el costado el doloroso aguijonazo de la punta de un bastón.
Cogido por sorpresa, lanzó un grito.
Se puso en pie de un salto, agarró el extremo del bastón y comenzó a tirar de él con todas sus fuerzas. De pronto vio quién sostenía el otro extremo y se quedó inmóvil y boquiabierto. Jude, en el fondo del cráter, no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo.
– ¡Dios mío! -exclamó el atónito Skyler-. ¿Realmente eres tú?
– ¿Y quién esperabas que fuese? -respondió una voz que a Skyler le resultó muy familiar.
Jude se puso de pie y las hojas se desprendieron de su cuerpo como si fueran escamas. Allá arriba había un viejo negro que empuñaba un largo bastón.
El negro lo miraba sorprendido.
– ¿Y tú quién eres? -preguntó.
Skyler lanzó una larga y sentida risa de alivio.
– Jude -dijo-. Te presento a Kuta. Kuta, te presento a Jude.
Jude salió del agujero, le dio la mano al viejo y quedó sorprendido por el vigor del apretón del otro. Kuta retrocedió un paso y lo miró de arriba abajo negando ligeramente con la cabeza.
– Si no lo veo, no lo creo -dijo-. Bueno, supongo que habrá que dar muchas explicaciones -añadió al tiempo que giraba sobre sus talones y echaba a andar de regreso hacia la playa-. Pero creo que será mejor dejarlas para otro momento y otro lugar. En estos instantes, lo principal es sacaros de aquí cuanto antes.
Kuta le pidió al dueño del barco, un joven gullah llamado Jonah, que se adentrara en el mar hasta perder de vista la isla, para luego navegar un trecho con rumbo sur y dirigirse por último hacia tierra. Vieron con alivio que ninguna lancha los seguía.
Al cabo de cuarenta y cinco minutos, el barco llegó a una pequeña aldea de pescadores gullah. Skyler vio con satisfacción que Kuta parecía ser una figura respetada. Ordenó a un joven que fuera a recoger el Volvo de Jude y Skyler, y el muchacho obedeció inmediatamente.
Se acomodaron en torno a una mesa situada en el centro de un terreno baldío. De una casa cercana llegaban deliciosos aromas a sopa de mariscos y pescado frito, los manjares del festín que estaban preparando para ellos. Abrieron cervezas y, mientras la noche caía y las pequeñas luces de las luciérnagas salpicaban la penumbra del anochecer, todos contaron sus historias.
Primero Skyler relató su fuga de la isla y sus aventuras en Nueva York. Después Jude contó su encuentro con Skyler y la gran impresión que le produjo encontrarse con alguien que se parecía tanto a él. Mientras hablaba, los congregados en torno a la mesa los miraban, maravillándose de la enorme similitud entre los dos.
Cuando llegaron las humeantes ollas, todos se sirvieron generosas raciones y abrieron nuevas latas de cerveza. Fue entonces cuando Kuta tomó la palabra. Contó que la noche en que Skyler abandonó la isla, él oyó cómo un grupo de mayores y ordenanzas salían de la casa grande. Antes de que llegaran a su cabaña, corrió a esconderse, después de detenerse en su casa sólo un momento para recoger su trompeta. Los mayores y los ordenanzas registraron la cabaña, y Kuta supuso que buscaban a Skyler.
Luego Skyler desapareció. Kuta se enteró de que Julia había muerto, y presenció su entierro desde lejos, observando con tristeza cómo bajaban el ataúd a la tumba.
Kuta decidió que no seguiría llevando pescado a la casa grande, por lo que dejó de estar informado de lo que allí ocurría. Sin embargo, los rumores que le transmitieron los compañeros que seguían yendo por la casa parecían indicar que en el lugar había un gran revuelo. Se lo estaban llevando todo. Durante días y días estuvieron cargando en barcos cajas y más cajas.
Las cosas alcanzaron su punto crítico con el huracán. Debido a que éste amenazaba ser el peor en muchas décadas, un barco lleno de policías llegó a la isla con órdenes de evacuarla. Por lo que a Kuta le habían contado, los mayores se negaron. Insistieron en que tenían derecho a quedarse allí y se fortificaron en el interior de la casa grande. Pero unos cuantos géminis aprovecharon la ocasión para marcharse, y la policía les dio escolta hasta el continente. Skyler supuso que aquél debió de ser el pequeño grupo de compañeros que le tomó en serio cuando él trató de advertirles de que el Laboratorio era peligroso.
– ¿Y sabes qué les ocurrió a los que se fueron? -preguntó Skyler a Kuta.
El viejo movió negativamente la cabeza. A Skyler se le ocurrió una posibilidad que le puso la carne de gallina, una idea tan estremecedora que el joven no se atrevió a expresarla en voz alta: quizá aquellos clones que, como él, decidieron marcharse al continente, eran los que habían sido asesinados por el «ladrón de visceras» del que tanto hablaban los periódicos. Esto al principio le pareció demasiado fantástico, pero cuanto más pensaba en ello, más probable le parecía. ¿Por qué, si no, se molestarían en hacer algo tan horrible como eviscerar-los? Sólo podía ser alguien que fuera igualmente capaz de abandonar a su suerte a los niños de la isla, para que murieran de hambre o de una horrible enfermedad.