Выбрать главу

– ¿Por qué no me dices algo que yo no sepa?

Aquel comentario era propio de Raymond. Lo echaba de menos, sobre todo en esos momentos en los que no les habría venido nada mal disponer de un aliado del FBI.

– Volvamos a Savannah -dijo Jude-. Allí podremos inspeccionar los planos y echarle un vistazo a ese hotel.

Apenas hubieron regresado al bosque, oyeron el motor de un automóvil en el camino. Echaron a correr y, tras la corta carrera, se tumbaron sobre el suelo y miraron. El coche, un Ford Taurus, avanzaba lentamente y se detuvo frente a la puerta principal. Un hombre salió de la garita, se inclinó sobre la ventanilla del conductor y dijo algo. Luego retrocedió un paso, la portezuela del coche se abrió y un hombre se apeó. Los dos fueron hasta la parte posterior del vehículo y el conductor abrió el maletero para que el otro lo inspeccionase. El guarda alargó la mano y tocó algo.

Tizzie tiró de la manga de Jude.

– Pásame los prismáticos -dijo-. Aprisa.

Se los quitó de la mano y los alzó en el momento en que el conductor volvía junto a la portezuela.

– Enséñame la cara -murmuró-. Enséñame la cara, maldita sea.

El guarda abrió la puerta y el hombre hizo intención de regresar al interior del vehículo. La suerte quiso que se quedara unos momentos apoyado en la portezuela, hablando un poco más con el guarda.

Cuando salieron del bosque, y mientras avanzaban por el camino de tierra, Tizzie explicó por qué se había puesto tan nerviosa.

– Lo he reconocido. Es el médico que estaba examinando a la vieja preñada del hospital. Su apellido es Gilmore -dijo colocándose entre Jude y Skyler y tomando a uno y a otro del brazo-. Y yo que creía que ya nada podía extrañarme…

Pasaron la noche en el Planters Inn de Savannah. A la mañana siguiente, tras un desayuno de huevos con beicon, Tizzie se fue en busca de una tienda de suministros médicos, mientras Jude y Skyler vigilaban el DeSoto, un edificio de catorce pisos que se alzaba en la calle Liberty. No se atrevían a entrar en el vestíbulo y se apostaron por turnos en distintos puntos de la acera de enfrente.

Skyler estaba en una cafetería, bebiendo café tras café y sin quitar ojo a la fachada del hotel cuando vio que un coche se detenía en la rampa circular de acceso del DeSoto. Del vehículo se apeó el juez, a quien Skyler reconoció inmediatamente, ya que no era sino una versión envejecida de Raisin. El hombre le pareció sorprendentemente frágil cuando traspuso con paso inseguro la puerta principal. Skyler se dirigió a un teléfono público y llamó al móvil de Jude, quien se encontraba a tres manzanas de distancia y regresó a toda prisa. No alcanzó a ver al juez, pero llegó a tiempo de contemplar un desfile de otros recién llegados.

La verdad es que ya no parecen jóvenes dirigentes, se dijo Jude, mientras los coches y los taxis se detenían ante la entrada y de ellos se apeaba una sucesión de hombres y mujeres aparentemente de mediana edad, aunque vestían atavíos juveniles.

Tizzie regresó en el coche y lo estacionó frente al hotel. Los dos hombres montaron en el vehículo y Jude, tras ponerse unas gafas oscuras, se acomodó en el asiento del acompañante, mientras Skyler lo hacía en la parte de atrás. Ver al doble de Raisin había sumido al joven en el silencio. Cogió los planos de la base, localizó el edificio que buscaba, el hospital, y lo estudió detenidamente. Sólo con que uno de ellos lograra entrar en el perímetro cercado podrían…

Una limusina negra con los cristales teñidos avanzaba majestuosa por la calle, se detuvo por un segundo y después se metió rápidamente por la rampa circular de acceso. Del impresionante vehículo salió un grupo de personas. Luego el coche siguió calle abajo y se desvió rápidamente hacia un garaje situado a la vuelta de la esquina. Tizzie se apeó del coche, cruzó a toda prisa la calle y desapareció en el interior del hotel. Minutos más tarde regresó mostrando a escondidas los pulgares vueltos hacia arriba.

– Ya está -dijo una vez montó en el vehículo-. La mujer se aloja en la suite presidencial. ¿Tenía razón en lo que os dije o no?

