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– Lo siento, pero sólo leo el Times -dijo, e inmediatamente se dio cuenta de la pedantería que encerraba ese comentario.

– Salí en el Times una vez -dijo ella-. Pero no en una fotografía, sino en la sección judicial. Alguien mencionó mi nombre durante un juicio, y el juez preguntó: «¿Quién es Imogen Ide?»

– Eso sí que es ser famosa.

– Aún conservo el artículo.

La música, hasta el momento fluida y arrulladora, dio paso de pronto a un ritmo enloquecido con un fondo tormentoso de percusión.

– Con esto ya no me atrevo -dijo Archery descorazonado, y la soltó rápidamente, en medio de la pista.

– No importa. Muchísimas gracias, de todas formas. Ha sido un placer bailar con usted.

– Gracias. Para mí también lo ha sido.

Empezaron a sortear a las parejas que se agitaban y saltaban como salvajes. Ella le cogió de la mano, de modo que él no podía retirarla sin brusquedad.

– Veo que mi marido ha regresado -dijo ella-. ¿Por qué no se queda con nosotros, si es que no tiene otros planes?

El señor Ide se acercó a ellos, sonriente. Con su tez aceitunada y lisa, su cabello negro y su remilgada forma de vestir, parecía una figura de cera. A Archery se le ocurrió la absurda idea de que si te encontraras con él en el Madame Tussaud, el viejo equívoco del ingenuo espectador que confunde una de las figuras del museo por un gordo y rubio empleado se invertiría. En este caso, se pasaría ante el hombre de carne y hueso, pensando que se trataba de una figura de cera.

– Te presento al señor Archery, cariño. Le estaba pidiendo que se quedara con nosotros. Hace una noche tan hermosa.

– Buena idea. Permítame invitarle a una copa, señor Archery.

– Se lo agradezco, pero me es imposible. -Archery se despidió de ambos y al estrechar la mano del señor Ide y sentir el calor que ésta desprendía se sorprendió del extraño pensamiento que le había sugerido su persona-. Debo irme. Tengo que telefonear a mi esposa.

Espero que nos veamos de nuevo -dijo Imogen Ide-. Gracias por bailar conmigo. -Ella cogió a su marido de la mano y regresó hacia el centro de la pista donde juntos empezaron a seguir los pasos de aquel ritmo complicado. Archery subió a su habitación. Antes había pensado que el ruido de la fiesta le molestaría, pero ahora, el sonido de la música, envuelto en la luz violeta del ocaso, poseía un hechizo que resultaba al mismo tiempo perturbador y despertaba en él indefinibles deseos olvidados. De pie junto a la ventana, Archery contempló el cielo y los jirones deshilachados de las nubes, color de rosa, como pétalos inmateriales de un ciclamen. Los compases de la música se templaron, armonizando con aquel cielo tranquilo, y ahora le sonaron como las primeras notas de la obertura de alguna ópera pastoral.

Luego, se sentó en la cama y posó la mano sobre el teléfono. La dejó allí durante unos minutos. Pero ¿para qué iba a llamar a Mary si no tenía nada que contarle, si ni siquiera había planeado lo que iba a hacer a la mañana siguiente? El clérigo sintió una aversión repentina por Thringford y por sus modestos acontecimientos parroquiales. ¡Había vivido allí tanto tiempo con un horizonte tan estrecho!, y durante todos esos años había existido un mundo exterior del que no sabía prácticamente nada.

Desde donde se hallaba sentado sólo podía ver el cielo, con sus islas y continentes diseminados sobre un océano azul.

– Aquí nos sentaremos y dejaremos que la música penetre en nuestros oídos… -Retiró la mano del teléfono y se tumbó, con la mente en blanco.

9

Las palabras de su boca eran

dulces como la miel, pero en su

corazón anidaba la guerra: sus

palabras eran balsámicas como el

aceite, pero tenían el filo de una

espada.

Salmo 55, asignado al décimo día

– Supongo que todo esto no tiene ningún sentido, ¿verdad?

– ¿El qué, Mike? ¿Cree que Elizabeth Crilling tiene algún oscuro secreto que su madre no quiere que le arranquemos bajo tortura?

