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Archery echó un vistazo a su reloj, eran casi las diez.

– ¡Pues date prisa! ¿Dónde vive?

– ¿Ves? Eso hubiera sido la primera cosa que yo hubiese averiguado. Vive en Forby Hall. Supongo que se cree el señor de un latifundio feudal. -Miró de reojo a su padre y rápidamente preguntó-: ¿Puedo coger el coche?

– Está bien. ¿Qué vas a decirle, Charles? Puede que te eche de su casa.

– No lo creo -dijo pensativo-. Me he estado informando sobre él y parece que le chifla la publicidad. Siempre está muy preocupado por su imagen. -Vaciló y luego con osadía añadió-: Le dije que era redactor jefe de las crónicas sociales del Sunday Planet, y que estábamos haciendo una serie de artículos sobre magnates. ¿No crees que es una buena idea?

– Si no fuera porque es mentira -dijo Archery.

Charles respondió enseguida:

– El fin justifica los medios. Pensaba enfocar la entrevista sobre su juventud y las adversidades que tuvo que afrontar, como la muerte de su padre, el asesinato de su abuela, sin porvenir, en fin, ése es el plan. Tiene fama de ser muy abierto con la prensa.

– Será mejor que vayamos a sacar el coche.

El día era tan caluroso como de costumbre, pero mucho más bochornoso. Una fina neblina velaba el sol. Charles llevaba una camisa blanca con el cuello desabrochado y unos pantalones demasiado ajustados. Archery pensó que parecía un duelista de la época de la regencia.

– Todavía tienes tiempo -le dijo-, Forby sólo está a siete kilómetros. ¿Te gustaría ver un poco la ciudad?

Anduvieron por High Street y cruzaron el puente de Kingsbrook. Archery estaba orgulloso de llevar a su hijo al lado. Sabía que se parecían mucho, pero, ni por un momento, se le ocurrió que la gente les pudiese tomar por hermanos. El tiempo húmedo y pesado le provocaba lumbago, y ya no se acordaba de lo que era tener veintiún años.

– Tú que estás estudiando letras -le dijo a Charles-. Dime, ¿de quién es esta poesía? -al menos, aún podía confiar en su memoria. Recitó la estrofa verso por verso:

Ve, pastor, y descansa en paz;

tu vida ha llegado a su fin.

El cordero de Dios acoge

a los pastores en su aprisco.

Charles se encogió de hombros, y dijo:

– Me resulta conocida, pero no consigo situarla. ¿Dónde la viste?

– En una lápida del cementerio de Forby.

– Eres el colmo, papá. Creí que querías ayudarnos a Tess y a mí, y te has dedicado a husmear por los cementerios.

Archery hizo un esfuerzo para controlarse. Si Charles pensaba tomar el asunto en sus manos, no había ninguna razón para que él no regresara a Thringford. No tenía nada que hacer en Kingsmarkham. Sin embargo, no podía explicarse por qué la idea de volver a la parroquia se le hacía tan cuesta arriba. De repente, se detuvo y dio un ligero codazo a su hijo.

– ¿Qué pasa?

– Esa mujer que está enfrente de la carnicería, la de la capa, es la señora Crilling, de la que ya te he hablado. Prefiero no encontrarme con ella.

Pero era demasiado tarde. Evidentemente, ella ya les había visto, porque se dirigió hacia ellos, ondeando su capa al viento como un galeón.

– ¡Señor Archery! ¡Mi querido amigo! -Le cogió por ambas manos y las balanceó como si fuesen a bailar un reel escocés-. ¡Qué sorpresa más agradable! Esta misma mañana le decía a mi hija: «Espero volver a ver a ese caballero tan bondadoso para darle las gracias por atenderme en mi terrible sufrimiento.»

Su estado de ánimo era muy diferente al de la última vez que la vio. Parecía una viuda de alcurnia, presidiendo una gala. La señora Crilling llevaba aquella capa que él ya conocía y debajo un vestido de algodón corriente, muy sencillo y desaliñado, con algunas manchas de salsa en la pechera. Ella le dirigió una amplia sonrisa, tranquila y afable.

