El lagarto era idéntico al que había visto hacía un par de días ante la oficina de la reserva india. También estaba encaramado a un madero, y lo miraba con un solo ojo, sin parpadear.
Jude se acercó más. Contempló la gruesa piel, las escamas con forma de diamante, la curvatura de la boca, que confería al animal una expresión de crueldad. Advirtió que sus costados subían y bajaban casi imperceptiblemente. Miró fijamente el único ojo visible del lagarto, la pupila esférica que parecía un negro pozo sin fondo.
Y, de pronto, Jude recordó. Había visto antes reptiles como aquél. Los conocía de su infancia, los había visto de cerca durante años. Claro, se dijo. Eso es. Teníamos lagartos. Los cuidábamos. A su cerebro acudió una imagen: él, de niño, con las manos apretadas contra el cristal, con la vista fija en los negros y profundos ojos de los lagartos.
El momento de evocación quedó interrumpido por la súbita aparición de una figura a su izquierda. Se volvió y vio a una mujer de treinta y tantos años, con el rubio cabello recogido en una cola de caballo y gafas de gruesa montura. La recién llegada le dirigió una sonrisa.
– Lo veo muy interesado -dijo-. Son mis favoritos.
Jude se fijó en la placa de identificación que la mujer llevaba en el bolsillo superior de su traje de chaqueta: Encargada. Depto. reptiles.
– ¿Por qué son sus favoritos? -le preguntó Jude con una sonrisa.
Y en aquel momento se dio cuenta de que en el pequeño recinto había otra media docena de lagartos como el que estaba contemplando. Por primera vez, leyó el letrero pegado a la barandilla: Lagarto cola de látigo.
– Tienen características ciertamente peculiares -contestó ella.
– ¿Ah, sí? ¿Qué hace nuestro amigo?
– En realidad, es amiga.
– ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo sabe a cuál de ellos me refiero?
– Da lo mismo a cuál se refiera -respondió la mujer sonriendo-. Son partenogenéticos. Ésa es su característica más sobresaliente.
– ¿Qué significa eso de «partenogenéticos»?
Por el rabillo del ojo, Jude pudo ver que se aproximaba la pandilla de ruidosos adolescentes con exceso de hormonas en la sangre.
– Significa que se reproducen sin necesidad de que un óvulo sea fecundado -explicó la encargada-. En otras palabras, todos los ejemplares de esta especie son hembras.
Jude quedó boquiabierto.
– ¿No hay ningún macho? ¿Y cómo se las arreglan?
– Pues la verdad es que bastante bien. Se duplican a ellas mismas perfectamente por medio de una rudimentaria clonación. De resultas de ello, cada una es exacta a todas las demás. En muchos aspectos, eso parece hacerles la vida más fácil. Yo diría que los miembros de esta pequeña colonia son bastante felices.
La mujer se estiró la chaqueta y se acodó en la barandilla.
Sonó un coro de risas que se fue haciendo más fuerte. Los chicos y chicas intercambiaban codazos y señalaban hacia el lugar en el que un lagarto cola de látigo estaba montando a otro, en posición inequívocamente coital.
Jude miró a los lagartos y luego a su compañera.
– ¿Y cómo explica usted eso?
– Un comportamiento de lo más intrigante. De cuando en cuando, una hembra monta a otra. Es como si guardaran un recuerdo latente.
– ¿Recuerdo latente? ¿De qué?
– Del acto sexual.
Mientras conducía de regreso al hospital, Jude no pudo evitar hacer un chiste a su propia costa: Recuerdo latente del acto sexual, pensó. Igualito que yo.
En la tienda de regalos del hospital, Tizzie compró un paquete de maquinillas de afeitar desechables, un bote de espuma de afeitar, un frasco de loción para después del afeitado, un cepillo de dientes y un tubo de Colgate. Le apetecía comprarle cosas a Skyler. Miró en un expositor de revistas por si veía algo que pudiera interesarle. ¿Esquive? ¿Vanity Fair? ¿Newsweek? Resultaba extraño. No le habría costado nada escoger revistas para Jude, pues ella conocía sus gustos en cuanto a lectura. Pero Skyler… ¿qué preferiría él? ¿Tendría los mismos gustos que Jude? Le daba la sensación de que no. Miró una y otra vez. Había tanto para elegir… ¿Por qué ninguna de las revistas le resultaba atractiva?