Burden bajó las persianas para defenderse de la intensidad de la luz de aquella mañana.

– Las Crilling siempre me ponen nervioso -dijo.

– Ellas son tan excéntricas como la mayoría de los que pasan por comisaría -dijo Wexford despreocupadamente-. Liz va a tener que comparecer ante el tribunal, entre otras cosas porque dudo de la habilidad de la señora Crilling para sacarle mil libras a su cuñado o a quien quiera que sea el que las mantiene, y si tiene algo que decirnos, nos lo dirá.

La expresión de Burden, aunque conciliadora, era obstinada.

– No dejo de pensar que sea lo que sea puede tener relación con Painter -dijo.

Wexford estaba hojeando un grueso listín telefónico de color naranja y, en ese momento, lo tiró con violencia sobre la mesa.

– ¡Por el amor de Dios, ya es demasiado! ¿Qué es esto? ¿Un complot para probar que no sé hacer mi trabajo?

– Disculpe, señor, sabe que no quería decir eso.

– No sé nada de nada, Mike. Sólo sé que el caso de Painter está cerrado, y nadie tiene la más mínima posibilidad de probar que no fue él el asesino. -Se calmó poco a poco, y extendió las manos por encima del listín como dos inflexibles abanicos-. Puede interrogar a Liz si lo desea. O mejor, pídale a Archery que lo haga. Ése trabaja muy deprisa.

– ¿Ah, sí? ¿Por qué lo dice?

– No importa. Quizá usted no, pero yo tengo mucho trabajo y… -dijo Wexford-…estoy hasta la coronilla de tropezarme con Painter a todas las horas del día.

Archery había dormido profundamente y sin sueños. Él pensó que sería porque había tenido tantos estando despierto que no pudo aparecer ninguno nuevo mientras dormía. El teléfono le despertó del todo. Era su mujer.

– Lo siento, cariño, sé que es muy temprano, pero he recibido otra carta de Charles.

Había una taza fría de té al lado de la cama. Archery se preguntó cuánto tiempo llevaría allí. Encontró su reloj y vio que eran las nueve.

– ¿Cómo estás?

– Bien. Parece que todavía estés en la cama.

Archery murmuró alguna cosa.

– Ahora, escucha. Charles dice que se marcha mañana y que irá directamente a Kingsmarkham.

– ¿Se marcha?

– ¡Vamos, Henry, no es para tanto! Sólo va a perder los tres últimos días del curso.

– Mientras no esté cumpliendo con su amenaza. ¿Va a venir al Olive?

– ¡Naturalmente! En algún sitio tendrá que quedarse. Sé que es caro, cariño, pero ha conseguido un trabajo para agosto y septiembre, en una fábrica de cerveza. Suena horrible pero va a ganar dieciséis libras a la semana y te podrá devolver el dinero.

– No sabía que mi hijo me considerara tacaño.

– Sabes que no quería decir eso. Estás muy susceptible esta mañana…

Después de que ella colgara, Archery se quedó con el auricular en la mano durante unos momentos. Se preguntó por qué no le había pedido a ella que viniese también. Quería hacerlo la noche anterior… Pero había estado tan adormecido mientras hablaba que apenas recordaba lo que le había dicho. La voz de la telefonista interrumpió sus pensamientos:

– ¿Ha terminado usted o quiere hacer alguna llamada?

– No, gracias. He terminado.

Las pequeñas casas arenosas de Glebe Road parecían decoloradas y agostadas por el sol. Aquella mañana recordaban más que nunca a las moradas del desierto, rodeadas cada una de ellas por su humilde oasis privado.

Burden se dirigió primero al número 102. Un viejo conocido suyo vivía allí, era un hombre con un extenso historial policial y un sentido del humor bastante negro, llamado Monkey Matthews. Burden pensaba que existían bastantes posibilidades de que él fuese el autor de una bomba casera, un extraño invento a base de llenar con azúcar y herbicida una botella vacía de whisky, que esa misma mañana alguien había depositado en el buzón de una rubia de dudosa reputación. La bomba destruyó el vestíbulo del piso, pero no llegó a alcanzar a la mujer, ya que ella y su amante se encontraban en la cama, pero el policía pensó que de todos modos constituía una tentativa de asesinato.