– Éste es mi hijo. Charles -murmuró Archery-. Charles, ésta es la señora Crilling.

Para su sorpresa, el muchacho cogió la mano, no muy limpia, que le tendía aquella mujer e inclinó la cabeza.

– Encantado de conocerla. -Miró airadamente a su padre por encima del hombro de la mujer-. He oído hablar mucho de usted.

– Espero que bien. -Ella no pareció pensar en ningún momento que Archery no hubiera tenido ocasión de ver alguna de sus cualidades. Estaba muy cuerda, alegre, incluso frívola-. Ahora, no me van a negar un pequeño capricho, desearía que me acompañasen al Carousel a tomar una taza de café. Yo invito, desde luego -añadió maliciosamente.

– Estamos a su libre disposición -dijo Charles con una grandilocuencia fuera de lugar, a los ojos de Archery-. Es decir, hasta las once y cuarto. Y no vamos a discutir una invitación en presencia de una dama.

Evidentemente, ésa era la mejor manera de tratarla.

– ¿No es un cielo? -dijo ella-. Los hijos son una bendición, ¿no es cierto? La copa del árbol de la vida. Aunque le haga sombra, usted tiene que estar orgulloso de él.

Charles retiró la silla para que ella se sentara. Eran los únicos clientes y, sin embargo, por el momento, no había venido nadie a tomar nota. La señora Crilling se inclinó hacia Archery y le dijo confidencialmente:

– Mi nena ha conseguido una colocación y empieza mañana: operarla en un establecimiento de ropa para señoras. Tengo entendido que las perspectivas son excelentes. Con su inteligencia podrá llegar muy lejos. El problema es que nunca ha tenido una verdadera oportunidad. -Hablaba en voz baja y relamida. De pronto, le dio la espalda, golpeó la mesa con el azucarero y gritó, en dirección hacia la cocina-: ¡Servicio!

Charles se sobresaltó. Archery le lanzó una mirada triunfal.

– Siempre le dan esperanzas y luego se quedan en nada -prosiguió como si tal cosa-. A su padre le pasaba exactamente lo mismo. El pobre enfermó de tuberculosis en la flor de la edad y murió sólo seis meses después. -Archery retrocedió cuando ella se volvió bruscamente hacia él-. ¿Dónde demonios se han metido esas dichosas camareras?

Una mujer vestida con un uniforme verde en cuya solapa se leía la palabra «Gerente» bordada salió de la cocina. Cuando estuvo cerca de ellos, miró a la señora Crilling con expresión de fastidio y le espetó:

– Le dije que no volviese más por aquí, señora Crilling, si no aprendía a comportarse. -Sonrió fríamente a Archery-. ¿Qué quiere tomar, señor?

– Tres cafés, si es tan amable.

– El mío solo, por favor -dijo Charles.

– ¿De qué estaba hablando?

– De su hija -le recordó Archery con optimismo.

– ¡Oh, sí! Mi nena. No me explico cómo ha tenido tan mala suene, porque cuando era pequeña todo iba miel sobre hojuelas. Verán, yo tenía una íntima amiga que adoraba a mi nena. Y estaba forrada, tenía sirvientes y de todo…

Les sirvieron los cafés, unos expresos con crema.

– Puede traerme un poco de azúcar blanco -dijo la señora Crilling con mal humor-. Esta porquería me revuelve el estómago. -La camarera se marchó furiosa, volvió con otro azucarero y lo tiró encima de la mesa. La señora Crilling soltó un pequeño chillido y, en cuanto la muchacha se alejó exclamó-: ¡Zorra estúpida!

Luego volvió al tema:

– Mi amiga era muy vieja e, indiscutiblemente, ya no estaba en su sano juicio. Senilidad, le llaman. Me solía decir, una y otra vez, que quería hacer algo por mi nena. Yo no le hacía mucho caso, desde luego, me repugnaba entrometerme en los asuntos de los demás. -Se detuvo y, acto seguido, echó cuatro cucharaditas de azúcar en su café.