– Es usted muy amable -dijo él-. Será un placer para mí acompañarla.
Ella conducía con destreza. Por una vez a Archery no le importó no estar al volante. Era un coche precioso, un Lancia Flavia plateado, que se deslizaba casi sin ruido por las carreteras sinuosas. Todo estaba tranquilo, y sólo se cruzaron con dos coches. Los campos eran de color verde brillante o amarillo pálido donde se había cosechado el heno, y entre ellos y la franja oscura del bosque corría un arroyo de aguas relucientes.
– Ése es el Kingsbrook -dijo ella-, el mismo que pasa por debajo de High Street. ¿No le parece extraño? El hombre es capaz de hacer cualquier cosa, mover montañas, irrigar desiertos, pero no puede detener el flujo del agua. Puede construir presas, canalizarla, hacerla pasar por tuberías, construir puentes para atravesarla… Él, mientras tanto, la observaba, recordando con asombro que ella había sido modelo. Imogen tenía los labios entreabiertos y la brisa hacía ondear su cabello-. Pero el agua sigue brotando de la tierra y encontrando el camino hacia el mar.
Él no respondió y deseó que ella hubiera advertido su gesto de asentimiento. Se acercaban a un pueblo. Había una media docena de cottages y varias casas grandes alrededor de un extenso campo común, una pequeña fonda y, a través del follaje, Archery pudo distinguir el perfil de una iglesia.
Se entraba al camposanto por una verja. Él, cargado con las rosas, iba siguiendo a Imogen. El lugar era sombreado y fresco, pero estaba descuidado y algunas de las lápidas más antiguas se habían caído hacia atrás y estaban semiocultas por una maraña de ortigas y zarzas.
– Por aquí -dijo ella, tomando el camino de la izquierda-. No se debe dar la vuelta a una iglesia en sentido opuesto a las agujas del reloj. Dicen que trae mala suerte.
Tejos y encinas bordeaban el camino. El suelo era arenoso, sin embargo, estaba cubierto de musgo y delicadas matas de arenaria. Era una iglesia milenaria, construida con troncos de haya desbastados. Su belleza radicaba en su antigüedad.
– Es una de las primeras iglesias de madera del país.
– Hay una parecida en mi condado -dijo Archery-. En Greensted. Creo que se remonta al siglo ix.
– Ésta también es del siglo ix, más o menos. ¿Le gustaría ver la mirilla de los leprosos?
Se pusieron de rodillas uno al lado del otro, se inclinaron hacia delante y él miró por el pequeño hueco triangular que había al pie de la pared de troncos. Aunque no era la primera vez que había visto este tipo de rejillas en una iglesia, el clérigo se entristeció pensando en los proscritos y los impuros que habrían llegado hasta ella y habrían tenido que escuchar la misa y recibir la hostia, que según algunos es el cuerpo de Cristo, desde un lugar tan marginado. Todo esto le hizo pensar en Tess, también proscrita, condenada como el leproso a una enfermedad inmerecida. En el interior, pudo ver una pequeña nave lateral de piedra, bancos de madera y un pulpito labrado con rostros de santos. Le recorrió un escalofrío y, a su lado, sintió como ella también temblaba.
Sus cuerpos casi se tocaban bajo las ramas del tejo. Él tuvo la extraña sensación de que estaban solos en el mundo y unas fuerzas ocultas les habían empujado hasta ese lugar por avalares del destino. Archery levantó la vista y, al volverse hacia ella, tropezó con su mirada. Él había esperado ver una sonrisa, sin embargo el semblante de Imogen era grave, en él había una mezcla de asombro y de miedo. Sin analizarlo, él sintió que compartía la emoción reflejada en los ojos de ella. El perfume de las rosas era embriagador, fresco e insoportablemente dulce.
El anquilosamiento de sus rodillas apaciguó sus alborotadas emociones y le obligó a ponerse en pie. Durante un breve momento se había sentido como un niño, pero, como suele ocurrir, su cuerpo le traicionó.
– ¿Por qué no entra a echar un vistazo mientras pongo las flores en la tumba? No tardaré mucho -propuso ella con entusiasmo forzado.