¿Dónde estaría Jude? Se había ido hacía horas. Consultó su reloj. Seis horas, para ser exactos. ¿Qué estaría haciendo? No era que a ella le disgustase quedarse sola con Skyler, pues resultaba estupendo verlo recuperado, volviendo a ser el de siempre. Lo había ayudado a caminar arriba y abajo por el pasillo, y pudo darse cuenta de que, cada vez que lo tocaba, a él prácticamente se le ponía la carne de gallina, lo cual a Tizzie no dejaba de resultarle gratificante.
La cajera sumó el importe de las compras en la caja registradora, lo metió todo en una bolsa, cobró y le devolvió el cambio.
– Muchas gracias -dijo Tizzie.
– Gracias a usted -respondió la muchacha con una sonrisa.
Cuando se volvía, dispuesta a salir, miró fortuitamente hacia la ventana que daba a la calle, donde el sol caía de plano y se reflejaba en las ventanillas de un par de coches. Y de pronto vio algo o, mejor dicho, a alguien, y se quedó petrificada. Ahogó una exclamación. ¿Sería posible? ¿Estarían engañándola sus ojos? Y es que al otro lado de la calle, mirando a uno y otro lado como si se dispusiera a cruzar, había un hombre fornido y con un mechón blanco en el cabello.
Ella nunca lo había visto antes, pero había oído su descripción de labios de Skyler y de Jude. ¿Podía tratarse de una coincidencia? Tenía el palpito de que no. Y cuanto más miraba al hombre, más convencida estaba de que éste era uno de los ordenanzas.
Dejó caer su bolsa al suelo y, sin hacer caso del sorprendido «¡Eh, oiga!» de la cajera, salió corriendo al pasillo. Siempre a la carrera, dejó atrás la zona de recepción y las oficinas de la planta baja y, por una escalera lateral, subió hasta el tercer piso y abrió de golpe la puerta. Miró rápidamente a ambos lados y echó a correr pasillo abajo en dirección a la habitación de Skyler. Cuando entró, el joven se estaba quedando adormilado.
Tizzie lo sacudió casi con violencia.
– ¡Levanta! ¡Aprisa! ¡Tenemos que irnos!
Él la miró sobresaltado y sin entender.
– ¡Vamos, de prisa! He visto a uno de esos hombres en la calle. A un ordenanza. ¡Seguro que te anda buscando!
Skyler saltó de la cama, cogió sus pantalones, se los puso y corrió hacia la puerta. Sin camisa y con los pantalones manchados de sangre, tenía aspecto de loco. Llamaría la atención a un kilómetro de distancia, lo cual sería peligroso.
La cama contigua a la de Jude tenía la cortina corrida en torno a ella, pues habían admitido a un nuevo paciente. Tizzie abrió uno de los cajones empotrados en la pared. Estaban de suerte. La joven cogió una camisa de hombre, unos pantalones y unos zapatos y siguió a Skyler pasillo abajo. Se metieron en el hueco de la escalera y, una vez allí, Skyler se cambió y dejó los viejos pantalones sobre la barandilla. Bajaron hasta el sótano, donde entreabrieron una puerta y miraron a través del resquicio. La puerta correspondía al Departamento de Radiología. En la sala de espera, tres pacientes aguardaban turno. Los tres alzaron la mirada curiosos.
Tizzie y Skyler siguieron hasta la parte delantera del hospital, dieron con otra escalera y subieron por ella. La puerta de acceso a la planta baja tenía una ventanilla rectangular de cristal y tela metálica. Skyler miró por ella y, aunque estaba sobre aviso, lo que vio lo dejó petrificado: apoyado en el mostrador de recepción había un ordenanza, que, aparentemente, estaba pidiendo alguna información. El hombre volvió el rostro en su dirección y Skyler se apartó instintivamente de la ventanilla.
Luego volvió a mirar. El hombre avanzaba ahora por el pasillo principal. ¡Iba en su dirección! Skyler agarró a Tizzie, la empujó hacia un rincón y se colocó ante ella. Si se abría la puerta, ésta los ocultaría. Indicó a Tizzie por señas que no hiciera ruido, y los dos se quedaron allí, escuchando inmóviles los pasos que se acercaban. Los pasos se detuvieron frente a la puerta, y Tizzie y Skyler casi oyeron al hombre pensar, tratar de discernir qué hacía. Luego, al cabo de lo que pareció un siglo, las pisadas siguieron adelante y se perdieron. Skyler miró de nuevo por la ventanilla y vio la parte posterior de la cabeza del ordenanza, en la que el mechón blanco apenas era visible. El hombretón se dirigía hacia el fondo del pasillo, en dirección opuesta a la que ellos debían tomar. Sólo en aquel momento se dio cuenta Skyler de que Tizzie llevaba rato apretándole el brazo.