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– Jude, ¿eres tú? -preguntó Tizzie en un susurro, pese a que había oído a sus captores alejarse.

– Sí.

– O sea que a ti también te atraparon.

– Estaba ante el ordenador. Acababa de copiar los archivos cuando me descubrieron.

– El móvil… ¿lo tienes?

– No, qué va.

– ¿Estás al corriente de lo que sucede, de que van a efectuar un montón de operaciones?

– En el ordenador encontré un calendario de intervenciones. Las van a realizar aquí mismo. Debemos encontrar el modo de impedirlo.

Ella dirigió una mirada circular a la especie de celda en la que se hallaba. El lugar apenas estaba amueblado y tenía un pequeño ventanuco en lo alto de la pared, cubierto con una tela metálica embutida entre dos cristales y, más allá, protegido por barrotes de hierro. La puerta era gruesa, aunque de madera, y la parte inferior de la hoja no llegaba a tocar el umbral.

– Encerrados aquí no nos va a resultar fácil -comentó la joven.

– ¿Dónde te han detenido?

– En el auditorio. Me han reconocido. Allí estaba hasta el tipejo aquel, Alfred. Lo que he hecho fue una estupidez. Ah, ¿sabes una cosa? Resulta que tío Henry es Baptiste. Pese a lo mucho que Skyler ha hablado de él, nunca se me había pasado por la cabeza que Baptiste fuera mi tío.

– Ni a mí tampoco.

– Era increíble… Toda esa gente es de mi edad, y parecen seres normales, yuppies. Y, sin embargo, están dispuestos a que toda esa gente, sus clones, mueran por ellos.

– Están desesperados. Han dedicado sus existencias a un único propósito, vivir el doble que el resto de la gente, y ahora se encuentran con que van a vivir la mitad. Es algo como para creer en un poder supremo. Siempre he pensado que Dios posee un sentido de la ironía sumamente fino.

– Jude… ¿qué habrá sido de Skyler? ¿Crees que también lo han detenido?

Jude estaba seguro de que sí.

– Probablemente, no. Es un chico listo. Con suerte, estará bien oculto en algún escondite.

– ¿Qué crees que nos harán?

Jude estuvo a punto de mentir de nuevo, pero cambió de idea diciéndose que Tizzie tenía derecho a saber lo que pensaba realmente.

– Si de veras quieres saberlo, creo que nos enfrentamos a fanáticos. A gente dispuesta a lo que sea con tal de conseguir sus fines. Y, como digo, están desesperados. Creo que piensan matarnos.

Tizzie no respondió inmediatamente, y no sólo por lo terrible que era lo que Jude acababa de decir, sino también porque estaba ocupada en examinar su celda, inspeccionándola centímetro a centímetro, intentando encontrar una forma de escapar.

Desde su puesto de observación, Skyler podía ver y oír todo lo que ocurría en el improvisado quirófano. Eran en total cinco personas, tres hombres y dos mujeres, que evolucionaban por la habitación siguiendo una complicada coreografía. Unos inspeccionaban los instrumentos, otros anotaban las lecturas de las máquinas o hacían inventario. Al principio Skyler no logró distinguir a los cirujanos de los auxiliares médicos.

El quirófano en sí era pequeño y estaba atestado de equipo. Junto a la mesa de operaciones había un impresionante muestrario de instrumentos que iban desde diminutos bisturíes hasta sierras y mazas. Había cilindros de más de metro veinte que contenían anestesia, un gabinete blanco con puertas correderas que albergaba todo tipo de implementos quirúrgicos, cajones llenos de vendas, cubos para tirar los desperdicios. Uno de éstos, provisto de ruedas, tenía un forro blanco de plástico y Skyler comprendió con un estremecimiento de horror que estaba destinado a órganos desechados.

Cuando los de abajo hablaban, sus voces sonaban con tal claridad que a Skyler le dio la sensación de que estaba en el quirófano, junto a ellos.

– Este mismo año hice dos de estas en Minnesota -dijo uno de los médicos-. Consideré que la experiencia me vendría bien.

– ¿Y qué tal salieron?