Archery entró en la nave silenciosa y se paró frente al altar. Su mirada era tan fría y tan desinteresada que cualquier persona que le observase le hubiese tomado por un ateo. Volvió sobre sus pasos para examinar la modesta pila bautismal y leer las inscripciones de las placas que había en la pared, depositó dos medias coronas en el cepillo de la colecta y firmó en el libro de visitantes. Le temblaba tanto la mano que su firma parecía la de un anciano.
Cuando Archery salió de nuevo al camposanto no pudo encontrarla. Las inscripciones de las piedras sepulcrales más antiguas habían sido borradas por el paso de los años y las inclemencias del tiempo. Se dirigió a la parte nueva y empezó a leer los mensajes de despedida de los familiares a sus difuntos.
Al llegar al final del camino, donde un seto separaba el cementerio de los campos, un nombre familiar le llamó la atención. Grace, John Grace. Meditó, intentando hacer memoria. No era un nombre muy común y, hasta no hacía mucho lo había asociado con el legendario jugador de críquet. ¡Claro!, el ruego de aquel joven que yacía moribundo en la calle le había recordado a Wexford otra tragedia parecida. El inspector le contó aquel suceso en el juzgado. «Fue hace más de veinte años…»
Archery leyó la inscripción para confirmarlo.
A la sagrada memoria de John Grace
que dejó esta vida
el 16 de febrero de 1945
a la edad de veintiún años.
Ve, pastor, y descansa en paz;
tu vida ha llegado a su fin.
El cordero de Dios acoge
a los pastores en su aprisco.
«Un pensamiento hermoso», pensó Archery. Podría ser una cita, pero no la reconoció. Al volverse vio que Imogen Ide venía en su dirección. Las sombras de las hojas bailaban en su rostro y dibujaban formas en su cabello como si estuviera cubierto por un velo de encaje.
– ¿Piensa usted en su propia mortalidad? -preguntó ella muy seria.
– Supongo que sí. Es un lugar interesante.
– Me alegro de haber tenido la oportunidad de enseñárselo. Soy muy patriota, si ésa es la expresión correcta, aunque no haya estado en mi tierra desde hace mucho tiempo.
Él estaba seguro de que iba a ofrecerse como guía para una futura ocasión y añadió sin perder un momento:
– Mi hijo llega mañana. Podremos ir de exploración con él. -Ella sonrió cortésmente y, con cierto orgullo, añadió-: Tiene veintiún años.
Sus ojos volvieron a un tiempo hacia la inscripción de la lápida.
– Si desea marcharse, yo ya he terminado.
Ella le dejó enfrente del Olive and Dove. Se despidieron brevemente y él se dio cuenta de que Imogen no había hecho ningún comentario sobre volverse a ver. No tenía ganas de tomar el té, así que subió directamente a su habitación. Sin saber el motivo, sacó la fotografía de la hija de Painter y mientras la miraba se preguntó por qué habría pensado que era tan hermosa, simplemente era una muchacha bonita, agraciada con el encanto de la juventud. No obstante, mientras seguía observando la fotografía pareció entender, por primera vez, la razón por la que Charles deseaba con tanta pasión hacerla suya. Era una sensación extraña que tenía poco que ver con Tess, con su aspecto físico o con Charles. De algún modo, era una empatía difundida universalmente, pero también egoísta, y no procedía de su mente sino de su corazón.
10
Y si antes no ha dispuesto de sus
bienes, urgidle para que haga
testamento… para descargo de su
conciencia y sosiego de sus
ejecutores.
La visitación de los enfermos
– No parece que hayas adelantado mucho -dijo Charles. Se sentó en un sillón e inspeccionó el hermoso salón. La doncella que pulía el suelo lo encontró muy guapo, con aquel pelo rubio, bastante largo, y su porte altivo. Decidió que el suelo del salón necesitaba algo más de dedicación que lo habitual-. En este tipo de asuntos lo mejor es ser práctico. No tenemos mucho tiempo porque empiezo a trabajar en la fábrica de cerveza el lunes que viene. -Archery se sintió molesto. Él mismo se veía obligado a descuidar sus deberes parroquiales-. Estoy seguro de que ese Roger Primero no es trigo limpio. Le llamé antes de venir aquí anoche, y tengo una cita con él esta mañana, a las once y media.