Mientras conducía en dirección a Camp Verde, Jude se sentía muy preocupado. Su primera intención fue no compartir sus tribulaciones con Tizzie, pero luego se dijo que ya había habido suficientes secretos entre ambos. No dejaba de recordar el agrado que le produjo la total sinceridad, casi de confesionario, de que había hecho gala Tizzie mientras estaban el interior la mina.
Pisó el acelerador.
– Tizzie, estoy pensando una cosa. Tenemos que aceptar el hecho de que quienes nos seguían no eran un simple grupo de gamberros con ganas de divertirse a nuestra costa sacándonos simplemente de la carretera.
– Lo sé. Yo estaba pensando lo mismo.
– Si nuestras sospechas son ciertas, eso puede significar que existe una relación entre el que nos seguía, el derrumbe y el hecho de que mi coche se despeñara.
– Sí, es muy probable que así sea. Lo cual significa que han decidido eliminarnos. Y en tal caso, esa sensación de la que hablaste, de que por algún motivo te querían con vida, se ha quedado sin base, si es que alguna vez la tuvo, lo cual no me parece muy probable. -De repente apoyó las manos en el salpicadero, se volvió furiosa hacia Jude y le gritó-: ¡Por el amor de Dios, no vayas tan de prisa! Nos vamos a matar.
Iban a ciento treinta por hora, de noche y por una carretera desconocida.
– Tenemos prisa -dijo Jude.
– ¿Por qué?
– Por lo que estaba a punto de decirte. Si van tras nosotros, es que nos siguieron hasta aquí. Y si nos siguieron hasta aquí, saben dónde nos alojamos. Y eso significa que Skyler está en peligro.
Veinte minutos más tarde, el coche entraba en el estacionamiento del motel Best Western. Inmediatamente vieron que la puerta de la habitación de Skyler estaba entreabierta y se mecía a impulsos de la leve brisa. Tizzie lanzó una exclamación ahogada.
Antes incluso de que Jude apagara el motor, la joven ya había salido del coche y estaba subiendo los peldaños de la escalera de dos en dos, apoyándose para ello en la barandilla. A mitad del tramo se detuvo, se miró la mano y la puso a la luz para ver mejor el viscoso líquido rojo que manchaba sus dedos.
Luego continuó subiendo. Llegó a la puerta de la habitación en el momento en que Jude comenzaba a ascender por la escalera. La joven entró en el cuarto y accionó el interruptor de la luz. Jude ya no la veía, pero supo que había hecho algún horrible descubrimiento. Y lo supo por el largo y penetrante grito.
Corrió tras ella y la vio plantada en el centro de la habitación, demudada, con la boca aún abierta. Alzó una mano y abarcó con vago ademán toda la habitación: la cama revuelta, la ropa tirada por todas partes y las paredes amarillentas manchadas de sangre.
Skyler despertó ofuscado en una extraña habitación estéril en la que todo era blanco. Se sentía como si flotase en el aire, cerca del techo. Aunque en realidad estaba recuperando el conocimiento, a él le daba la sensación contraria: creía que estaba dormido. Y no sólo dormido, sino soñando. Y no sólo soñando, sino teniendo una pesadilla.
Veía como a través de un filtro de gasa blanca, y todo le parecía difuso, de otra dimensión. Los ruidos sonaban amortiguados. Las personas se movían con lentitud, como si se encontrasen bajo el agua, y hablaban en una extraña jerga. Todas vestían impecables uniformes blancos que parecían refulgir bajo la luz. Por debajo de la cofia de una mujer que evolucionaba silenciosamente por la sala, asomaba un halo de cabello rubio. Ese detalle en particular golpeó con peculiar fuerza al joven, que hizo un desesperado esfuerzo por salir de su estupor.
Lo que se le acababa de ocurrir era tan espantoso que no deseaba otra cosa que despertar inmediatamente de aquella pesadilla, pero cuanto más espabilado se sentía, más aterradora le resultaba la situación. No deseaba despertarse y descubrir que la sala estaba realmente allí, que todo aquello estaba sucediendo de veras. Porque la pesadilla consistía en que él había vuelto a la isla y estaba dentro de la casa grande, en el quirófano del sótano.
¿Por qué, si no, iba a hallarse en aquella cama y rodeado de médicos?