– Las operaciones, bien; pero los pacientes fueron otro cantar. Uno sobrevivió un tiempo y el otro murió. El que vivió… No me gusta decirlo, pero lo cierto es que no lo pasó nada bien. El pobre diablo no sabía si iba o si venía. Comía, cagaba, meaba y hacía todas las demás funciones con órganos ajenos. Los desechos corporales se le fueron acumulando y el tipo se hinchó como una pelota de playa. Al final, su organismo rechazó los órganos. O tal vez fueron los órganos los que rechazaron el organismo.

– Eso no sucederá en este caso.

– Desde luego. Pero hazte a la idea de que no va a ser ninguna fiesta.

– Yo he hecho tres -dijo una de las mujeres-. Son arriesgadas, pero no imposibles. Aunque os cueste creerlo, lo más difícil es retirar todos los órganos al mismo tiempo. Siempre hay alguna pequeña conexión de la que uno se olvida. Y los tiempos de viabilidad son distintos. Así que hay que volver a conectar los órganos con rapidez y en el orden adecuado. En una ocasión, se me olvidó conectar la uretra. La cosa no terminó nada bien.

– Hay algo que deseo saber -dijo el tercer cirujano-. ¿Quién de vosotros me operará a mí?

– Creo que seré yo quien lo haga -respondió la mujer-. Y el doctor Higgins -señaló con un ademán al tercer cirujano-, me operará a mí.

– Pero Higgins es el mejor. -Lo sé -respondió la mujer con una sonrisa. -¿Y quién operará luego a Higgins? No quedará nadie. Todos estaremos en recuperación.

– Evidentemente, habrá que recurrir a alguien de fuera -contestó Higgins-. Tendré que actuar con tiento. El tiempo es un factor importante. Mi clon sufrirá un accidente de tráfico en el momento oportuno. Y, naturalmente, deberá quedar desfigurado. No queremos que nos hagan preguntas incómodas.

– Otro puñetero accidente de coche. A estas alturas deberíamos poder ser un poco más imaginativos.

– No sé por qué. Si funciona, sigue con ello. -Exacto. Si no está roto, no lo arregles. -Y si se rompe, extrae todos los condenados órganos y empieza de nuevo.

Todos rieron sin jovialidad. Higgins se apartó de los otros y fue a lavarse las manos. Se quitó el gorro verde, se salpicó con agua la cara y, al hacerlo, volvió la cabeza hacia el techo, de resultas de lo cual Skyler tuvo oportunidad de echarle un buen vistazo.

Lo reconoció al instante. O, más bien, reconoció al clon del cirujano. Teniendo en cuenta que, durante dos décadas y media, Skyler había dormido a menos de dos metros de él, reconocerlo no fue ninguna gran proeza.

En la cabeza de Skyler estaba tomando cuerpo un plan. No se le ocurrió inmediatamente, sino poco a poco. Se trataba de algo audaz y sin duda arriesgado; no obstante, era un plan, y resultaba preferible a quedarse cruzado de brazos. Además… Sabía Dios. Quizá la idea diera el resultado apetecido.

Se sentía mucho peor. Se llenó los pulmones de aire y trató de volver silenciosamente sobre sus pasos. Cuando apenas había hecho la mitad del trayecto, sus piernas se negaron a obedecer sus órdenes y comenzó a arrastrarse lastimosamente. Llegó hasta la escalera y se sentó para recuperar el aliento. El pecho le ardía. El dolor era cada vez más fuerte.

Permaneció así un buen rato, recuperándose. Al fin, tras hacer acopio de fuerzas, se obligó a ponerse en pie y quedó un poco tembloroso, pero pese a todo erguido, lo cual le hizo sentirse algo mejor. Ahora lo único que tenía que hacer, se dijo, era levantar una escalera que debía de pesar unos cincuenta kilos.

Jude no esperaba que fueran a por él tan pronto. Cuando apenas había tenido tiempo de inspeccionar su celda, oyó pasos en el corredor. Al principio, parecían los de una sola persona que caminaba pesadamente. Luego se dio cuenta que correspondían a dos personas que caminaban al mismo ritmo. Eso debió de haberle dado una pista, pero no fue así. No comprendió quiénes eran sus visitantes hasta que la puerta de la celda se abrió y se vio frente a los dos ordenanzas supervivientes.