– Muy bien -respondió Jude-. Pero sigo sin entenderlo. ¿Por qué demonios está una sexagenaria a punto de dar a luz? ¿Qué significado tiene eso, aparte de que esa mujer podría figurar en el Libro Guinness de los récords'? ¿Y qué relación puede tener con el Laboratorio?

– Sabe Dios. Pero algo me dice que si somos pacientes, no tardaremos en averiguarlo. Préstame tu móvil Jude. Skyler, ¿aparece en esos papeles el teléfono de la base?

Permanecieron en el coche una hora y media. Cuando ya los temas de conversación se habían agotado y la atención de los tres comenzaba a flaquear, la limusina reapareció doblando la esquina. Tizzie se sintió tan sorprendida que tardó unos segundos en salir de su abstracción y tender la mano hacia la llave de encendido. Después comenzó a seguir al vehículo dejando un par de coches de por medio.

– Esa mujer debe de haber salido por una puerta trasera -dijo-. Espero que vaya ahí dentro.

Siguieron a la limusina a respetuosa distancia, y cuando el vehículo tomó la ruta que ellos habían seguido el día anterior, avanzando con rapidez y seguridad, como si el conductor se supiera bien el camino, la confianza de los tres aumentó, pues tenían la razonable certeza de saber adonde se dirigía el coche y a quién transportaba.

La duda era si serían capaces de acceder al interior del perímetro cercado.

La limusina se metió por la carretera de la base y ellos aguardaron hasta que el vehículo se perdió de vista. Diez minutos más tarde, se metieron por el desvío y enfilaron el camino de tierra para detenerse entre los árboles. Tizzie abrió un paquete y se puso la bata blanca de laboratorio que acababa de comprar. Sacó su placa identificadora de la Universidad Estatal de Nueva York y se la colgó del cuello. Jude y Skyler la abrazaron.

– Buena suerte -dijo Jude-. No estoy seguro de que estemos haciendo lo más adecuado.

– Es nuestra única posibilidad. Tengo la bata y la placa de identificación. Si logro convencerlos de que soy la ayudante de Gilmore y me franquean la entrada, podremos seguir el plan de Skyler. ¿Qué otra posibilidad nos queda?

Los dos hombres dieron media vuelta y desaparecieron entre los árboles mientras ella se alejaba en el coche. Jude y Skyler se apostaron en el mismo lugar que el día anterior y observaron cómo el coche se detenía frente a la puerta de acceso. Un guarda se adelantó para hablar con Tizzie y consultó una tablilla.

– Mierda -masculló Jude-. Esperemos que Gilmore tenga, efectivamente, una ayudante, porque de lo contrario Tizzie tendrá que salir por pies.

El guarda examinó la placa identificadora de la joven, volvió a mirar la lista e hizo una marca a bolígrafo en ella.

Les pareció que Tizzie y el guarda hablaban durante un tiempo exageradamente largo; pero al fin la joven se apeó y abrió el maletero. Mientras el guarda lo inspeccionaba, Jude miró por los prismáticos y vio que Tizzie, que tenía las manos a la espalda, volvía a mostrarles los pulgares hacia arriba. Instantes más tarde, la joven estaba de nuevo en el interior del vehículo, la puerta principal se abrió, y el coche desapareció en el interior del perímetro cercado.

– Debemos colocarnos en posición -dijo Skyler-. Tal vez Tizzie logre acceder al panel de controles y nos abra.

Aunque no le dijo nada a Jude, Skyler volvía a sentirse indispuesto. El malestar lo había asaltado súbitamente, comenzando con una sensación de flojera en las piernas. Sabía cuáles serían los siguientes síntomas: pesadez en todos los miembros, sensación de debilidad y un horrible dolor en el pecho que podría terminar en un desmayo.

Rezó porque las fuerzas le duraran lo suficiente para hacer lo que debía hacer.

Rodearon el campo sin salir de los límites del bosque. A Skyler, que iba detrás de Jude, le costaba caminar al paso de su compañero. Le daba la sensación de estar avanzando con agua hasta las rodillas y tuvo que detenerse un par de veces para tomar aliento. Jude, que caminaba delante y no se había dado cuenta de que su compañero se estaba rezagando, volvió la cabeza y se detuvo para esperarlo.