¡Médicos! Sólo de pensar en aquella palabra, la sangre se le congelaba en las venas.
Decidió mover un pie como prueba. Lo hizo y notó que el tobillo se doblaba, que los dedos se encogían, percibió el tacto de la sábana. No estaba dormido. ¡Esto está sucediendo de veras!
La neblina se estaba disipando. Skyler comenzaba a ver con mayor claridad. Lo de arriba eran las baldosas acústicas del techo. Distinguía las formas y las junturas. Una gran cortina blanca corría por el centro de la sala, dividiéndola en dos. En un rincón, colgado del techo, había un televisor en funcionamiento.
¿Dónde estoy?
Había una enfermera vuelta de espaldas a él; movía el codo como si estuviera escribiendo, y Skyler alcanzó a ver la parte inferior de una tablilla. La mujer dio media vuelta y fue hacia él. Skyler cerró los ojos y se hizo el dormido.
Notó que la mujer se inclinaba sobre él y percibió su aliento, que olía a almendras.
– ¿Estás despierto? ¿Estás despierto? ¿Me oyes?
Su voz tenía un extraño acento que le resultaba desconocido.
– ¿Me oyes? Si me oyes, abre los ojos. ¿Hablas inglés? Skyler se hizo el muerto.
– ¿Hablas inglés? ¿Español?
Skyler no movió ni un músculo. Mantuvo los ojos cerrados, tratando de no apretar demasiado los párpados, y se esforzó en respirar acompasadamente. No le resultó fácil, y no estaba seguro de poder seguir fingiendo mucho tiempo, ya que el deseo de hacerse un ovillo para protegerse era cada vez más intenso.
¿Qué estará haciendo esa mujer?
Afortunadamente, la enfermera se apartó; Skyler oyó sus pasos yendo hacia los pies de la cama y se arriesgó a abrir un ojo. La mujer volvía a estar de espaldas. Su piel era color canela y su uniforme, blanco e impoluto.
Entró otra figura borrosa. Un hombre, al parecer.
Skyler cerró los ojos y contuvo los deseos de saltar de la cama y gritar: «¿Quiénes sois? ¿Qué sitio es éste?»
– ¿Aún no se ha despertado? -dijo el hombre.
– No -respondió ella con aquel extraño acento-. Sus constantes mejoran, pero no recupera el conocimiento.
– Es el caso más raro que he visto en mi vida. Lo trajo una ambulancia y nadie tiene ni idea de quién es. No lleva documentación y, encima, no reacciona.
Ahora Skyler comenzaba a sentir cosas, una opresión en el pecho, un peso en el brazo derecho, que estaba tendido sobre la cama y fuera de su vista. A lo lejos se oían otros sonidos, la risa enlatada de un concurso de televisión, un murmullo de voces, y algo más… algo que jamás había oído y que consistía en una serie de pitidos y chasquidos.
– Yo creo que se trata de una reacción violenta a algún narcótico de nuevo cuño. Sea lo que sea, espero que su consumo no esté extendido. Eso era lo que nos faltaba. Otra droga tóxica en las calles -se quejó el hombre con claro desagrado-. Hoy en día, la gente se mete cualquier cosa en el cuerpo.
El hombre y la mujer se dirigieron juntos a la puerta y salieron de la habitación.
Skyler se incorporó. Notó un tirón en el pecho y se miró. Le habían adherido con esparadrapo unos cables que se prolongaban por encima del blanco cobertor de algodón. A su lado había un artilugio, una especie de perchero metálico sobre ruedas del que colgaba una gran bolsa de plástico. Parece sangre. Pero lo que mayor terror le infundió fue que de la bolsa de sangre salía un tubo, y que el tubo estaba pegado a él. Podía ver el líquido rojo bajando por el tubo y desapareciendo por debajo de un vendaje. Alzó el brazo y el flujo del líquido se hizo más lento.
Se está metiendo en mi cuerpo.
Siguió los cables con la mirada. Luego cerró la mano izquierda en torno a ellos y los levantó. Los cables se curvaban hacia abajo y luego otra vez hacia arriba, terminando en una máquina que tenía dos pantallas verdes, en las que unas líneas y unos puntos se movían de forma reiterativa. Aquélla era la máquina que producía los pitidos y los chasquidos.